La Favorita: una competición hacia el poder

La Favorita no es una película de época al uso, es una película que se nutre de un hecho histórico para contarlo desde otra perspectiva. Combinando la historia con la imaginación, nos sumerge en unas intrigas palaciegas con personajes perfectamente construidos y de una profundidad extremadamente compleja.
La Favorita: una competición hacia el poder
Leah Padalino

Escrito y verificado por la crítica de cine Leah Padalino.

Última actualización: 15 noviembre, 2022

La última película del cineasta griego Yorgos Lanthimos, La Favorita (2018), viene cargada de intrigas palaciegas, poder y una potente presencia femenina. La opulencia y los excesos de la realeza del XVIII se combinan a la perfección con un lenguaje muy del siglo XXI; un viaje al pasado para contar la historia a su gusto.

Lejos de otros filmes de época de tono serio -casi rancio-, Lanthimos se atreve con una película diferente, satírica y no exenta de anacronismos que se rompen a golpe de clavicordio para devolvernos al entorno palaciego.

Abigail (Emma Stone), Sarah (Rachel Weisz) y la reina Ana (Olivia Colman) componen el triángulo central sobre el que reposa la trama. Tres personajes perfectamente dibujados, detallados y envolventes, encarnados por tres actrices que no solo están a la altura, sino que brillan especialmente.

La reina Ana mantuvo una especial amistad con Sarah Churchill, duquesa de Marlborough. La duquesa se convirtió en la mano derecha de la reina y alcanzó gran importancia política, pero la reina y Sarah eran mucho más que buenas amigas, eran amantes. O, al menos, lo fueron hasta que la prima de Sarah, Abigail Masham, en un desesperado intento por tratar de restaurar su posición social, ocupó el lugar de Sarah.

A partir de esta historia de base real, Lanthimos construye La Favorita imaginando cómo sería la vida en palacio y la rivalidad de estas dos primas luchando por el corazón -o el favor- de la reina. Asistimos a una burla a los antiguos valores, una sátira picante, que se atreve a hablar sin tapujos y a dejar volar la imaginación.

El director de Canino (2009) ya ha dejado claro que le gusta jugar con la extrañeza e incluso incomodar al espectador. En La Favorita no hay personajes entrañables, tampoco hay personajes con los que podamos encariñarnos; hay pasiones, envidias, mentiras y mucha ambición.

La Favorita, una caricatura de palacio

Las imágenes suponen una fuerte carga narrativa en La Favoritael ojo de pez deforma, en parte, los espacios y, en consecuencia, la realidad; al mismo tiempo, nos permite tener una visión más amplia de esos salones ostentosos y excesivos.

El vestuario y el maquillaje juegan otro papel fundamental en cuanto a lo visual. Los contrastes entre la vestimenta y las habitaciones del servicio con los de la realeza sirven para reafirmar las desigualdades y para ayudarnos a comprender las motivaciones de sus protagonistas.

Abigail era una dama, pero lo ha perdido todo; por ello, acudirá a palacio en busca de la ayuda de su prima Sarah. Comenzará desde lo más bajo para terminar acercándose enormemente a la reina Ana.

La Favorita dice mucho con su estética, todo funciona a la perfección en su conjunto. El guion y los juegos de luces se apoyan, a su vez, en una música que intensifica los momentos de tensión, acompañando en todo momento lo que vemos en pantalla.

Una delicia estética que, de alguna manera, nos recuerda profundamente al mítico Stanley Kubrick y, especialmente, a películas como Barry Lyndon (Kubrick, 1975). Todo está cuidado al detalle, desde la fotografía hasta el maquillaje, todos los elementos suponen un fuerte apoyo narrativo.

La Favorita no solo se queda en lo puramente visual, sino que los personajes han sido dotados de una gran profundidad y de unas interpretaciones a la altura de su complejidad.

En medio de una trama de poder y ambición, que se va construyendo en el marco de ciertos conflictos políticos, La Favorita nos regala, además, una comedia. Una comedia sutil, pero contundente, que satiriza la realeza y esa imagen excesiva y frívola del siglo XVIII.

