4 claves para que un niño colabore
Para cualquier padre o madre resulta desesperante reclamar la atención de su hijo frente a otros competidores -como las pantallas-, repetir un mismo mensaje un buen número de veces o empezar con ellos una discusión en términos poco agradables.
“Todo sería más sencillo si escuchasen y actuasen a la primera, pero parece que solo entienden cuando alzamos la voz o amenazamos”. ¿Alguna vez has pensado esto? Si es así, compartimos algunas claves para lograr que un niño colabore sin recurrir a la violencia de ningún tipo.
Muchas veces estas dificultades están ocasionadas por una falta de comprensión de cómo funciona la mente infantil. Como progenitores nos marcamos expectativas, quizá, poco realistas y además no conocemos las estrategias para dirigirnos a los niños. Todo esto hace que las interacciones sean frustrantes para ambos y que se desaten constantes luchas de poder. Afortunadamente, existen alternativas que puedes implementar.
Claves necesarias para que un niño colabore
Lograr que un hijo nos escuche, preste atención a nuestras directrices y colabore no es cuestión de un momento puntual. Es necesario forjar una relación sólida entre ambos y establecer una dinámica sana y positiva que le predisponga a tener una buena actitud.
Aun así, en el momento en que queremos realizar una petición a un niño o corregir un comportamiento, hemos de asegurarnos de que estén presentes los siguientes elementos:
1. Conexión
A la hora de comunicarnos con el niño, necesitamos conectar con él, no únicamente lanzar una orden al aire. Para esto se requiere que el niño se sienta seguro en la situación y ante el adulto como figura de referencia. Si se hacen presentes los gritos y las amenazas, el estado de alerta que se genera en su organismo impide esta conexión y hace más complicado que se produzca cualquier aprendizaje.
Todos estamos más dispuestos a escuchar a quien sabemos que nos quiere y desea lo mejor para nosotros antes que a alguien que nos trata de forma dura e irrespetuosa; y los niños también. Por esto, dirigirnos a ellos con empatía y con calma es fundamental.
Por otro lado, para crear conexión se necesita validar las emociones del niño. Antes de ponernos a corregir su conducta, tomemos un segundo para mostrarle que sí entendemos por qué se está comportando así. Por ejemplo: “te estás divirtiendo mucho jugando con el balón dentro de casa, ¿verdad? Sé que es muy divertido”.
2. Reflexión
A continuación, es importante permitir que sea el mismo niño quien llegue a las conclusiones que queremos transmitirle. En lugar de darle un sermón (que no calará muy hondo), instémosle a reflexionar por sí mismo. Por ejemplo: “¿qué puede pasar si juegas con el balón en el salón?, ¿es seguro?”.
Del mismo modo, se le puede invitar a buscar soluciones. Normalmente, negamos una opción, pero no ofrecemos alternativas. Al hacerles partícipes de esta búsqueda de opciones, incentivamos que participen en la solución. Por ejemplo: “¿dónde crees que puedes jugar al balón sin que se rompa nada?”, “¿qué otros juegos podemos hacer aquí en casa que sí sean seguros?”.
3. Firmeza
Educar desde el amor y el respeto no implica ser permisivos ni débiles, no significa ceder. Al contrario, los límites son necesarios y es importante saber establecerlos y mantenerlos. Así, siguiendo el ejemplo anterior, los progenitores habrían de seguir firmes en su norma “no se juega al balón en el salón”, aunque en un inicio el niño no colabore en el diálogo.
Si se cede en la norma, se crea confusión en el menor y se pierde la autoridad. Para mantenerse firme no es necesario gritar, perder los nervios o enfadarse, sino simplemente no cambiar las reglas que se han establecido, entendiendo la frustración del niño, pero marcando el camino.
4. Repetición
Por último, es esencial tener en cuenta que todo aprendizaje requiere de repetición. Y esto en varios sentidos. Por un lado, es posible que tengas que repetir la norma varias veces hasta que el niño la acepte, y es natural que al inicio sea reticente, se frustre, llore o trate de hacerte cambiar de opinión.
Pero, por otro lado, (y más importante aún) es mantener esta dinámica y repetirla en diferentes situaciones de la vida cotidiana. El objetivo es que este proceso de conexión-reflexión-firmeza se convierta en un hábito para ambos y que cada vez sea más sencillo de implementar. Por esto, se debe perseverar y aprovechar cada ocasión para reforzar estas pautas.
Lograr que un niño colabore es fomentar su autonomía
Si te fijas, lograr que un niño colabore es muy diferente a lograr que obedezca. El proceso descrito (aunque puede requerir tiempo y compromiso, y ser algo costoso de implementar) en realidad transmite aprendizajes y habilidades fundamentales para el niño.
En primer lugar, le hace sentir respetado y validado por sus figuras de referencia (algo que favorece la autoestima y la gestión emocional). En segundo lugar, le anima a reflexionar, a entender el porqué de los límites y a cuestionar su propio comportamiento; esto es mucho más útil, pues permite que el niño aprenda a autorregularse sin necesidad de que el adulto esté constantemente corrigiendo.
En tercer lugar, favorece una relación sana con los progenitores que evitará que las peleas sean el día a día en el hogar. En definitiva, busca que los anteriores elementos estén presentes en tus interacciones con tus hijos y verás cómo el pequeño comienza a colaborar.
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