El experimento de Bruce Alexander: ¿cómo afecta el ambiente a la drogadicción?
A pesar de que conocemos cómo funcionan las adicciones, al observar a quienes son dependientes de sustancias, muchas personas pueden preguntarse cómo han escogido esa vía tan dañina y por qué no pueden liberarse de su yugo. Generalmente, apuntamos a los efectos psicoactivos de las drogas como componente principal de la adicción; sin embargo, el experimento de Bruce Alexander amplía la perspectiva a este respecto.
Según este psicólogo y profesor canadiense, las condiciones ambientales y sociales tienen una fuerte influencia en las adicciones, ya que aumentan la predisposición al consumo de drogas. Desde este enfoque, los entornos en los que estamos inmersos podrían determinar lo proclives que somos a desarrollar una adicción. Si quieres saber en qué sustentó tales afirmaciones, te lo mostramos a continuación.
El experimento de Bruce Alexander
La hipótesis de Bruce Alexander surge a raíz de los míticos experimentos sobre adicciones llevados a cabos en roedores en los años 60. En ellos, las ratas permanecían enjauladas y disponían de dos dispensadores: uno de ellos con agua y el otro con agua más alguna droga (cocaína o heroína). La mayoría de las ratas se “obsesionaban” con la sustancia y terminaban por beber esa agua continuamente, hasta incluso morir por sobredosis.
En otros experimentos, a los animales se les introducía (mediante intervención quirúrgica) un dispositivo que les permitía autoadministrarse droga al presionar una palanca en la jaula. Lo que ocurrió fue que muchas de ellos comenzaron a accionar repetidamente la palanca e incluso olvidaban beber o alimentarse para seguir suministrándose la droga.
Estos experimentos llevaron a pensar que algo similar ocurre en las personas, y que la dependencia se genera por el gran potencial adictivo de las sustancias. Sin embargo, Bruce Alexander se planteó si este era realmente el motivo o si eran las condiciones ambientales de los roedores los que estaban influyendo.
Tengamos en cuenta que las ratas empleadas en dichos estudios son animales sociales, curiosos y sexualmente activos, que disfrutan estar en espacios amplios y en interacción con otros de su especie. Así, el entorno empobrecido y aislado de la jaula era realmente una tortura para ellas.
El parque de las ratas
Para comprobar su hipótesis, Alexander diseñó su famoso “parque de ratas”. En él, las jaulas tenían dimensiones mucho mayores que las usualmente utilizadas. Los roedores disponían de abundante comida y actividades de entretenimiento y se pretendía simular al máximo su entorno natural. También contaban con los mismos dos dispensadores de agua con y sin droga.
Al comparar a las ratas enjauladas y a las que disfrutaban del “parque”, se encontró que estas últimas tardaron más en probar y consumir la droga, y preferían el agua normal, incluso habiendo probado la que contenía la sustancia. De hecho, parecían rehuir y tratar de evitar los efectos activos de la droga.
Incluso, se obligó a varias ratas a consumir la sustancia durante 57 días (tiempo suficiente para generar una adicción), antes de introducirlas en el parque. Sin embargo, se observó que al llegar y tener la opción de escoger, preferían tomar el agua corriente.
Estos resultados corroboran que, de hecho, eran los factores ambientales y sociales los que conducían a la adicción. Que el aislamiento, la privación sensorial y el empobrecimiento del entorno eran determinantes.
Incluso, experimentos realizados posteriormente encontraron que si tenían que elegir entre la administración de drogas y la interacción con un compañero social, las ratas elegían la última opción. Además, en aquellas que escogieron renunciar libremente a la sustancia, no se observó un aumento posterior en el deseo de consumo, como sí se vio en las que fueron forzadas a la abstinencia.
No eres tú, es tu jaula
Esta perspectiva se ha trasladado también a los nuevos enfoques e intervenciones sobre la adicción en humanos. Y es que cada vez más se defiende que la adicción no es meramente una enfermedad o patología, sino un modo de adaptación de la persona a un entorno y a una sociedad que les resultan dañinos y carentes.
La sociedad está cada vez más fragmentadas. Vamos perdiendo nuestras tradiciones y comunidades, y las conexiones con familiares y vecinos también se debilitan a medida que prima el individualismo. Esto genera en los seres humanos una desconexión, una alienación, una falta de identidad, significado y propósito.
No disfrutamos de conexiones significativas y funcionales, no sentimos tener un lugar en el mundo y esto nos priva del tan necesario sentido de pertenencia. Así, la experiencia vital se torna vacía y carente de sentido. En algunas personas el impacto de este fenómeno es mucho mayor y genera una gran desesperanza y desesperación internas. Así, la droga aparece como única vía de alivio y compensación.
De algún modo, el adicto encuentra en su adicción su identidad y su propósito. Tiene algo que le identifica, algo en que pensar y de lo que ocuparse. Por lo mismo, se aferra a esto ferozmente a pesar de las consecuencias negativas que acarrea y la culpa que puede generar.
Nuevas perspectivas de intervención
Con todo esto, entendemos que es momento de alejarse de las concepciones que sitúan a la adicción como una debilidad personal o una mera patología médica, y comenzar a considerar los factores sociales y culturales. La recuperación de una adicción pasaría por reintegrar a la persona en la sociedad de forma profunda y apropiada. Es decir, por restaurar su lugar en una comunidad funcional.
Este enfoque no resta valor ni niega la eficacia de las diferentes intervenciones que han venido aplicándose al tratamiento de las adicciones en los últimos tiempos. Sin embargo, nos insta a recordar también esa jaula, que en el caso de los humanos es invisible, pero que si no cambia, seguirá conduciendo a muchas personas a la dependencia de sustancias y hábitos.
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