La reciprocidad: luces y sombras
La reciprocidad es una de esas realidades humanas con múltiples caras. En algunas circunstancias, equivale a un esfuerzo orientado hacia la equidad y la justicia. En otras ocasiones, representa un intercambio funcional de favores o, en el peor de los casos, una forma de controlar o manipular las relaciones humanas.
Desde muy temprana edad nos animan para que comencemos a practicar la reciprocidad. “¿Cómo se dice?”, le preguntan a un niño que ha sido objeto de una atención, un regalo o un sacrificio. Se espera que él diga “Gracias”.
En este contexto, dar las gracias significa reconocer que el otro ha hecho algo noble por nosotros. Esta vendría a ser una forma elemental de reciprocidad.
Poco a poco, aprendemos que con nuestras acciones podemos conseguir lo que deseamos, basándonos en el principio de reciprocidad. Si le hacemos un favor a alguien, después será más fácil que acepte alguna de nuestras peticiones.
Por otro lado, si te saludan, saludas; si te sonríen, sonríes… Es una forma básica de sintonizar o empatizar con el otro. Claro está que a veces las cosas no son tan simples. Veamos.
“Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado es el medio más seguro de agradar que yo conozco”.
-Conde de Chesterfield-
La reciprocidad negativa
Por mucho esfuerzo que pongan los padres en la educación, todos los niños del mundo aprenden primero a actuar en función de la reciprocidad negativa. Esto es, se asimila más fácil la Ley del Talión que su contraparte de gratitud. Espontáneamente, los niños tienden a hacer efectivo el “ojo por ojo”, antes que el “favor por favor”.
En un estudio llevado a cabo por House, Henrich, Sarnecka, & Silk en 2013, se partió de un grupo de niños de entre 4 y 8 años. A todos ellos se les pidió que jugaran con dos tipos de personajes.
- Uno de los personajes era generoso y les daba regalos, a pesar de que hacerlo significaba un sacrificio para él.
- El otro personaje, por el contrario, les quitaba los regalos cada vez que tenía oportunidad.
Más tarde, se les dio la opción a los niños de que regalaran o le quitaran regalos a estos personajes. Casi todos ellos se enfocaron rápidamente en el personaje que les había quitado regalos. Querían que “pagara” por esa conducta.
Pocos niños le dieron importancia a ser recíprocos con quienes se habían sacrificado por ellos. Teniendo en cuenta este, y otros estudios, se cree que la reciprocidad negativa, expresada como venganza, es la forma preliminar de correspondencia.
La reciprocidad positiva
La reciprocidad positiva es más difícil de desarrollar. Normalmente se requiere de crianza y persuasión para que los niños la aprendan. Lo más importante es que reciban un ejemplo consistente de acciones asociadas a la gratitud.
Si alguien hace algo por ti, merece tu reconocimiento y un sentimiento de gratitud por el cual también debes estar dispuesto a hacer algo bueno por él.
Los niños, particularmente los mayores de 7 años, en general, son muy dados a valorar la bondad de las personas. Les retribuyen esa bondad con alegría, con caricias y con su compañía sincera. Crean la noción de que “amigo” es esa persona que hace algo bueno por ti y, por lo tanto, también debes hacer algo bueno por él.
Esta forma de reciprocidad positiva suele ser espontánea. Sin embargo, si el niño siente que no es suficientemente correspondido, también puede desarrollar un concepto de reciprocidad más práctico.
No estará dispuesto a hacer algo por otro, a menos de que esté seguro de que también lo hará por él. Así se forma un estilo de reciprocidad más calculado, que a veces se mantiene hasta la vida adulta.
Entre la reciprocidad y el comercio
Es normal que, entre niños, esté presente el principio de “Espero algo a cambio de lo que te di”. Cuando las cosas van bien y logramos desarrollarnos de una forma saludable, poco a poco, nos desprendemos de ese criterio estrictamente utilitarista y aprendemos que dar y hacer felices o ayudar a otros son actos que generan una satisfacción intrínseca. En esos casos, dejamos de esperar algo a cambio.
Sin embargo, esto no siempre ocurre. Si crecemos con la sensación de que dimos más a nuestro entorno de lo que este nos dio, probablemente vamos a medir más lo que hacemos por otros. Así mismo, vamos a exigir que nos correspondan en igual proporción. En ese contexto, no hemos aprendido a dar, sino a comerciar.
Por esa misma vía a veces podríamos llegar a chantajear a los demás: damos mucho, esperando mucho a cambio. Incluso reclamaremos o haremos una escena de victimización si no obtenemos lo que buscábamos. Se debe a que basamos nuestro comportamiento en un objetivo y no en un principio. También a que convertimos la gratitud en una mercancía y al otro en una fuente de gratificación.
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- Abduca, R. (2007). La reciprocidad y el don no son la misma cosa. Cuadernos de antropología social, (26), 107-124.