El flaco favor, un arma de doble filo
La palabra favor proviene del latín y de su componente léxico favere que significa ‘favorecer, ser favorable o ser partidario’. El significado original es ‘ayuda, apoyo, benevolencia’ y, sin embargo, dista de ser similar al que, a veces, se entiende en la actualidad. En oposición al favor, se encuentra el flaco favor o el perjuicio.
En un principio podríamos pensar que un flaco favor es simplemente un favor pequeño o de poca importancia. Sin embargo, esto no es así. Un flaco favor es el que tiene intención, efectivamente, de ser un favor, pero termina por ser un problema. Profundicemos un poco más.
En ocasiones, sin pedirlo, recibimos la ayuda de otras personas, aparentemente de manera altruista o inesperada. Esto nos llena de alegría y de agradecimiento hacia ellas, que con sus favores nos conceden un poder transformador.
Claro que estas situaciones pueden pasar desapercibidas en un mundo constante de demandas y exigencias en plazos cortos. Con ello, podemos olvidarnos de ser lo suficientemente agradecidos; especialmente con aquellas personas que, sin llamar la atención, mueven el viento en pro, y no en contra nuestra, casi de forma justiciera .
Los mediadores entre el favor y el agradecimiento
La carencia de muestras de gratitud puede deberse a una distorsión cognitiva, esa que hace más saliente a lo negativo que a lo positivo. La abstracción selectiva o el filtrado selectivo es una distorsión del pensamiento que te lleva a sentir que lo negativo es más relevante y presente que lo positivo.
Sin embargo, de la misma manera que no solemos ser lo suficientemente agradecidos, también puede ocurrir que no prestemos la suficiente atención a aquellas situaciones, que de manera intencionada o no, nos conducen a situaciones que no son de nuestro agrado.
Por otro lado, la vida no es un algoritmo matemáticamente perfecto; por eso, acciones o circunstancias que, en un principio nos benefician, pueden terminar perjudicándonos. La mayoría de las veces son resultados no intencionados, y en efecto pueden resultar ser un flaco favor, suponiendo un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
En otro plano, los filtros mentales constituyen diferentes lentes por las que pasamos la información que recibimos o los pensamientos que generamos. Todos tenemos y los generamos a partir de las experiencias que vivimos , generalmente de manera inconsciente. Los filtros mentales o las distorsiones cognitivas serán los mediadores de cuán agradecidos o no estaremos ante ciertos favores, ya sean requeridos u ofrecidos.
La condescendencia, un identificador de los flacos favores
En otras ocasiones, y para nuestro asombro posterior, algunos de los flacos favores provienen desde un lugar no bienintencionado y convirtiéndose además en un favor para la persona que “quiere ayudarnos”.
Estas situaciones suelen envolverse en una actitud condescendiente. Por otro lado, pueden estar motivadas solo por responder única y exclusivamente el beneficio del que se ofrece. Por esto, los flacos favores, pueden ser un arma de doble filo.
La condescendencia se produce cuando se mezcla un sentimiento de superioridad con una amabilidad mal entendida hacia la persona a la que supuestamente se intenta beneficiar. Puede suceder que alguien esté siendo condescendiente con nosotros, disfrazado de un favor – y que no pedimos–, y que las consecuencias del mismo sean perjudiciales.
Para prevenir situaciones como esta, que distan ser una ayuda valiosa para quien las recibe, es importante mantener un cierto sentido crítico con las ofertas, aunque sean de ayuda, que recibimos . Por otro lado, si el perjuicio ya tuvo lugar, podemos hacer lo siguiente.
¿Qué hacer con el flaco favor?
Podemos tener en cuenta las pautas siguientes:
- Desculpabilizarte. En primer lugar, entrever la causa de la situación o de flaco favor. Si no es culpa nuestra, no asumirla.
- Responsabilizarte. Entender que la falta de culpabilidad no nos quita responsabilidad. Sí, también somos responsables de lo que aceptamos.
- Evaluar la intención y dejar ir. Evaluar si el favor viene con segundas intenciones.
A fin de cuentas, somos humanos y queriéndolo o sin querer, nos equivocamos. En este sentido, el humanismo nos abre las puertas hacia la compasión y el perdón. Es importante recordar también que muchos de los flacos favores, incluso aquellos con segundas intenciones o malintencionados, tienen lugar desde la ignorancia.
“Perdónalos, padre, porque no saben lo que hacen”.
-Lucas 23:34-
El favor, como producto de mercado, deja de ser un favor
Cuando hablamos de favor -el favor perfecto- solemos referirnos a un acto desinteresado, bienintencionado y de interés para la persona que lo recibe. Sin embargo, en la actualidad, pareciera que un favor debe ser recíproco, motivando a las personas para hacerlos por un pseudoderecho de reciprocidad.
Así, de no devolverse, en ocasiones el favor adquiere un falso carácter de deuda, con las inevitables consecuencias negativas que esto supone para el supuestamente favorecido. Esto de entrada ya constituye inevitablemente un flaco favor para el destinatario. Es más, en ocasiones la no devolución del favor sitúa en inferioridad al receptor, que no es otra cosa que una proyección. Esta proyección crea un mercado ilusorio de favores y deudas, que puede dan lugar a sentimientos negativos o de rencor, especialmente si el “generoso” no recibe una devolución.
Por concepción social, el favor es altruista y desinteresado. Sin embargo, los favores que a simples vista no parecen interesados -y lo son-, bajo una actitud condescendiente -cuando no los necesitamos-, son más previsibles de convertirse en un flaco favor. Por ello, especialmente aquellas situaciones que llegan inesperadamente, y de entrada pareciera que nos estén haciendo un favor, piénsalo dos veces. Recuerda que los flacos favores, de favor tienen sólo su nombre.
La cadena de favores es una idea opuesta a la idea mercantil del favor. Parte de la base de que todos podemos ser altruistas, de manera que, si favorecemos a alguien sin esperar nada a cambio, otra persona hará lo mismo con nosotros.
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- Festinger, L. (1975). Teoría de la disonancia cognoscitiva. Instituto de Estudios Políticos.