El dilema del erizo de Schopenhauer: herirse o morirse de frío

El dilema del erizo expone un dilema universal: hasta dónde encapsular al yo y hasta dónde permitir que sea permeable a la mirada de los demás.
El dilema del erizo de Schopenhauer: herirse o morirse de frío
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 22 octubre, 2021

El dilema del erizo es una famosa paradoja propuesta por Arthur Schopenhauer en su obra Parerga y paralipómena. En términos generales, habla de las relaciones humanas en toda su extensión. Aborda la distancia o proximidad que se debe, y se puede, establecer frente al otro.

Schopenhauer utilizó una parábola para plantear el dilema del erizo. Esta metáfora llamó la atención de Sigmund Freud, quien se refirió a ella en su ensayo Psicología de las masas y análisis del yo. Así mismo, varios psicólogos sociales la han retomado para explicar algunos de los fenómenos que se producen en las interacciones humanas.

La paradoja planteada por Schopenhauer se ha vuelto más relevante en la actualidad. El mundo ha pasado por una crisis inédita que precisamente hace referencia al contacto con el otro. Sin embargo, el dilema del erizo va aún más allá: expone las complejas coordenadas por las que se mueven la independencia, la interdependencia y la autonomía.

El amor que cuenta no es el que encuentra en el partenaire el reflejo de sí, sino el que ama aquello que cojea en el otro y lo hace distinto y singular. Solo toleramos al otro en la medida en que nos toleramos a nosotros mismos. Para no alejarnos, conviene primero acercarnos a nuestro interior”.

-José Ramón Ubieto-

El dilema del erizo

Como ya lo anotamos, Schopenhauer planteó el dilema del erizo en forma de parábola. Esta dice lo siguiente: hacía mucho frío y un grupo de erizos temblaba, mientras se miraban los unos a los otros. Descubrieron que al aproximarse entre sí sentían más calor, así que comenzaron a juntarse.

Se aproximaron tanto que comenzaron a sentir que las espinas de los demás les herían. Cuanto más se acercaban, mayor era el daño que les producían estas espinas.

Tras un rato, y viendo que no aguantaban el dolor, se separaron de nuevo. Como era de esperarse, pasaron solo unos minutos antes de que volvieran a temblar de frío, sintiendo que se congelaban. Intentaron juntarse de nuevo y sucedió lo mismo. Tras uno y otro intento lograron encontrar la distancia óptima: ni tan cerca como para herirse, ni tan lejos como para congelarse.

Dos erizos juntos para representar el dilema del erizo

Herirse o morir de frío

El dilema del erizo se puede definir como la elección entre herirse o morir de frío. Esta paradoja ha sido interpretada desde el psicoanálisis en varias oportunidades.

Freud la retoma para enriquecer uno de los planteamientos centrales de su teoría: los afectos son ambivalentes. En todo amor hay odio y viceversa, es decir, hostilidad y cercanía. No existen los afectos puros.

Más adelante, Jacques Lacan lo interpretaría de otra manera, a la luz de sus tesis. Señala que dentro de cada persona hay algo que le resulta irreconocible a ella misma. Aspectos que no le gustan y provocan rechazo. Para evitar el malestar, lo que haríamos sería proyectarlos en el exterior.

De este modo, se le imputa al otro aquello que uno rechaza de sí mismo. Esto construye una frontera psíquica en la que quedan diferenciados lo interior y lo exterior. Así pues, el odio a uno mismo termina siendo proyectado en el otro.

La metáfora planteada por el dilema del erizo alude a esto: lo que hiero y lo que me hiere son lo mismo.

Mujer mirándose en un espejo roto

Aceptación y empatía

Para la psicología social, la solución acertada pasaría por encontrar la distancia óptima, al igual que propone el dilema del erizo: ni tan cerca de los demás como para salir herido, ni tan lejos como para morir de frío. Desde el punto de vista del psicoanálisis, la contradicción planteada en el dilema del erizo no puede resolverse, pero sí sortearse.

En este caso, no se habla tanto del cálculo de la distancia como del amor como la fuerza capaz de modelar esa frontera psíquica. Es el amor, entendido como renuncia al egoísmo, lo que ha hecho posible la civilización. Sin embargo, no se trata de un “amor en bruto”, sino elaborado. Lo primero es el amor propio, que en este caso equivale a aceptar esos aspectos que no gustan de uno mismo.

Por ejemplo, no eres tú quien me hace daño cuando te niegas a darme algo que necesito, sino que es mi necesidad la que me lastima. Este tipo de aceptación tendría un efecto inmediato: aquello que conocemos como empatía y que vendría a ser una de las tantas caras del amor. Es esa empatía la que permite acercarse íntimamente al otro, sin herir ni ser herido.


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  • Conde Soto, F. (2015). Los afectos como efectos del lenguaje sobre el cuerpo: de las pasiones de Aristóteles a los afectos en la teoría psicoanalítica de Freud y Lacan. Daimon Revista Internacional de Filosofia, (65), 119–132. https://doi.org/10.6018/daimon/182691.
  • Pellerano, F. Q. (2020). La defensa: En el dilema del zorro y el erizo. Revista Política y Estrategia, (135), 73-98.

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