Cuando la impulsividad nos destruye
¿Cuáles son los beneficios de ser impulsivo? Parece que no hay demasiados, todo lo contrario. La impulsividad nos perjudica, tanto a nosotros como a quienes nos rodean. Lo peor de todo, es que es algo inconsciente y luego, nos arrepentimos de nuestros dichos o actos, pero no podemos volver atrás en el tiempo.
Por ello, es tan importante aprender a dominar nuestros impulsos y pensar un poco más.
Si apenas alguien te dice algo, reaccionas y le contestas mal… si te están haciendo una pregunta y dices lo primero que se viene a tu mente… si eres el primero en comenzar una discusión, si cuando algo sale mal, arrojas las cosas al suelo o empiezas a gritar y hacer berrinches como los niños, quizás estés teniendo un problema de impulsividad.
No te sientas mal, todo en esta vida tiene solución (excepto la muerte, como se dice popularmente). Antes que nada es bueno comprender que ser impulsivos de vez en cuando no está mal, porque podría ayudarnos a nos ser tan tímidos o introvertidos, a conseguir lo que queremos y a hacernos oír. Sin embargo, el problema radica cuando la impulsividad es la regla y no la excepción.
Existen diferentes tipos de personas impulsivas o compulsivas. Entre éstas último, por ejemplo, las que compran sin necesidad y acumulan ropa y objetos en sus casas. No nos dedicaremos a eso en este artículo, sino a otra manera de canalizar o reaccionar ante las emociones.
Es decir, cuando usamos la rabia, la ira, los nervios o el llanto, si algo no sale como queremos o esperamos, o bien si no sabemos como solucionar un problema.
Con nuestra forma de expresarnos podemos transmitir muchas cosas. Y no siempre decimos lo bueno con nuestras palabras o actitudes. Quizás, no tenemos la mala intención de molestar o lastimar al otro, pero lo terminamos haciendo.
Si eres de los que lanza la piedra ante el primer estímulo, si contestas antes de analizar bien la situación, si la reacción inicial es enojarse o pelear, si te sientes obnubilado por la ira y cuando te sientes muy enojado, sólo piensas en ser hiriente, en vengarte o en gritar… ten cuidado, porque la impulsividad te puede jugar una mala pasada.
No tienes que poner ninguna excusa: “estoy estresada”, “lo hice sin pensar”, “tengo muchos problemas”, “la crisis económica me está haciendo mal”, “soy impulsivo por naturaleza”, “estoy con el período menstrual”, etc. Afronta la situación y acepta que tienes un problema de impulsividad. Ese es el primer paso.
Después, es momento de la acción, no de la reacción. Esto quiere decir que, si tu primer acto reflejo ante un estímulo no del todo bueno es contraatacar, mejor espera.
Puede que te funcione la técnica de contar hasta diez (o hasta veinte, treinta, cien…) o de respirar bien hondo. Lo que te ayude a no contestar o gritar, en el primer segundo posterior a que el otro terminó de hablar.
¿Para qué te sirve esto? Pues para no decir lo primero que se te viene a la mente, que muchas veces no es lo más adecuado ni acertado.
A veces, dejar pasar dos segundos no significa no poder continuar la conversación o que no has comprendido algo, sino que necesitas tiempo para procesar la información. Puede que le des mucho crédito a tu mente de ser más rápido que la luz, pero eso no siempre es bueno.
Cuando logras poner las cosas en perspectiva todo es mejor. Cuando te tomas el tiempo para analizar las palabras del otro y las propias, puedes conseguir mejores resultados.
Cuando dejas que el impulso no sea lo primero en salir de tu boca o de tu cuerpo, te predispones de otra manera. Cuando piensas antes de hablar y mides tus palabras, entonces puedes llegar a buen puerto.
Para finalizar, os dejo una bonita reflexión:
“Piensa siempre en lo que harás antes de actuar. No permitas que la impulsividad te domine o tu camino estará lleno de oscuridad”.