Cuando el impulso nos domina

Dominar a los impulsos no es tarea fácil. Es casi como dominar a una fiera que habita en nuestro ser. Te contamos cómo puedes dominar a tu impulso antes de que él te domine a ti
Cuando el impulso nos domina
Alicia Escaño Hidalgo

Escrito y verificado por la psicóloga Alicia Escaño Hidalgo.

Última actualización: 01 mayo, 2020

Hay veces en la que el impulso nos domina. El impulso nace de esa parte irracional y primitiva que todos como seres humanos tenemos. Podríamos hacer un símil con una fiera que, aunque eduquemos, en ciertas situaciones va a tender a actuar de manera coherente con su naturaleza con independencia de que en el fondo esta actuación beneficie o no a sus intereses. De esta manera, los impulsos ponen a prueba nuestro autocontrol.

Los impulsos dominantes se encuentran en la base de multitud de problemas de corte psicológico. Podemos nombrar a las adicciones o dependencias como referencia, pero también encontramos impulsos descontrolados en desórdenes como la bulimia o el trastorno límite.

Tener impulsos en algún grado en nuestra vida es normal. El problema está cuando ese impulso toma el control, perdemos el norte, nos ciega y nos obliga a actuar de una forma que no concuerda con nuestros valores, metas o creencias.

Puede manifestarse como una tensión emocional difícil de aplacar, para finalmente hacernos sucumbir a sus peticiones, realizar lo que no queremos y experimentar un alivio de la tensión muy reforzador. Pero sabemos que ese alivio es efímero, que se evapora rápidamente y nos lleva, de forma casi inevitable, a otro sentimiento mucho más profundo y desesperanzador: la culpa y el arrepentimiento.

Pasado un tiempo, esta culpa desalentadora puede pasar al olvido, nuestras sombras volver a amenazar con tomar el control y nosotros repetir el patrón impulsivo que nos gratifica momentáneamente y que nos sumerge otra vez en el arrepentimiento y en el “yo no soy capaz, yo no puedo“. Entramos, por lo tanto en un bucle poderoso que puede terminar secuestrando buena parte de nuestra biografía.

Hombre experimentando culpa mientras mira por la ventana

¿Dónde nacen los impulsos?

No podemos saber a ciencia cierta cuál es el origen exacto de los impulsos, pero sí que podemos indagar en cada persona, comprobar cómo ha sido su historia de vida y otorgar valores de probabilidad a algunas hipótesis.

La genética puede influir de forma sustancial. Si nuestros padres son impulsivos, un tanto neuróticos o emocionales es mucho más probable que nosotros hayamos heredado esa característica de personalidad.

Y no solo haberla heredado, también podemos aprenderla por imitación. Si vimos que en nuestro hogar los problemas se tomaban con impaciencia e impulsividad, habremos aprendido a solucionar las adversidades siguiendo este patrón. La buena noticia es que podemos realizar un aprendizaje que modifique lo que antes asimilamos.

También los estudios nos informan sobre la carencia de serotonina en el cerebro, como responsable de la mayor predisposición a ser impulsivo. Es por esta razón, que se ha visto como los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) son eficaces en estos trastornos.

Pero en esta sentido, hay que tener en cuenta que la medicación es limitada. En un primer momento, puede ayudarte a inhibirte, pero su acción no te enseñará conductas alternativas funcionales, desarrollarás tolerancia y se generarán ciertos efectos secundarios.

Parece ser que ciertos vacíos emocionales en la infancia podrían ser, en cierta medida, responsables de que sobrecompensemos en nuestra vida de adultos con ciertos impulsos. Cuando se rastrea la vida pasada de las personas con impulsos patológicos, se observan ciertas carencias de disponibilidad, afecto o regulación emocional. Estos “huecos” buscan ser rellenados con satisfacciones inmediatas y de forma intensa.

Es entonces cuando podemos caer en las garras de dependencias emocionales, alcohol, juego, compra compulsiva o emprender discusiones por cualquier cuestión que pueda poner en entredicho nuestra valía personal.

¿Cómo se puede manejar el impulso que nos domina?

