Cómo abrir las puertas cuando se acabe la cuarentena: el día de después
Todos tenemos defectos y virtudes, pero en esta cuarentena los defectos son más protagonistas -más visualizados e identificados- todavía. Por ejemplo, la rajadura del techo siempre estuvo, pero ahora que estamos tanto tiempo en casa, la vemos más grande y profunda y hasta nos molesta si no la arreglamos. Este mismo fenómeno se produce entre las personas que comparten la cuarentena.
Por una parte, se debe a que la ansiedad potencia y magnifica nuestros defectos. Por otra, la percepción de los interlocutores en el confinamiento se centra en las características disfuncionales. Un combo perfecto: se exacerban nuestros errores y percibimos en mayor medida los que cometen los demás.
Así, no se trata de que seamos más “defectuosos”, sino de que los defectos se ven más, ya que no es lo mismo compartir tres horas con una persona que todo el día. Ahora hay más tiempo para fijar la atención. La fórmula es la siguiente:
Tiempo de confinamiento + fastidio + aburrimiento + fin de factores distractivos (consejos útiles para sobrevivir en aislamiento) + ansiedad.
Una vez que se hizo todo lo recomendado, se acabaron los estímulos motivadores y comenzó a aparecer el fastidio, la intolerancia, el mal humor y por supuesto, las molestias de los defectos de los otros y de los nuestros. Entonces, si hasta ahora hemos actuado así, ¿cómo lo haremos el día de después del confinamiento?
De la cautela protectora a una conspiración paranoide
He recopilado una serie de anécdotas y comentarios de pacientes que realmente me han llamado la atención y que, de alguna manera, predicen una serie de conductas que podremos tener cuando se levante la cuarentena.
Algo así como tics que quedan sistematizados en nuestro cuerpo, actitudes y emociones que, posiblemente, se desarrollen en los primeros tiempos de resocialización. Todo dependerá del grado de conciencia responsable que tengamos después de cuarentena.
Sueños en el confinamiento
Un reencuentro muy cercano
Una mujer me contó que soñó que se reencontraba con su mejor amiga después de la cuarentena. Se topaban frente a frente, se miraron a los ojos y ella con mucho cariño se dirigió a su amiga querida y la abraza. Luego, su amiga colocó sus manos en el pecho de ella y las retiró con energía.
Ella inmediatamente se dio cuenta del error que había cometido, se llevó la mano a la cabeza angustiada y espantada y con ese sobresalto se despertó.
Huir de los caminantes
Otro paciente soñó que cuando salía a la calle todo era un páramo, con coches arrumbados, negocios cerrados, casas saqueadas. A lo lejos, algunos caminantes babeantes intentaban acercarse para dar la mordida mortal.
Empezó a correr porque olvidó la mascarilla y cuando se dio la vuelta tenía la cara del virus en primer plano. Se despertó sobresaltado con semejante pesadilla.
La alegoría walkingdeana corporeiza al coronavirus y acelera el temor a salir a la calle.
El abrazo rechazado
Otro hombre salió a la calle a sacar la basura y en el camino al contenedor se encontró con su vecino, que además era amigo.
Cuando se vieron, se acercaron a saludarse y darse un abrazo y justo cuando van a dárselo se frenan y echan hacia atrás con un arqueo casi coreográfico circense.
El pánico constructor
Un paciente con su camioneta se dirigía al supermercado chino de su pueblo. Después de un control en las calles, le tomaron la temperatura a la entrada del negocio y se puso nervioso.
Entró y empezó a transpirar y acalorarse, le faltaba el aire: casi un ataque de pánico. Sale, pero en la salida hay otro control. Acalorado, lo testearon de nuevo y sintió miedo de tener fiebre, lo cual aceleró su ritmo cardíaco e hizo que transpirara más, mientras pensaba en todas las complicaciones que tendría si lo internaban. Pero no, el chequeo dio negativo.
Se dio cuenta de que toda la limpieza del supermercado estaba basada en lavandina y estaba un poco intoxicado; el aire libre lo tranquilizó y lo oxigenó y ¡tomó consciencia de la paranoia que acababa de construir!
Salidas a “romper la tarde” al supermercado
El tema del supermercado no es algo que tomar a la ligera. De hecho, es una de las pocas salidas que se han permitido desde el comienzo de la pandemia junto a la de pasear a los perros.
Es tal el deseo de salir a la calle que el hecho de ir a un supermercado se ha convertido en una gran salida. La gente se prepara, se cambia de ropa como para ir a una fiesta, coge sus bolsas y se dirige feliz hacia el Carrefour, el Día o cualquier supermercado de las proximidades a la casa.
