El hiperoptimismo infantil, algo que perdemos al crecer

¿Tuviste una infancia feliz? ¿Hasta cuándo duró esa sensación de alegría y esperanza? ¿Qué nos dice la ciencia sobre lo que ocurre con esa visión un tanto inocente que podemos alimentar en la infancia?
El hiperoptimismo infantil, algo que perdemos al crecer
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 01 agosto, 2022

Es muy posible que el mundo fuera mucho mejor si custodiáramos una parte de nuestro hiperoptimismo infantil originario. Ese enfoque dotado de esperanza incombustible, curiosidad infinita y alegría chispeante es un don que se desgasta con los años. De hecho, los primeros agujeros llegan con la adolescencia. Momento en que, por esos descosidos, surge la inevitable decepción.

Decepción porque, al cumplir los 12, los 13 o los 14, uno descubre que el mundo y las personas no son exactamente como pensábamos de niños -muchas son peores y mejores al mismo tiempo-.

Crecer no duele, pero madurar y descubrir ciertas realidades, sí lo hace. Esto mismo es lo que nos explica un reciente estudio científico del Instituto de Neurología Queen Square de Londres. Ahora bien, esa pérdida gradual -que no total, puesto que el sesgo de optimismo es algo que nos acompaña en cierta medida a lo largo de los años-, es algo natural y hasta necesario. Esa visión luminosa que alberga todo niño sobre la vida se atenúa para dar paso a una perspectiva más realista.

Al fin y al cabo, también es importante aprender a manejar unas percepciones e ideas más ajustadas sobre lo que nos rodea. Perdemos, por así decirlo, esa mirada mágica, fantasiosa y siempre bondadosa sobre el mundo en el que vivimos.

“Los adultos son solo niños obsoletos”.

-Theodor Seuss Geisel-

Niña con cara de sorpresa representando el hiperoptimismo infantil
Al crecer y madurar perdemos parte de esa perspectiva mágica y fantasiosa que los niños tienen sobre el mundo.

Hiperoptimismo infantil: ¿qué es y por qué lo perdemos?

¿Tuviste una infancia feliz? A veces, una pregunta tan simple como esta es complicada de responder para muchas personas. Lo es porque la respuesta es negativa o recuerdan, a la vez que claros, muchas sombras. Por tanto, debemos empezar señalando que el hiperoptimismo infantil no es una experiencia universal. Sin embargo, eso sí, uno de los compromisos de la mayoría de los padres es que sus hijos sean felices y optimistas.

Una investigación de la Universidad George Mason indica que el objetivo principal de los progenitores en la crianza es dar al mundo pequeños alegres, confiados, seguros y esperanzados. Vincular la infancia a la felicidad es casi un propósito universal. Asimismo, se da otro hecho que facilita esta meta: los niños son optimistas por naturaleza.

Sabemos que el sesgo de positividad aparece de manera intensa en los 3 años y que no disminuye hasta llegada la preadolescencia. Vivir esa primera etapa vital a través de unas lentes de color de rosa facilita que se relacionen con su entorno y con cada estímulo con mayor confianza y curiosidad. Siempre que cuenten con el afecto y protección familiar, esa característica estará presente.

Aunque se reduzca el hiperoptimiso con los años, esta característica es esencial para que los niños prueben y descubran cosas nuevas sin miedo.

El niño alegre y optimista tiene mayores oportunidades de aprendizaje

Entendemos el hiperoptimismo infantil como una disposición mental, emocional y actitudinal a procesar cada estímulo de manera esperanzadora. Es un instinto casi natural que permite a los niños suponer que todo se resuelve de manera positiva, que los eventos negativos no son probables y que si ocurren, son experiencias fugaces y sin importancia.

Ese sesgo natural de positividad contribuye de manera notable al aprendizaje del niño. El optimismo es la base de la confianza y también ese impulso que les insta a relacionarse sin miedo, a probar cosas nuevas sin angustia o estrés. Por término medio, los niños hiperoptimistas realizan una transición más exitosa a la escuela y disfrutan de ese proceso.

El optimismo contribuye al desarrollo cognitivo y emocional del niño, al reducir de su cerebro variables como el estrés y el miedo.

La llegada de la adolescencia y la toma de contacto con la realidad existencial

El instituto de Neurología Queen Square de Londres y el Centro Max Planck de Alemania publicaron un interesante estudio en el 2021. En él, concluían con este hecho ya señalado: el hiperoptimismo infantil se reduce con los años y en concreto al llegar a la adolescencia. No obstante, el sesgo optimista no desaparece, lo que sucede es que al madurar prima más el realismo que el optimismo exacerbado.

Por lo general, a medida que el niño se ve en situaciones de comparación social o se evalúa su desempeño, ese optimismo va menguando. Se construye una visión más ajustada de sí mismo y se realizan evaluaciones mucho más objetivas. Dejamos de ser tan soñadores, confiados e imaginativos. La fantasía baja decibelios para dar paso a una mirada más neutral y hasta escéptica.

De este modo, si el hiperoptimismo infantil era necesario en esa época comprendida entre los 3 y los 11-12 años, llegada la adolescencia, necesitamos también que esas lentes de color de rosa se vuelvan más nítidas. Eso nos permite hacer mejores juicios, ser más prudentes y tomar mejores decisiones.

chico que conserva el hiperoptimismo infantil
Los adolescentes deben seguir conservando el sesgo de positividad para garantizar su bienestar mental.

La otra cara del sesgo de positividad infantil

Tarde o temprano, nos convertimos en adultos algo escépticos que ven la realidad a través de gafas de cristales más ahumados que nítidos. Desconfiamos más que confiamos. La mirada curiosa se vuelve miope, y perdemos esa efervescencia del niño que todo lo quiere experimentar. Nos volvemos prudentes y hasta rutinarios.

Bien es cierto que es adecuado hacer uso de una mente más realista, que hay que controlar los impulsos y construir unas expectativas más ajustadas. Sin embargo, no debemos perder por completo nuestro sesgo de positividad infantil, porque gracias a él garantizamos también una parte de nuestra salud mental.

Eliminar la esperanza, la confianza, la ilusión y la positividad de nuestra fórmula mental nos acerca hacia al universo del miedo, la angustia y la depresión. No conviene llegar a los extremos, custodiemos en nuestro interior al niño que fuimos ayer.


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  • Habicht, J., Bowler, A., Moses-Payne, M. E., & Hauser, T. U. (2021). Children are full of optimism, but those rose-tinted glasses are fading—Reduced learning from negative outcomes drives hyperoptimism in children. Journal of Experimental Psychology: General. Advance online publication. https://doi.org/10.1037/xge0001138
  • Jaswal VK, Neely LA. Adults Don’t Always Know Best: Preschoolers Use Past Reliability Over Age When Learning New Words. Psychological Science. 2006;17(9):757-758. doi:10.1111/j.1467-9280.2006.01778.x

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