Monarcas absolutamente inútiles y aburridos cuyo único entretenimiento es ver una carrera de patos o arrojarle fruta a un hombre desnudo. Los hombres, a diferencia de otros filmes de época, quedan relegados a un segundo plano, se presentan como hombres bastante inútiles que viven en las apariencias.

Y es que el artificio de la época es indudable; vestimentas y maquillajes que resultan bastante ridículos y unos decorados absolutamente excesivos nos recuerdan, una y otra vez, quién manda en ese lugar. La vida de palacio atraía a artistas de todo tipo que componían obras -música, pintura o teatro- con el único fin de deleitar a la realeza, quedando el arte recluido en palacio. La Favorita se ríe de todo y utiliza el sarcasmo para ridiculizar a las monarquías.

Reina Ana con otra mujer

La lucha por el poder

El triángulo amoroso que da vida al filme supone, además, una ardua y vil lucha por el poder. Un poder que cae en manos de mujeres que no se conforman con el rol que les ha tocado cumplir. Una historia sobre moralidad y corrupción en la que Lanthimos construye y destruye la imagen que tenemos de los personajes. No te encariñas de ninguno, pero tampoco llegas a odiarlos.

La reina Ana puede parecer la personificación del despotismo, pero, con el tiempo, descubrimos que se encuentra sumida en una profunda depresión. Ni siquiera el poder y los lujos han conseguido que Ana sea feliz. Vemos a una mujer enferma cuya cordura se va haciendo pedazos; es tremendamente infantil y no hay un ápice de autoestima en ella.

La tragedia azotó la vida de Ana en demasiadas ocasiones y, de alguna manera, podemos llegar a comprender su actitud -aunque sea de dudosa moralidad-.

Sarah se presenta como la antagonista absoluta, el personaje al que tenemos que odiar desde el principio. Interesada y aprovechada, absolutamente manipuladora, pero, poco a poco, empezamos a apiadarnos de ella.

Lo opuesto ocurre con la joven Abigail que, tras haberlo perdido todo, conoce lo más bajo de la escala del poder. Sentimos lástima y queremos que sus planes sigan adelante, comprendemos que su situación es injusta hasta que descubrimos la profundidad de sus intenciones.

Reina Ana con mujer

¿Corrompe el poder? ¿Hasta qué punto es capaz de llegar el ser humano para conseguir sus propósitos? La Favorita no nos permite posicionarnos; cuando parece que nos gusta un personaje, nos muestra una cara menos agradable del mismo. Porque, al final, en un mundo de desigualdades, todos quieren estar en lo más alto; no importa si eres hombre o mujer, lo único que parece importar es el poder, el control.

Lanthimos lleva a sus personajes al extremo, a límites insospechados… El espectador posee todas las claves, pues va conociendo al detalle los entresijos de palacio, descubriendo toda la hipocresía que se mueve por sus habitaciones.

Las metáforas se apoderan de la escena, todo está perfectamente medido y calculado, desde los conejos hasta los caballos. Todo para que, al final, a través de una poderosa escena, La Favorita nos recuerde que siempre habrá alguien por encima; en el mundo del poder, no hay lugar para la moralidad y siempre habrá alguien a quien pisar.

Mientras una guerra se está gestando más allá de las fronteras, entre los muros de palacio, está teniendo lugar una auténtica lucha por el poder; una guerra de pasiones y mentiras. La Favorita triunfó en el pasado Festival de Cine de Venecia y, con 10 nominaciones a los Óscar, ya se ha alzado como una de las películas del 2018.

Olivia Colman, Rachel Weisz y Emma Stone están magníficas en su competición por el poder y el favor de la reina, sin menospreciar las interpretaciones masculinas. En definitiva, un despliegue de ostentación, de sátira y de manipulación que compone un filme que atrapa, se burla de todo y muestra lo peor de la humanidad.

“Siempre hay un precio que pagar, y yo estoy dispuesta a pagarlo”.

La Favorita


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