Cuando la frustración se trasforma en agresividad (trastorno explosivo intermitente)

Cuando la frustración se trasforma en agresividad (trastorno explosivo intermitente)
Bernardo Peña Herrera

Escrito y verificado por el psicólogo Bernardo Peña Herrera.

Última actualización: 05 agosto, 2019

La frustración es una emoción universal que todos experimentamos. Al igual que otras emociones del polo negativo, como el miedo o la tristeza, es necesaria ya que es un indicador de que algo no va bien y hay que cambiarlo. También, como el resto emociones, puede hacer que nos comportemos de forma agresiva.

Sin embargo, en este punto hay que identificar, dentro del estado emocional de frustración, el grado de intensidad con el que se manifiesta y la forma en la que se regula. Algunas personas sienten una frustración desproporcionada con respecto de aquello que la desencadena y, además, responden a ella de manera exagerada, con explosiones de ira y agresividad: sufren lo que se llama trastorno explosivo intermitente.

“La ira es un ácido que puede hacer más daño al recipiente que lo contiene que a aquello sobre lo que se vierte”

-Séneca-

Si conoces a alguien o tú mismo sufres de ataques de ira y te encuentras frustrado repentinamente o la mayor parte del tiempo, tal vez te sientas identificado con lo que te vamos a describir a continuación:

Qué es el trastorno explosivo intermitente

Se trata de un trastorno en el que el control de impulsos y la regulación emocional están afectados. Además, podemos decir que se caracteriza por dos factores fundamentales.

  • La persona vive episodios recurrentes en que protagoniza explosiones de ira. Estados en los que se muestra descontrol y agresividad, con una actitud amenazante que se manifiesta mediante gritos y, a menudo, daños físicos a los objetos que le rodean, e incluso a animales o personas. No se trata de algo puntual, sino de un estado emocional descontrolado, que puede ser recurrente en el tiempo.
  • Estos episodios de ira no son proporcionales a la causa que los desencadena. Suelen venir provocados por una situación que el sujeto interpreta como negativa, pero que otras personas manejarían con facilidad, como una pequeña discusión, un trabajo que no les sale bien, una crítica de un compañero de trabajo… En algunos casos la causa incluso puede ser imaginada, como por ejemplo sentirse atacado en una discusión cuando en realidad no hay ataque o por celos imaginarios. Todas son “razones” que desatan una fuerte agresividad.
Hombre con agresividad golpeando ordenador

El trastorno explosivo intermitente es un obstáculo

No manejar la ira tiene consecuencias devastadoras en la vida de quienes padecen este trastorno y en su entorno, ya que controlar los impulsos agresivos es algo fundamental para vivir en sociedad.

La mayoría de las personas con este trastorno tienen problemas en sus relaciones personales, ya sean familiares, de pareja o amistades. Vivir cerca de una persona con este trastorno es hacerlo prácticamente en un estado de tensión continuo: no es posible predecir cuándo explotará, lo que hace que las personas que le rodean y quieren acaben alejándose, por miedo a las explosiones y sus consecuencias.

Este trastorno también afecta a la vida laboral de quienes lo sufren. Dado que la persona no sabe cómo controlar los brotes ni prevenirlos, situaciones frustrantes que todos sufrimos en el ámbito laboral, como discusiones con compañeros o críticas de superiores, acabarán desencadenando un acceso de ira tarde o temprano, lo que genera un mal ambiente laboral y un posible despido si la situación es frecuente.

Por trato, una deficiente gestión de las emociones y una mala canalización al exterior, pueden producir efectos muy adversos en la persona que lo sufre y en su entorno más próximo. En casos extremos puede llegar al aislamiento.

¿Por qué algunas personas tienen explosiones de agresividad?

Algunos estudios indican que las explosiones de agresividad son consecuencia de un déficit de serotonina en el cerebro, así como con lesiones en el córtex prefrontal. El cortex prefrontal es precisamente la parte del cerebro que está relacionada con el control de los impulsos y que se encarga del pensamiento superior.

Aunque esto hace pensar en causas biológicas, otro aspecto que destacar es que la mayoría de las personas que sufren este trastorno han convivido en ambientes donde una o varias personas manifestaban explosiones de ira. Esto hace pensar que, además de una predisposición biológica, es muy importante el aprendizaje que hacemos de niños para regular emociones.

Niño siendo víctima de la agresividad de su padre

Si un niño crece percibiendo la ira desmesurada y la violencia como instrumentos válidos para conseguir objetivos, es esperable que estas conductas se mantengan en el tiempo y se retroalimenten. Es necesario que los menores presencien ejemplos de resolución de conflictos y manejo de la frustración saludables, en los que primen la paciencia y el diálogo.

Además, es importante ayudar a los niños a entender su frustración y cómo manejarla, sobre todo si tienen tendencia a hacer reclamaciones mediante rabietas, buscando ayuda profesional si es necesario. De esta manera, le estaremos estaremos ahorrando muchos problemas futuros a ese pequeño.

El trastorno explosivo intermitente puede tratarse

Nunca es tarde para aprender más sobre nuestras emociones y cómo gestionarlas. Mediante terapia cognitivo-conductual se consigue que estas personas identifiquen las primeras señales del brote de rabia y así puedan pararlo antes de que crezca y cause daños serios. Para detenerlos se les da una serie de alternativas, como salir de la situación que esta ha provocando la frustración. Esta salida puede ser mental (desviando la atención) o física.

Otros aspectos que ayudan son practicar técnicas de relajación que rebajen el estado general de ansiedad y tratar de reducir el tono de activación general encauzando esa energía mediante la práctica de algún deporte. En algunos casos, la medicación que regula la serotonina también puede ser de ayuda.

El mindfulness también destaca por ser una técnica que beneficia en el control de impulsos. El hecho de tomar distancia de nuestros pensamientos y emociones, nos permite pensar antes de actuar. Pasamos de una reacción automática a una reacción manual. Si nos dejamos llevar por la ira, gracias al mindfulness, seremos capaces de elegir nuestra respuesta y no ser víctima de nuestros impulsos.

Conclusión

Lo importante es que, tomando consciencia de que tenemos un problema y buscando ayuda, podemos aprender a gestionar la ira y mejorar nuestra vida y la de los que nos rodean. Esto vale para las personas que tienen un trastorno, pero también para nosotros en situaciones extraordinarias que sean.

“Al salir por la puerta hacia mi libertad supe que si no dejaba atrás toda la ira, el odio y el resentimiento seguiría siendo un prisionero”

-Nelson Mandela-

Reflexionar y ser sinceros con nosotros mismos nos ayudará a tomar conciencia del problema. Se trata, sin duda, de uno de los pasos más importantes, ya que a partir de ahí, el siguiente es buscar ayuda profesional y comenzar a trabajar en nuestra evolución. Poco a poco, podremos comprobar como con trabajo, constancia y motivación, la ira quedará bajo control.

¿Conoces a alguien que sufra este trastorno o crees que lo sufres tú mismo? ¿Cómo afecta esto a tu vida diaria?


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.