La ansiedad crónica y su relación con la norepinefrina
Te dices que hoy no pasará, que hoy será un buen día. Sin embargo, ocurre. Porque cuando se sufre ansiedad crónica el miedo siempre está ahí, latente y, cuando llega, estás perdido. Te quita la respiración, te hace temblar, sentir un sudor frío y experimentar sinfín de pensamientos e ideas catastróficas. Todos estos procesos están mediados por una molécula singular: la norepinefrina.
Para quien no haya oído hablar de este neurotransmisor, que actúa a su vez como hormona, daremos en primer lugar un pequeño ejemplo. Imaginemos que vamos a cruzar una calle y, de pronto, escuchamos el claxon de un coche. Se nos ha olvidado mirar el semáforo y reaccionamos al segundo retrocediendo de un salto. Mientras lo hacemos, sentimos cómo nos palpita el corazón, cómo se hace un nudo en el estómago y cómo nuestra respiración se ha acelerado de manera casi insoportable.
Las personas que sufren de ansiedad crónica presentan niveles altos de norepinefrina, una hormona-neurotransmisor que puede afectar a seriamente a su salud cardíaca.
La norepinefrina actúa directamente en el sistema nervioso simpático, y es la encargada de mediar en esas situaciones donde nuestro cerebro interpreta que hay un peligro. Es ella la que nos ayuda a reaccionar, a huir, a pelear, y en esencia, a sobrevivir. Lo hace aumentando la frecuencia cardíaca, la presión arterial, el paso del aire por los pulmones y la contracción de nutrientes en los músculos. Toda esa magia neuroquímica y fisiológica nos permite reaccionar mucho mejor ante los riesgos cotidianos.
Ahora bien, el problema de nuestro mundo moderno es que la mayoría reaccionamos a factores de estrés que nada tienen que ver con riesgos físicos reales. Nuestros miedos psicológicos, nuestras angustias y fobias, activan del mismo modo esta catecolamina de efecto excitatorio. Así, y en caso de no poder gestionar esos estados de ansiedad, el efecto de la norepinefrina en nuestro organismo puede ser devastador.
Sufro ansiedad crónica, ¿qué me puede pasar?
Dicen de la ansiedad crónica que es la enfermedad de los 100 síntomas. Lo más curioso de todo ello es que, a pesar de presentar tantas evidencias físicas, emocionales y cognitivas, la mayoría de personas con este trastorno llegara convivir con sus miedos de manera habitual. Lo que un día empezó siendo una ansiedad común y hasta manejable, terminó por cronificarse, por constituirse en un estado patológico mucho más grave.
Lo más complejo de la ansiedad es que es una temible mentirosa. Nos hace creer que estamos a punto de perder el control, que hay que escuchar a nuestras fobias porque ellas siempre tienen razón, nos convencerá de que nos preocupemos de todo porque lo peor puede suceder en el momento menos pensado. Como vemos, no es nada fácil salir de estos círculos tan herméticos de sufrimiento. Y no lo es ante todo por el efecto de esa bioquímica cerebral que nos supedita, ahí donde la norepinefrina tiene una importancia clave.
La ansiedad crónica afecta a tu salud cardiovascular
Un estudio de la Universidad de Iowa reveló la íntima relación entre la norepinefrina y el riesgo de accidentes cardiovasculares en las personas con ansiedad crónica. El estrés largamente mantenido en el tiempo deriva en cambios fisiológicos muy importantes. Uno de ellos es la presión arterial, las taquicardias, las arritmias… Procesos todos ellos que ponen en riesgo nuestra salud.
La norepinefrina y las alteraciones en las glándulas suprarrenales
Algo que conviene recordar es que la norepinefrina no se produce solo a nivel cerebral. Fuera del cerebro, la noradrenalina o norepinefrina también se produce en el sistema endocrino, y en concreto en las glándulas suprarrenales. ¿Qué significa esto? Que la ansiedad crónica genera una hiperproducción de este tipo de catecolamina, y ello se traduce en los siguientes efectos:
- Dolor de cabeza.
- Malas digestiones.
- Insomnio.
- Pérdida del apetito.
- Cansancio.
- Sudoración.
- Sensación constante de malestar general.
La norepinefrina y los efectos cognitivos
Hay estudios muy interesantes que demuestran, por ejemplo, la relación entre un elevado nivel de norepinefrina y el TDAH (déficit de atención con hiperactividad). Como neurotransmisor, este compuesto es esencial para ayudarnos a focalizar la atención, a recordar datos, a aprender, a procesar la información. Ahora bien, sus niveles deben ser los adecuados para que nuestros procesos cognitivos funcionen con efectividad.
Un nivel elevado o demasiado bajo se traduce en pérdidas de memoria, problemas para focalizar nuestra atención, dificultades para aprender cosas nuevas… Es un estado sin duda muy desgastante y complicado.
Norepinefrina y su relación con la ansiedad crónica y la depresión
Sabemos ya que las personas con ansiedad crónica presentan un exceso de norepinefrina. Sin embargo, hay un dato que no podemos dejar de lado y que debe invitarnos a una reflexión. Se sabe que las catecolaminas, como la norepinefrina y la dopamina, tienen una importancia clave en la patofisiología que subyace a ciertos trastornos depresivos. Cualquier desajuste, ya sea una hiperproducción o en su caso un déficit, se traduce en serios cambios en el estado del ánimo.
Así, es común, por ejemplo, que muchos pacientes que viven actualmente atrapados en el ciclón del miedo y los pensamientos negativos generados por su ansiedad deriven en ocasiones en una depresión mayor. Este hecho, el que sea la norepinefrina y no la serotonina la que nos haga derivar en esta condición clínica en diversas ocasiones, es algo que especuló en los años 60 el doctor Joseph J. Schildkraut, de la Universidad de Harvard.
Para concluir, sea cual sea el origen de estos trastornos, si en estos momentos lo que experimentamos es esta misma sintomatología, es importante recordar que podemos salir de ello. Podemos elegir entre dos situaciones. La primera, quedarnos al borde del abismo y experimentar día a día el mismo miedo, la de caer nuevamente al abismo.
La segunda opción es simple. Podemos elegir ser un reactor, un avión que sobrevuela ese abismo para verlo desde arriba y comprenderlo mejor, sortearlo y dejarlo atrás. La terapia cognitivo-conductual nos puede ayudar a ello, a comprender la raíz de nuestra ansiedad. Asimismo, no podemos dejar de lado el enfoque farmacológico para equilibrar la producción de norepinefrina. Por último, recordar que las dietas ricas en vitamina C, cobre y ácidos grasos omega 3 favorecen el buen nivel de este neurotransmisor.