Ya en el supermercado suceden algunas cosas interesantes sobre las actitudes de la gente. Fenómenos que bien pueden ser analizados por los psicólogos y los sociólogos que estudian los comportamientos humanos.
Antes, las personas iban de un lado a otro con el carro sin preocupación, se rozaban sin querer e incluso se pedían disculpas si se tocaban; mientras que, en estos tiempos, no sucede igual. En algunos casos, se ha pasado de una cautela protectora a una conspiración paranoide: si se ve a lo lejos una persona con mascarilla y su carro aproximándose, alguien dobla de forma abrupta en ángulo de 90º hacia el pasillo más próximo.
Sin embargo, por mayor que sea la prudencia higiénica es imposible controlar todos los frentes. En ese mismo supermercado, alguien infectado pudo toser y se llevó las manos a la boca. Y con la palma de sus manos llenas de bacterias cogió el primer carro. Hizo sus compras y se fue, dejando las agarraderas del carro contaminadas.
Después al poco rato, el carro se encuentra en la fila y otra persona lo recoge y no solo el carro sino los virus fijados en la guía. Si espontáneamente se tocó el rostro o la nariz, ya está lista la vía del contagio.
El día después, muchas preguntas y pocas respuestas
Entonces, ¿qué sucederá al día siguiente a la culminación de la pandemia? ¿Continuaremos con los cuidados intensivos en lo que a la esterilización se refiere? Seguramente algunos rituales de higiene prevalecerán en el tiempo.
Por ejemplo, el hecho de cambiarse o dejar los zapatos y no entrar a la casa con el mismo calzado con el que caminamos por las veredas o en las calles. Es algo que naturalmente no hemos pensado antes y que quizá pueda ser uno de los aprendizajes que nos dejó la cuarentena.
Uno de los cambios que parece afirmarse ya es el trabajo remoto. El teletrabajo es una alternativa que vino para quedarse.
La gente viajará menos, habrá menos polución, conglomeración de gente en zonas de oficinas, gastos de comidas al mediodía, alquileres de pisos por parte de las empresas, etc., aunque también sucederá el deterioro económico de muchos comercios que viven del público consumidor.
¿El otro continuará siendo una amenaza de contagio? ¿Volveremos a darnos un beso, un abrazo, un fuerte apretón de manos, como signo de saludo o instauraremos el saludo de lejos a 2 metros de distancia? ¿Cómo será el estilo de saludarse en el futuro? ¿Llevaremos el alcohol en gel en el coche o en la cartera?
¡Qué enigma! ¿Y cómo abriremos las puertas de los negocios, los bancos, los restaurantes, la universidad, el colegio y de la casa de nuestros amigos? Quizás estrenemos nuestros codos, esa parte del cuerpo que nunca se ha pensado que cumpliría función de una mano adicional.
Me intriga sobremanera si volveremos a utilizar los baños públicos en estaciones de servicios, restaurantes o estaciones de trenes. Más aún, cuando estemos desesperados porque nuestros intestinos nos aprietan o nuestra vejiga esté a punto de estallar, ¿superará esa sensación el temor a contagiarnos?
¿Seguiremos con esa sensación de contaminación y suciedad ambiental el día de después del confinamiento? Esa sensación que nos hace regresar a casa y sentir que debemos bañarnos y enjuagarnos en alcohol, para borrar los vestigios virósicos acumulados en el ambiente externo. O sea, ¿deberemos cambiar, cambiaremos o nos resistiremos? ¿Cuántas preguntas no?
Lo cierto que casi nadie disfrutó de una manera magnánima esta cuarentena. Excepto las personas con fobia social, que el estar encerradas en la casa les vino perfectamente útil a sus síntomas; para el resto del mundo la cuarentena fue una incomodidad.
No obstante, cada persona de este planeta ha construido su propio significado de esta cuarentena. Por lo tanto, no hubo una cuarentena, sino tantas como habitantes hay en la tierra que han vivido esta estrategia preventiva.
Y cada uno de la misma manera que construyó la cuarentena a su medida, también construirá particularmente el día después. Sea como fuere, lo más importante es salir de esta situación crítica de una manera airosa y con algunos aprendizajes.
La pandemia es un hecho y depende de cada uno de nosotros si la construimos como una oportunidad para lograr hacer algo que sea capitalizable para aplicar en otras experiencias. En eso radica el fundamento del aprendizaje, entonces literal y metafóricamente: ¿cómo y con qué abriremos estas nuevas puertas el día de después del confinamiento?