Kitty Genovese, la chica que gritó en la madrugada y a la que nadie ayudó
Kitty Genovese tenía 28 años. Al volver del trabajo un hombre se acercó hasta ella y la apuñaló varias veces por la espalda. Más tarde la agredió sexualmente y le robó 49 dólares. Era la madrugada del 13 de marzo de 1964, y según el New York Times, hasta 38 vecinos oyeron los gritos a lo largo de media hora… pero nadie hizo nada.
Ahora bien, el matiz truculento de los hechos va mucho más allá, porque la escena se nutre de más detalles y más recovecos donde adentrarnos en lo más oscuro del ser humano. Se dice que un hombre llegó a abrir la ventana intentado ahuyentar al agresor bajo el grito “Deje a esa chica en paz”. En ese instante, el agresor, Winston Moseley, se alejó de ella unos minutos, instante en que Kitty pudo levantarse malherida, para entrar al vestíbulo de un edificio.
“El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellas que permiten la violencia”
-Albert Einstein-
Nadie la ayudó. Los que la vieron pensaron, tal vez, que no había sido nada, que no era tan grave. Sin embargo, Moseley no tardó en encontrarla de nuevo para agredirla y acabar con su vida. Días después toda la sociedad neoyorkina contuvo la respiración cuando el New York Times publicó una serie de extensos artículos donde se describía con rotundidad y sin anestesia, esa apatía, ese silencio e inhumanidad que, como un ser sin alma, carcomía aquella ciudad dormida.
El simbolismo narrativo de aquellas publicaciones fueron casi como una autopsia psicológica de la sociedad que evade su responsabilidad, que decide no actuar, mirar hacia otro lado y refugiarse en la privacidad de sus rincones personales desoyendo cualquier grito, cualquier demanda de ayuda.
El caso Kitty Genovese cambió muchos idearios, y trajo nuevas formulaciones en el campo de la psicología. Te hablamos de ello.
Kitty Genovese y el reflejo de una sociedad
Winston Moseley era afroamericano, maquinista de profesión, estaba casado y tenía 3 hijos. Cuando fue detenido a raíz de un robo, no tardó demasiado en confesar el asesinato de Kitty Genovese y dos jóvenes más. Los psiquiatras determinarían más tarde que padecía necrofilia. Murió en prisión con 81 años el año pasado, después de protagonizar violentos ataques en las propias instituciones penitenciarias y psiquiátricas.
El agresor de Kitty cumplió su pena, mientras ella se quedó para siempre en el ideario colectivo como la chica a la que nadie ayudó, como la mujer que murió ante 38 testigos que no fueron capaces de reaccionar. Así lo explicaron los medios, y así se publicó en el conocido libro “Thirty-Eight Witnesses: The Kitty Genovese Case” de AM Rosenthal, el propio editor del New York Times en aquellos años.
Ahora bien, cabe decir que según un estudio publicado en la revista American Psychologist del 2007 que la historia del asesinato de Kitty Genovese fue ligeramente exagerada por los medios. De hecho, en el documental “The Witness” (2015) podemos ver la lucha del propio hermano de Kitty intentando descubrir qué ocurrió realmente, concluyendo con algo tan simple como desolador: nadie pudo ver realmente lo que ocurría, y los que llamaron a la policía fueron ignorados porque ninguno de ellos pudo explicar con claridad qué estaba sucediendo.
El efecto Genovese o la “Teoría de la Difusión de la Responsabilidad
Sea como sea, aquel hecho sirvió a los psicólogos sociales para formular la conocida como “Teoría de la Difusión de la Responsabilidad”. Porque en realidad, y si lo pensamos bien, no importa si los testigos vieron o no vieron la agresión a Kitty Genovese o si llamaron o no llamaron a la policía. Tampoco importa si fueron 12, 20 o 38 como explicaron en el New York Times. La cuestión está en que nadie atendió sus gritos, durante 30 minutos nadie bajó o se acercó a ese vestíbulo donde estaban agrediendo a la joven.
Los psicólogos John Darley y Bibb Latané explicaron este comportamiento bajo la teoría de la “difusión de la responsabilidad”. En ella, se da a entender que a mayor número de observadores mayor menor es la probabilidad de que alguno de ellos ayude. Cuando alguien que necesita ayuda, los observadores asumen que otro intervendrá, que alguien “hará algo”. Sin embargo, el resultado de este pensamiento individual es que al final todos los observadores se abstiene de intervenir y la responsabilidad queda completamente difuminada entre el grupo.
Que la responsabilidad quede difuminada en el grupo significa que nadie la asume. Esto es algo que también podemos observar en las peticiones. Es mucho mejor decir “Pedro, por favor, enciende la luz” que “Por favor, que alguien encienda la luz”. En el primer caso, al señalar a alguien evitamos precisamente que se produzca esta difusión de la responsabilidad.
Finalmente, señalar que en la difusión de la responsabilidad, en referencia a la oferta de ayuda o auxilio, intervienen otros factores moduladores:
- Si la persona se identifica más o menos con la víctima. Una mayor identificación produce una menor difusión de responsabilidad.
- Si la intervención puede implicar un coste personal, como en el caso de Kitty ser agredido también, las probabilidades de difusión de la responsabilidad aumentan.
- Si la persona piensa que está en mejor o peor posición que el resto del grupo para ayudar. Por ejemplo, un experto en defensa personal se sentirá más obligado a actuar en una situación de riesgo que alguien que no sabe cómo defenderse. También e sentirán más obligados a actuar las personas que están más cerca que aquellas que están más lejos.
- Si la persona piensa que la situación es grave o no. Ante una situación evaluada como grave la difusión de responsabilidad es menor, al igual que también es menor cuando la demanda de ayuda se empieza a prologar en el tiempo o es creciente en intensidad.
La importancia de no normalizar la violencia
El triste caso de Kitty Genovese tuvo un impacto notable en nuestra sociedad. Ayudó, por ejemplo, a crear la famosa línea 911 de emergencias en Estados Unidos. Se le dedicaron canciones, inspiró tramas para películas y series de televisión, e incluso personajes de cómic como el de “Watchmen” de Alan Moore.
“Si quieres paz no la vas a conseguir con la violencia”
-John Lennon-
Kiity fue esa voz que gritaba en una madrugada de marzo 1964. Un lamento perdido en la noche que como un eco, se repite día a día en nuestra actualidad de muy diversas formas. Porque tal vez, como humanos, hemos normalizado la violencia. Hace solo unos días, y como mero ejemplo, un grupo de aficionados del club Belgrano de Córdoba arrojaba desde una de las tribunas del estadio a un joven de 22 años.
Tras caer de una altura de 5 metros, el chico se quedó sobre una de las gradas con un grave traumatismo del que fallecería horas después, mientras el resto de aficionados, seguía subiendo y bajando de las gradas, con impasible normalidad. Como si nada ocurriera, como si aquella vida no fuera más que parte del mobiliario del estadio. Hasta que finalmente, acudió la policía.
Puede que la exposición continua a los actos agresivos, (ya sea en algunos actos deportivos, en la televisión, Internet, etc) nos haya hecho más tolerantes, más pasivos y menos reaccionarios a la violencia, puede ser, pero lo que sí esta claro es que no es lógico, ni justificable ni aún menos humano.
Debemos dejar de ser simples testigos, de convertirnos en un símil de azucarillo que se disuelve en la masa para hacer lo mismo que los demás, es decir, NADA. Actuemos con iniciativa, seamos agentes activos del sentido más íntegro de la convivencia, del respeto y sobre todo, de la preocupación auténtica por el prójimo.