El consumismo en el mundo de la moda

Hoy os traemos un documental magistralmente dirigido por Andrew Morgan. The True Cost nos muestra la aterradora realidad que hay detrás de cada prenda de vestir que compramos.
El consumismo en el mundo de la moda
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Sonia Budner

Última actualización: 01 febrero, 2022

Hay un asunto que nos está pasando inadvertido a muchos de nosotros y sobre el que queremos hablar hoy. El consumismo en el mundo de la moda se está convirtiendo en un fenómeno más que preocupante. Lamentablemente estamos hablando de algo más que una compulsión. Estamos ante un fenómeno que se ha estudiado en profundidad desde la psicología social.

El mundo de la moda, especialmente en occidente, ha cambiado de manera drástica en muy pocos años. Lo que nosotros vemos es solo la punta del iceberg de un problema de magnitud internacional y de consecuencias devastadoras para una parte muy importante de la población.

El extraordinario documental The True Cost, dirigido brillantemente por Andrew Morgan y recientemente estrenado en Netflix, nos muestra cuál es el verdadero precio de una realidad escalofriante.

Lo cierto es que, desde hace algunos años, lo que nosotros percibimos es que podemos adquirir mucha más ropa porque los precios han caído drásticamente. Eso, que parecían buenas noticias para casi todos (y algo de espacio en las apretadas economías a las que muchos hacen frente hoy), resulta ser una de las estrategias económicas más letales que ha conocido el ser humano a día de hoy.

¿Por qué nuestra ropa es ahora más asequible?

En la última década hemos visto un descenso importante en el precio de las prendas de vestir. Teníamos una ligera idea que era consecuencia de la globalización. La mayoría de las empresas de moda terminaron trabajando con países como China, Bangladesh o Camboya, donde el coste de vida es mucho más bajo que en occidente, y por lo tanto con un coste de producción mucho más bajo también.

Muchos de nosotros teníamos la imagen mental de personas trabajando al otro lado del mundo, en países que, precisamente por este motivo, deberían encontrarse en plena vía de desarrollo económico. Veíamos el problema desde nuestro ombligo: se han llevado la industria a otra parte y han dejado aquí un hueco laboral importante.

Mujer haciendo ropa

Pero el problema es mucho más serio. Porque los trabajadores que cosen cada día esa ropa que nosotros ahora podemos comprar mejor que nunca resulta que están muy lejos de ningún tipo de desarrollo económico. Ni presente, ni futuro.

El consumismo en el mundo de la moda generado por las grandes empresas ha creado países de esclavos. Lugares en los que los trabajdores del sector textil trabajan jornadas interminables, en condiciones más que penosas y con todas las leyes de su país en contra. Y lo hacen a cambio de unos sueldos miserables que no les permiten siquiera cubrir las necesidades más básicas.

¿Qué está pasando?

Las grandes marcas de moda llegan con propuestas muy concisas a estos países. Ellos son quienes marcan el precio de producción.

Si una fábrica no puede asumir un precio de producción ridículo, la corporación lleva su propuesta a cualquier otro país. De esta manera, propietarios de fábricas de ropa y los propios gobiernos de los países se ven forzados a aceptar trabajar por prácticamente nada.

Contando con que la parte más grande del pastel está en el beneficio económico del coste producción/ precio final de venta, nos encontramos con que millones de trabajadores están haciendo su labor prácticamente por nada. Mientras, las grandes corporaciones de la moda están duplicando y triplicando sus beneficios cada trimestre.

Mujer mirando ropa

Consecuencias del consumismo en el mundo de la moda

Para hacernos una idea: en Camboya, recientemente, los trabajadores de las empresas de confección de moda se manifestaron en las calles para pedir un aumento de sueldo hasta los 160 dólares mensuales. El gobierno de su país arremetió contra ellos haciendo uso de las fuerzas armadas y en pocos días varios trabajadores resultaron muertos.

Hay trabajadores en Bangladesh que trabajan por 12 dólares al mes. Y lo hacen en las peores condiciones imaginables, en edificios que se derrumban dejando miles de muertos bajo los escombros.

Aunque es cierto que en estos países el coste de la vida es inferior al nuestro, esos 12 dólares al mes no les dan para nada. No pueden darles una educación a sus hijos, no pueden mantener unas condiciones de vida mínimamente aceptables. En definitiva, no pueden salir de una miseria que se ha convertido en una verdadera cárcel para millones de personas y sus futuras generaciones.

El verdadero precio del consumismo en el mundo de la moda

Los tintes utilizados, los pesticidas para la producción masiva de tejido de algodón y las condiciones insalubres en las que toda esta ropa se produce están teniendo un impacto en el medio ambiente y en la salud de millones de personas de los que hoy no tenemos aún idea de su verdadero alcance.

Todo esto está ocurriendo para que nosotros podamos comprarnos una camiseta de 5 euros, todas las semanas. Lo hacemos porque como solo nos cuesta 5 euros no la valoramos. Podemos tirarla y comprarnos otra siempre que queramos.

Las grandes empresas no parecen tener intención de resolver esto. Pero la verdadera pregunta es ¿Podemos nosotros pararlo? ¿Podemos empezar a concienciarnos del precio real de las cosas que compramos? ¿En esta vida el valor más importante es el dinero que podemos gastar?

Una ilusión compartida

Esta fea realidad tiene mucho de espejismo. En nuestro mundo occidentalizado estamos en un momento en que la clase media ha perdido prácticamente el estatus. Ha perdido el poder adquisitivo en las cosas que de verdad son importantes y necesarias. Cada vez es más difícil acceder a una vivienda, a un buen seguro médico o a una buena educación.

Sin embargo, las estadísticas muestran como somos capaces de sentirnos todavía con poder adquisitivo porque podemos ir de compras y llegar siempre con alguna buena oferta a casa. Sin embargo, al final no deja de ser un engaño. Y es un autoengaño que está costando literalmente sangre humana al otro lado del planeta.

En definitiva, somos nosotros quienes consumimos. Sin nuestras compras compulsivas este feo asunto no podría continuar. Quizás sea hora de empezar a tomar conciencia de lo que hay detrás de cada prenda que compramos. De empezar a valorar lo que tenemos y no desecharlo rápidamente porque “podemos comprar más barato”. Seguro que podemos; la pregunta es, ¿debemos hacerlo? Ese es nuestro verdadero poder. Uno mucho más importante que el poder adquisitivo.

 


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