Aprender a manejar el impulso que nos domina no es una tarea sencilla. Como hemos dicho, a veces el impulso se comporta como una fiera y ya sabemos que domar una fiera no es una cuestión banal. Requiere paciencia, voluntad, pero sobre todo práctica consciente.

Aun con todo, tener un control total de nuestros impulsos no es realista, así que lo más conveniente es premiarse por los pequeños logros que vayamos cumpliendo.

Tiempo para pensar

El primer paso para conseguir librarnos del impulso es marcharnos de la situación que lo ha precipitado. Cuando abandonamos la situación, aunque sea por 10 o 15 minutos, estamos coartando la libertad del impulso, le ponemos un freno.

Los impulsos duran muy poco, aunque sean muy intensos. Esto es una ventaja que tenemos que aprovechar. Cuanto más tiempo le ganemos sin llevar a cabo el acto impulsivo, mayor es la probabilidad de que resolvamos correctamente la situación.

Etiquetar el impulso

Tienes que ponerle el nombre que tiene: “esto no es más que otro de mis impulsos, no tengo porque hacer lo que él quiere”. La clave es disociar tu impulso de tu persona, de manera que lo veas como a un enemigo que quiere fastidiarte, no como algo que tenga que ver contigo.

Focalizar los cinco sentidos en otra cuestión

Mientras la tensión emocional va bajando en intensidad, es recomendable realizar alguna otra actividad que nos entretenga y nos mantenga la mente ocupada. Puedes ir a comprar algo sin importancia, por ejemplo.

Esto te hará pensar sobre qué vas a comprar, hablar con el dependiente, sacar la cartera, contar el dinero… acciones banales que nos hacen concentrarnos y ganar tiempo. No es recomendable cambiar el impulso por otro: salir de la situación conflictiva e irme a bebe o fumar es cambiar un impulso por otro y no es saludable.

Pensar en tus objetivos y en las consecuencias

Si llevo a cabo el impulso ¿Qué va a ocurrir? ¿me sentiré mejor? ¿cuánto durará el alivio? ¿quiero ser yo esa persona que no es capaz de controlarse? ¿concuerda esta actitud con mis valores? Si tienes clara cuál es tu meta en la vida y cuáles son tus valores y te ves a ti mismo haciendo algo que sabes que no te conviene, crearás una disonancia cognitiva en tu mente.

Esta disonancia es un estado mental incómodo, un deseo-pero no debo y lo mejor es evitar que tenga lugar. Procura que todo lo que hagas tenga coherencia en tu vida y vaya en consonancia con los objetivos que te has marcado como persona. 

Solucionar el problema (si es que lo hay)

Si el problema tiene solución, no estaría mal explorar las alternativas que puedes poner en marcha para solucionarlo. Para ello puedes poner en marcha la técnica de solución de problemas. Si el problema es producto de tu imaginación y no tiene solución, es mejor que lo etiquetes como tal e intentes ignorarlo.

Mujer pensando

Tolerar el malestar

Contener el impulso va de la mano, inevitablemente, de soportar cierta tensión que no es agradable precisamente. Es por este mismo malestar, que al final el impulso nos domina.

La clave es dominarlo, aunque duela, aunque provoque ansiedad. La ansiedad o el malestar emocional, no son más que emociones producto de reacciones químicas del cerebro, pero no matan ni provocan catástrofes. Cuando aprendas a tolerarlas, te darás cuenta de que duran poco y que descienden en intensidad.

Cuando el impulso nos domina, es fácil acabar cayendo en su trampa. Pero tomar conciencia de cómo funciona es el gran paso hacia el control de nuestras propias emociones. Una vez sepamos qué es lo que nos ocurre, de dónde procede y cómo podemos controlarlo, la parte difícil está en mantenerse en ese control. Con paciencia y grandes dosis de aceptación del malestar, el impulso podremos posicionarnos por encima del impulso.


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  • Chico, E. (2000). Relación entre la impulsividad funcional y disfuncional y los rasgos de personalidad de Eysenck. Anuario de Psicología, 31(1), 79-87.
  • Clark, L., Iversen, S. D., & Goodwin, G. M. (2001). A neuropsychological investigation of prefrontal cortex involvement in acute mania. American Journal of Psychiatry; 158, 1605–1611.

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