Dismorfofobia: causas y tratamiento
La dismorfofobia es un trastorno psicológico cuya característica clínica principal es la idea o creencia de padecer un defecto físico intolerable. Esta idea termina por convertirse en una preocupación importante, de manera que el paciente ve afectada gran parte de su vida por la ansiedad que genera.
Aunque en versiones anteriores del DSM la dismorfofobia estaba clasificada dentro de los trastornos somatomorfos, actualmente el DSM 5 lo ha incluido en el capítulo de trastornos obsesivos compulsivos y relacionados. Este cambio se debe en parte al carácter compulsivo que tiene el trastorno y a las ideas obsesivas respecto al aspecto físico.
La persona cree a ciencia cierta que tiene un defecto y para aplacar la ansiedad que esta creencia le produce, lleva a cabo una serie de rituales como pueden ser: mirarse repetidamente al espejo muchas veces al día, intentar disimular de algún modo su supuesto defecto e incluso someterse a múltiples tratamientos estéticos o quirúrgicos.
Es un trastorno que suele aparecer en la adolescencia, cuando los temas del aspecto físico alcanzan mayor importancia entre los iguales, influyendo sobre el autoconcepto y la autoestima. Afecta más o menos en la misma proporción a hombres que a mujeres, aunque algunos estudios hablan de una afectación ligeramente superior en mujeres.
Es muy normal que aparezcan en pacientes que visitan con asiduidad las consultas de dermatología. De hecho, los defectos más consultados en estos pacientes suelen ser los de la piel (acné, rosácea, arrugas…), los del cabello (alopecia) y por otro lado, la nariz, que también es un aspecto de consulta recurrente.
En la actualidad, el tratamiento cognitivo-conductual de Rosen es el que se ha demostrado como más eficaz para este trastorno. Combina estrategias dirigidas a cambiar los supuestos disfuncionales sobre la apariencia física, así como otras destinadas a modificar las compulsiones.
Causas de la dismorfofobia
Como todos los trastornos psicológicos, la dismorfofobia tiene una etiología multicausal. El papel del contexto familiar es importante en el sentido de que si hemos recibido una educación en la que el aspecto físico era un valor demasiado importante, es más probable que podamos padecer el desorden.
Por otro lado, si hemos sido víctimas de abusos en la infancia, como por ejemplo bullying en el colegio o instituto, también es probable que el trastorno se precipite.
Tener algún defecto real, aunque sea leve, puede así mismo llevar a la magnificación de dicho defecto y a centrar la vida alrededor del mismo, de forma que se dispare la dismorfofobia.
Evidentemente, tener una autoestima baja, basada en características externas, modificables y efímeras -como es el aspecto físico- hace mucho más probable que la persona caiga en la trampa del trastorno dismórifco. Aun con todo, lo más importante de cara al tratamiento cognitivo conductual de la dismorfofobia es comprobar cómo se está manteniendo el trastorno y cortar el círculo vicioso.
Tratamiento cognitivo conductual para la dismorfofobia de Rosen
Antes de empezar la terapia, es importante un examen completo de los síntomas del trastorno dismórfico y de las quejas sobre la apariencia. El BDDE es un cuestionario que tiene buena habilidad y validez y es sensible a los cambios tras el tratamiento.
Una vez realizada la evaluación, el paciente debe entender el objetivo principal del tratamiento que es cambiar la imagen corporal, no su apariencia.
La imagen corporal es un constructo psicológico subjetivo y, por lo tanto, independiente de la apariencia real. Se les explica una idea: corregir un defecto o acudir a un método para mejorar la belleza no siempre ha tenido como consecuencia un cambio de la propia imagen, que es posible sentirse mejor sobre la propia apariencia sin cambiar realmente el aspecto y que otras personas pueden percibir la apariencia del paciente de una forma muy distinta a como él la percibe.
No es necesario convencer al paciente de que el defecto es imaginario. De hecho, es mejor evitar un enfrentamiento sobre esta creencia y centrarse en la interferencia que ha generado la preocupación. Podemos sugerirle que escriba una breve historia del desarrollo de las preocupaciones sobre su apariencia, desde la infancia hasta la adolescencia. También será útil realizar autorregistros para facilitar la reestructuración cognitiva de las ideas disfuncionales sobre la apariencia.
Es importante ir abandonando el lenguaje negativo sobre el cuerpo de estos pacientes (“Mi cara es tan ancha, sin contorno….qué desagradable”) para ir haciendo valoraciones más objetivas, neutrales o sensatas y que no lleven asociadas una carga emocional de autocrítica.
Se le anima al paciente a hacer nuevas descripciones neutrales de su aspecto y que las practique mientras se expone delante del espejo.
Como técnicas conductuales, la persona con dismorfofobia tiene que exponerse a su propio cuerpo, sin supervisión y en la intimidad de su propia casa. Se puede realizar una jerarquía de las partes corporales, desde las menos angustiosas a las que más, e ir exponiéndose gradualmente hasta alcanzar el mínimo malestar.
Poco a poco, iremos ampliando la exposición, de manera que el paciente pueda mirar el reflejo que devuelven los escaparates de las tiendas o los espejos de probadores, para posteriormente exponerse de forma pública: usar ropa que no solía usar o ir a la playa con un bañador que evitaba ponerse.
Por último, el tratamiento cognitivo conductual de la dirmorfofobia queda completado con la prevención de respuesta: examinarse y acicalarse (por ejemplo, salir a la calle sin ningún tipo de maquillaje), la eliminación de la búsqueda de palabras tranquilizadoras por parte de otras personas allegadas, aceptar cumplidos (dar las gracias si alguien le dice que está muy guapo, en lugar de rechazarlo) y la tolerancia de una idea: es imposible que la imagen que proyectamos le guste a todo el mundo o se adapte de manera completa a la que nos gustaría proyectar.
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- Vallejo, P, M.A. (2016). Manual de Terapia de Conducta. Editorial Dykinson-Psicología. Tomo I.