La Trampa del Pánico
Vas viajando en el metro camino al trabajo y repentinamente sientes que el corazón te palpita como si se te fuese a salir por la boca, tienes sudores fríos y una opresión en el pecho que te impide respirar con normalidad. Sientes mucho miedo y piensas que te va a dar un infarto. Puedes morirte en ese mismo instante y no encuentras un porqué ni tampoco una forma de escapar. Simplemente quieres salir corriendo de esa situación tan terrorífica. Acabas de sufrir un ataque de pánico, también llamado crisis de angustia.
Los ataques de pánico se producen normalmente cuando la persona lleva a sus espaldas una época de estrés acumulado o de situaciones difíciles no superadas.
Se manifiesta con ciertas sensaciones fisiológicas muy desagradables, tan desagradables que la persona piensa con seguridad que va a fallecer, que le va a dar un ataque al corazón o que va a volverse loco. Realmente son sensaciones propias de la ansiedad debido al estrés y problemas acumulados pero no son interpretadas como tal y aquí es donde surge el problema y la trampa.
Como ya conocemos, la ansiedad no está diseñada para hacernos daño, sino todo lo contrario. La ansiedad prepara a nuestro organismo para luchar o huir de cualquier cosa que pueda constituir una amenaza para nuestra integridad física y nuestra supervivencia. La trampa está en que no siempre las personas que sufren ansiedad interpretan los síntomas de ésta como algo natural, sino que los perciben como algo terrible.
Al pensar que algo espantoso me está ocurriendo, que puedo morir o que estoy enfermo evidentemente mi ansiedad aumenta y por lo tanto, también aumentan las manifestaciones de la ansiedad (fisiológicas, cognitivas y conductuales). Es decir, las palpitaciones fuertes del corazón, la respiración se hace más entrecortada, la sensación de ahogo, las naúseas, etc…Estamos en un círculo vicioso, ansiedad que atrae más ansiedad. Sensación de falta de control que hace más difícil controlar la situación
¿Qué hace entonces la persona? Sin duda, huye de la situación a algún sitio donde pueda ponerse a salvo y sentirse aliviado de la terrible pesadilla que acaba de sufrir.
Tras haber pasado por todo lo que acabamos de describir, es lógico pensar lo difícil que será volver a enfrentarse a aquella situación que disparó nuestro ataque, ya sea encontrarme en el metro, en un supermercado o en mitad de la calle. En realidad, la situación era neutra, es decir, por sí sola no es la responsable de que el ataque de pánico se haya producido pero nuestra mente acaba de establecer una asociación situación-pánico.
Si el miedo nos supera y no somos capaces de volver a la situación, acabamos de empezar a limitar nuestra vida. Por otro lado, los trastornos de pánico en ocasiones van acompañados de una fobia que puede llegar a ser muy poderosa: la agorafobia.
Muchas personas piensan que la agorafobia es una fobia o miedo intenso y exacerbado a espacios abiertos, pero en realidad es un miedo intenso a estar en un lugar donde sea muy difícil escapar de una posible crisis de angustia, sea el lugar abierto o cerrado, como un ascensor.
Una vez más, descubrimos que no son las situaciones per se lo que provocan nuestras alteraciones emocionales, si no que son los pensamientos y las creencias asociados a nuestras experiencias los responsables del malestar.
Por lógica, parte del tratamiento psicológico irá dirigido a nivel cognitivo a los pensamientos y creencias irracionales. Se hace necesario modificar nuestras interpretaciones catastrofistas sobre las sensaciones fisiológicas de ansiedad, de manera que cuando pensemos que lo peor nos va a ocurrir, reflexionemos y racionalicemos y podamos concluir que son simplemente sensaciones de nerviosismo y que esto nunca nos hará daño. Es desagradable, pero pasará si no le doy mayor relevancia.
Por otro lado, el miedo no nos puede paralizar. Hemos de ser valientes y afrontar de nuevo aquellas situaciones que nos aterran. Muchas personas consiguen “superarlas” con algunos “trucos” como llevar un móvil, un ansiolítico, ir acompañado siempre, etc. Estos trucos se denominan en psicología conductas de seguridad y no hacen ningún bien al paciente, si no que provocan que el problema se mantenga.
La persona ha de ir eliminando poco a poco esta búsqueda de seguridad e ir exponiéndose a las sensaciones de ansiedad, sentirla sin más, hasta habituarse. Es cierto que se pasa mal, y uno quiere huir, pero mantenerse el suficiente tiempo en la situación sin evitar la ansiedad es la clave para que esta se esfume. Es mirarla a los ojos y saber que puedes controlarla y no al revés.
Además, de esta manera, te darás cuenta que todo aquello que temías que iba a ocurrir, en realidad no ocurre: no te vas a morir, no te va a dar un infarto ni tampoco te estás volviendo loco ni estás enfermo. Si no te enfrentas, nunca podrás darte cuenta de esta realidad y seguirás fiel a tus creencias derrotistas.
En terapia también ayuda el provocar las sensaciones fisiológicas de manera artificial: hiperventilar, mover la cabeza de un lado para otro provocando mareos o subir escaleras rápido para hacer que el corazón palpite fuerte son algunos ejercicios para que la persona se de cuenta de que estaba dramatizando demasiado sobre esas manifestaciones.
En cualquiera de los casos, si sufres este trastorno debes saber que una terapia adecuada va a devolverte la parte de vida que has perdido. Así, aunque en este artículo te hayas explicado brevemente algunas de las cuestiones que rodean a los ataques de pánico lo mejor que puedes hacer es ponerte en manos de algún especialista cualificado en el que confíes. Será él quién analice tu caso de manera personalizada y diseñe la mejor terapia para lo que te ocurre.