Así funciona la mente de un corrupto
Por extraño que parezca, la mente de un corrupto no es una cloaca oscura e indescifrable. Como lo demuestran los hechos, habita en muchas de las personas que llamamos “exitosas” en todos los ámbitos. Incluso son el tipo de personas que muchas empresas o partidos políticos quieren en su mesa directiva porque tienen “ese algo” para salirse con la suya.
Dice la psicóloga Jean Twenge, autora del libro Generación Yo, que la mente de un corrupto está habitada por la fascinación frente a lo que es. Se trata de individuos “encantados de conocerse a sí mismos” y muy adaptativos, precisamente por su falta de ética. Cada vez son más necesarios en los círculos de poder, en especial, durante los últimos 40 años.
En la mente de un corrupto no están presentes las inseguridades que habitan a tantos mortales, ni tampoco el pesimismo. Triunfan, en particular, porque en estas últimas décadas se ha consolidado una suerte de culto al yo, que hace tolerables los egoísmos y la falta de escrúpulos de estos personajes.
“Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá”.
-Horacio-
El egoísmo natural y la ética
Según el psicólogo Luis Fernández, profesor de psicología en la Universidad de Santiago de Compostela y autor del libro Psicología de la corrupción y los corruptos, todo ser humano nace con una semilla de maldad. Dice que si nos dan la oportunidad , saltaremos las normas sin problema. Y si llegamos a un cargo con poder, lo vamos a utilizar para intereses personales.
Sin embargo, no es menos cierto que existe una distancia entre esa suerte de economía psicológica que nos lleva a buscar los caminos más fáciles y la falta de escrúpulos que hay en la mente de un corrupto. Es evidente que nacemos sin ética o, más bien, que la única ética posible al nacer es la de satisfacer nuestras necesidades y deseos sin que exista una razón a priori para no utilizar a los demás como meros instrumentos.
La ética se forma y se cultiva en función de la inteligencia y la cultura. La formación lleva a entender que logramos más cuando dejamos de comportarnos como una horda y comenzamos a sumar como parte de un equipo. Ya lo aprendemos en los primeros años con los juegos y la vida en familia.
De ahí en más, no es que no sepamos que algunas acciones son provechosas individualmente, sino que aprendemos a considerar al otro como parte del paisaje humano que habitamos. Comprendemos que nos necesitamos porque sin el concurso de otros ni siquiera hubiésemos sobrevivido al nacer y tampoco podríamos sobrevivir a los avatares de la enfermedad, la vejez o cualquier suerte de vulnerabilidad.
La mente de un corrupto
No aprendemos a adoptar una actitud constructiva hacia los otros sin el amor y la dedicación de adultos imperfectos, pero lo suficientemente generosos y comprensivos como para transmitirnos el mensaje de la civilización. La ética es un aprendizaje mental, con fuertes raíces en los afectos.
En la mente de un corrupto no existen esos referentes. Se edifica sobre la carencia y la lucha contra el mundo por la supervivencia. Saltarse la norma es para ellos una prueba de eficiencia que deben completar una y otra vez. De hecho, lo convierten en un juego con trazas de diversión, porque aprovecharse de otros es una forma de validarse a sí mismos.
El corrupto no ve ninguna ventaja en el respeto al otro, sino que lo considera un obstáculo. Incluso no tiene en su mente ni en su corazón el concepto de “lo otro” como tal. Desea poder y dinero porque esto le crea la ilusión de control sobre el mundo. No le importa tener aduladores en lugar de amigos, ni bienes, en lugar de sentido de vida. Lo suyo es predominar, aunque sea de manera superflua.
Un triunfo pasajero
La mente de un corrupto es muy adaptable y funciona a la perfección siempre y cuando haya un contexto propicio para saltar la norma. Son los eternos generadores de crisis para sus familias, las empresas en donde trabajan y la sociedad en la que habitan. No les importa. El problema es que tarde o temprano cometen un error.
El corrupto lleva en sí mismo el germen de su propia destrucción: creerse invulnerable. Su egolatría le impide hacer una valoración objetiva de la realidad. Esto, antes o después, se transforma en un error estratégico. Es entonces cuando se convierten en objeto del desprecio colectivo y su soledad se les revela.
La pregunta que queda es por qué quienes rodean a estos corruptos de pacotilla los toleran. Las sociedades muchas veces piensan que no se puede hacer nada al respecto. En este caso también, más tarde o más temprano, ese sentimiento de indefensión se puede convertir en una indignación activa que, de forma colectiva, le ponga límite a este tipo de personajes.
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- Fores, F. A. S. (2017). Psicología de la corrupción: Balance de estudios realizados en el Perú, alternativas metodológicas de investigación. Yachay-Revista Científico Cultural, 6(01), 214-233.