El efecto Zeigarnik: la angustia de no poder terminar lo iniciado
El efecto Zeigarnik nos recuerda que al cerebro no le agrada dejar las cosas a medias o, más aún, que nos den información ambigua o imprecisa. Ello explica, por ejemplo, por qué es molesto interrumpir la lectura de un libro que nos interesa. Esta característica también estaría detrás de esa angustia vivida cuando alguien nos deja sin dar ninguna explicación.
Los guionistas de cine y televisión conocen muy bien este fenómeno psicológico. De ahí, que lleven décadas usando el conocido efecto Cliffhanger para fidelizar a su público. Esta técnica consiste, como sabréis, en situar la máxima tensión, efectismo y emoción posible justo al final de los capítulos o las producciones cinematográficas.
Esa conclusión abrupta e inesperada obligará al espectador a estar pendiente de nuevas entregas. Ahora bien, queda claro que a menudo acabamos cansados de este tipo de recursos porque entendemos que nos están manipulando. Sin embargo, en el día a día es casi irremediable no quedar supeditados a este mecanismo mental tan interesante como sofisticado.
La psicología cognitiva siempre se ha sentido interesada por el efecto Zeigarnik y por esos pensamientos intrusivos que suelen visitarnos al estar pendientes de tareas o experiencias inconclusas. Es más, este fenómeno podría explicar también por qué a menudo nos lamentamos más por aquello que no hicimos que por lo que sí llegamos a realizar.
“Mañana es sólo un adverbio de tiempo”.
-Graham Greene-
El efecto Zeigarnik y un restaurante austríaco
Estamos en 1920, en un pequeño restaurante de Austria. Allí, está sentada una joven psicóloga rusa llamada Bulma Zeigarnik, algo impaciente porque su profesor Kurt Lewin, se retrasaba. En un momento dado, dejó de mirar el reloj y atender, como buena observadora científica, aquello que acontecía a su alrededor.
Se dio cuenta de algo curioso. Los camareros tenían una memoria asombrosa para recordar los pedidos de cada cliente. No importaba la compleja que fuera la combinación de platos o tipos de bebidas. Nunca fallaban. Sin embargo, Bulma pudo apreciar algo aún más llamativo: cuando los clientes pagaban la cuenta los camareros olvidaban al instante los pedidos de cada persona.
No obstante, en sus cerebros permanecía aún cada detalle de aquellos otros que aún no habían pasado por caja. Es decir, las transacciones inacabadas eran esas tareas pendientes que el cerebro no podía olvidar, eran cuentas sin finalizar y por tanto imposibles de olvidar.
La joven Bulma Zeigarnik no tardó demasiado en volver a la Universidad e iniciar su famoso estudio, el cual sería finalmente publicado en 1927, bajo el título “On Finished and Unfinished Tasks“ (De tareas acabadas e inacabadas).
La angustia de lo inacabado o no realizado
A menudo suele decirse aquello de que lo inacabado o lo que no llegó a ser, contiene por sí mismo una singular belleza. Hay en estas cosas cierta melancolía y tristeza, esa angustia extraña por todo aquello que por las circunstancias que fueran, no pudieron finalizarse o ni tan solo intentarse.
Ahí tenemos piezas como la S infonía n.8 “Inacabada” de Franz Schubert, una pieza musical exquisita según los expertos y que el propio autor se vio obligado a dejar a medias debido a una enfermedad. Estos fenómenos, como por ejemplo, sentirnos mal por no habernos atrevido a iniciar una relación con una persona, son lo que autores como Savitsky, Medvec y Gilovich, 1997 describen como “omisiones dolorosas”.
Esto provoca entre otras cosas, que sintamos malestar, rabia o desconsuelo cuando las personas no responden a nuestras preguntas, cuando nos prometen cosas que más tarde no llegan a cumplirse o cuando se terminan relaciones afectivas sin que logremos identificar muy bien la causa de ese abandono.
Al cerebro no le agrada la ambigüedad
Schiffman y Greist-Bousquet (1992) realizaron un estudio en la Universidad de Michigan donde demostraron otra característica sobre el efecto Zeigarnik. Al cerebro no le agrada la ambigüedad. Es decir, tan angustioso nos resulta el hecho de no poder finalizar algo como no entenderlo o que de pronto aparezca una información ambigua o que nos hace cuestionarnos todo lo anterior.
Un ejemplo. En la historia de la televisión siempre se suele traer a colación el fenómeno Lost. Esta serie emitida entre el 2004 y el 2010 supuso para muchas personas una experiencia de gran impacto psicológico por diferentes motivos, en especial por el final. Para una buena parte de los televidentes fue demasiado ambiguo y difícil de entender.
En este caso el efecto Zeigarnik fue doble. Quedaron muchas preguntas sin responder y las que se ofrecieron para muchos de sus seguidores no fueron lo suficientemente esclarecedoras. Esto ha hecho, quizá, que la estela y el impacto de esta serie haya tenido más recorrido en el tiempo.
Para concluir. Hay un hecho en el que vale la pena reflexionar. Lo queramos o no, nuestra realidad cotidiana y el tejido de la propia vida está enhebrado por el efecto Zeigarnik. Siempre habrá aspectos que se quedarán sin respuesta, que serán ambiguos y hasta inexplicables, esos que requerirán de una inferencia personal, como cuando nos introducimos en alguna producción de David Lynch.
Debemos ser capaces de tolerar por tanto la incertidumbre y esos vacíos donde no habita la lógica. La vida no es un videojuego, ese mundo donde uno puede dejar en pause un combate y reiniciarlo después. A veces, hay aspectos que no pueden retomarse y que quedarán pendientes para siempre en el universo de nuestra mente. Esto es algo que debemos considerar.
Sea como sea, siempre es interesante profundizar en estos fenómenos psicológicos para entender la métrica y singularidad de nuestro maravilloso cerebro.
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- Reeve, J., Cole, S., and Olson, B. (1986). The Zeigarnik Effect and Intrinsic Motivation: Are They The Same? Motivation and Emototion, 10(3), 233-245.
- Schiffman, N., Greist-Bousquet, S. (1992). The effect of task interruption and closure on perceived duration. Bulletin of the Psychometiric Society, 30 (1), 9-11.
- Zeigarnik, B. (1927). Uber das Behalten yon erledigten und underledigten Handlungen. Psychologische Forschung, 9, 1-85.