La humildad no se predica, se practica

La humildad no se predica, se practica
Raquel Aldana

Escrito y verificado por la psicóloga Raquel Aldana.

Última actualización: 07 septiembre, 2017

No me gustan las personas que predican la importancia de reconocer las propias limitaciones pero que, sin embargo, creen que son más que los demás porque no tienen humildad. Tampoco me gustan aquellos que hacen alarde de sus virtudes como si no hubiese otra cosa en el mundo.

Son la misma cara de la moneda de la humildad falsa y afectada. Aquella que solo existe en apariencia y que se contonea con aires de superioridad por donde pasa. Es la misma que, aun cuando no podemos percibirla de manera consciente, nos provoca rechazo.

Si te crees demasiado grande para las cosas pequeñas, quizás seas demasiado pequeño para las cosas grandes.

Lo que no es ser humilde

Ser humilde no es sentirse inferior a los demás, ni someterse ni rendirse. Las personas humildes no son vulnerables a las mofas o a los desprecios, simplemente conocen sus limitaciones, las aceptan y conviven con ellas. A su vez, permiten que sus virtudes se conozcan por sus actos, no por sus palabras…

Sin embargo, una persona arrogante no puede dormir por las noches porque sus sentimientos oscuros corrompen su descanso. Viven de manera constante en el enfado y en el resentimiento.

Así, ser humilde no es dejarse golpear sino admitir nuestros errores, ser inteligentes para aprender de ellos y tener la suficiente madurez para corregirlos. La prepotencia, sin embargo, nos hace tropezar, cerrarnos puertas y no avanzar.

“Lo que la humildad no puede exigir de mí es mi sumisión a la arrogancia y a la rudeza de quien me falta al respeto. Lo que la humildad exige de mí cuando no puede reaccionar como debería a la afrenta, es enfrentarla con dignidad.”

-Paulo Freire-

Mujer preocupada con la mano en la cabeza

La falta de humildad es característica de las personas que no piensan más que en sí mismas y se creen superiores o mejores a los demás. Esto no les permite apreciar las virtudes ajenas y, en ocasiones, la envidia les corroe.

Así, la falta de humildad genera cierto rechazo social consciente o inconsciente, lo que provoca que la soberbia acompañe a la soledad. Esto se debe a que el egoísmo nos disgusta aunque sea sutil.

Que alguien se vanaglorie o se priorice de manera exagerada resulta agotador y un atropello hacia las autoestimas ajenas. Por eso, el reconocimiento de uno hacia sí mismo y hacia los demás es mucho más esperanzador.

No creernos más que los demás es un don que tenemos que trabajar a diario. Es fácil caer en la falsa creencia de que somos más hábiles o capaces que los demás para hacer algo, así como también lo es pensar que nuestros valores son mejores o más válidos.

Cuando la falsa humildad es un defecto leve nos cuesta reconocernos a nosotros mismos que hemos caído en ese abismo. Esto hace que nos cueste darnos cuenta del alcance que tiene que, de alguna manera, haya algo en nosotros que creemos superior.

La humildad frustra la envidia y eleva la bondad

Se trata de creer en lo sencillo y de admirar lo simple. Tiene que perdurar lo amable, la dignidad, la calidad de una persona. Ser humildes nos hace justos y grandes, pues nos ayuda a comprender cuáles son nuestros límites y tomar conciencia de lo que nos queda por aprender.

La adolescencia una cuestión de autoafirmación

La práctica de la humildad debe ser un ejercicio diario, ya que nos ayuda a saber escuchar y a compartir silencios y a ser cercanos y sinceros con la gente que nos rodea. Así, nos transformamos en personas de calidad a la vez que logramos tocar a los demás con nuestras sonrisas y nuestros gestos.

Como hemos dicho, la humildad es la base de toda grandeza, pues para crecer primero tenemos que aprender que somos pequeños. Ser humildes es ser sinceros y desterrar a lo superficial, lo que garantizará nuestro bienestar emocional…


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