El ataque de pánico y la incomprensión social

El ataque de pánico y la incomprensión social
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 22 junio, 2019

Nadie elige a capricho experimentar un ataque de pánico. Nadie inventa esos miedos auténticos que atrapan, asfixian y que nos quitan el aliento hasta hacernos creer que vamos a morir. Sin embargo, la incomprensión social tejida alrededor de estos trastornos intensifica aún más la sensación de angustia y, por supuesto, de soledad.

Todo aquel que conozca este tema recordará sin duda su primer “bautismo” con los ataques de pánico. Acabar del trabajo, por ejemplo, subir al metro y, de pronto, al escuchar a un par de personas gritarse en medio de una conversación, aparece el mareo, la turbación y ese corazón que se dispara, desbocado, como si estuviéramos cayendo al vacío, a un abismo muy profundo.

“Valiente no es quien no siente miedo, sino quien se enfrenta al miedo”

-Nelson Mandela-

Se estima que casi el 10% de la población mundial ha sufrido alguna vez un ataque de pánico. Ahora bien, el auténtico problema llega cuando esa experiencia aterradora se vuelve recurrente y, lo que es peor: imprevisible. Lo curioso de todo esto es que, a pesar de ser uno de los problemas psicológicos más comunes actualmente, es de los más desconocidos.

Quien sufre un ataque de pánico no es débil ni está psicótico. Tampoco necesita nuestra compasión, lo que merece es comprensión y, ante todo, ver estas situaciones de angustia como algo que todos nosotros podemos experimentar en alguna vez.

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El ataque de pánico y el y solitario mundo de los miedos

Sudoración, mareos, boca seca, palpitaciones, náuseas, ahogo… El ataque de pánico llega de pronto, como si alguien hubiera oprimido ese botón rojo, que con muy mala fe desencadena el horror en su sentido más auténtico. Asimismo, no podemos olvidar que a los síntomas físicos se les añaden esas atribuciones donde uno cree que verdaderamente ha perdido el control y de que su vida corre peligro.

Ahora bien, ¿a qué tenemos miedo realmente cuando esto sucede? A veces es el temor a subir a un avión, pueden ser las grandes masas de gente, los espacios pequeños o incluso ciertas percepciones distorsionadas sobre lo que sucede en el cuerpo. Los miedos, aunque injustificados, se convierten en auténticos devoradores de calma, de equilibrio y de autocontrol.

Resulta casi reconfortante saber que todo esto tiene un origen muy claro en nuestro cerebro. Los científicos lo han llamado la “red del miedo” y explica que las personas que suelen padecer lo que el DSM-V define como “crisis de angustia o trastornos del pánico” tienen partes de sus cerebros con un tipo de actividad algo inusual.

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Según un trabajo publicado en la revista “Molecular Psychiatry“, en el córtex cingulofrontal existe un tipo de red que controla nuestra percepción del miedo. Es en esta área donde se gestionan dimensiones como la interocepción o la autopercepción de la condición fisiológica de nuestro cuerpo.

¿Qué significa esto? Básicamente que en este trastorno nuestros mecanismos del miedo se “desregulan” hasta el punto de generar reacciones de auténtico pánico, aún cuando no haya un riesgo real. Esto es algo que deberíamos tener muy en cuenta para comprender mucho mejor esta realidad, que dista mucho de responder a los caprichos de quienes la padecen y que se sufre como la que más.

Puedes superarlo, pero no en soledad: busca apoyo

Muchos pacientes con trastornos del pánico prefieren, si es posible, sufrir en silencio su problema. Aunque lo que yace dormido pero latente solo necesita un desencadenante puntual para que la crisis aparezca de nuevo. Y lo hace, sin duda. Los demonios del miedo surgen para entremezclarse con el desconcierto y la incomprensión de quienes nos rodean, y de este modo, se intensifica aún más el problema.

Hay que dar el paso, debemos buscar apoyo. Hemos de tener en cuenta que los trastornos de pánico pueden ir asociados a enfermedades como el hipertiroidismo, hiperparatiroidismo, la feocromocitoma, disfunciones vestibulares o  trastornos convulsivos.

No obstante, en esos casos en que no existe una enfermedad subyacente, se combina el tratamiento farmacológico con la psicoterapia. Mientras los fármacos restablecen nuestros los niveles de serotonina en el cerebro, enfoques como la terapia cognitivo conductual (TCC), por ejemplo, pueden servirnos de ayuda, tanto en los ataques de pánico como en los trastornos de ansiedad generalizada.

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Lo esencial en estos casos es capacitar a la persona en la observación, el entendimiento y el control de sus sensaciones físicas, al mismo tiempo que se les facilita herramientas para que sean conscientes de esos pensamientos implicados en los episodios de angustia intensa.

Ahora bien, sabemos que no todo ello no es un proceso corto ni fácil y, aunque técnicas como la exposición interoceptiva o el entrenamiento en relajación progresiva siempre son esenciales en estos trastornos, lo que se necesita también es el apoyo de la familia y los amigos.

Porque lo creamos o no, el ataque de pánico sigue siendo a día de hoy un tema trufado por falsas creencias. Nadie se acaba volviendo loco a medida que sufre más crisis de angustia. Tampoco es un problema asociado en exclusividad al género femenino, ni es una enfermedad que se cure solo con pastillas.

Es necesario que cambiemos ciertos esquemas y seamos más cercanos y sensibles a este tipo dimensiones. Porque al fin y al cabo las enfermedades mentales tienen tratamiento, pero muchos prejuicios sociales a día de hoy siguen sin tener cura.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.