Las 3 mejores maneras de elogiar a los niños para que sigan creciendo
Elogiar entraña sus riesgos.”¡Eres tan listo/a!” “¡Y tan creativo/a!” “¡Eres tan. . . !” Insertar un adjetivo que describa a nuestro hijo puede ser, en ocasiones, conveniente, y en otras, perjudicial). ¿Por qué?
Cuando nuestro pequeño realiza una proeza o demuestra una habilidad social, como, por ejemplo, ponerse los zapatos solo, de inmediato le alabamos por su logro. ¡Bravo! Nuestro hijo realiza una proeza y nosotros lo premiamos verbalmente. Este reconocimiento a menudo sale de nuestras bocas sin pensar (o lo omitimos de la misma forma).
El doble filo del elogio
El niño ha comprobado la asociación acción=elogio y, lo más probable, es que repita la hazaña simplemente por el hecho de ser elogiado de nuevo.
La investigación es bastante clara respecto a esto: el uso del elogio motiva a los niños únicamente para recibir más elogios. Por ello, cuando esa alabanza etiqueta a un niño (por ejemplo, “eres muy listo/a”), es fácil que el niño se centre en mantener esta percepción a lo largo del tiempo, en lugar de interesarse en su desempeño o su proceso de aprendizaje.
Alonso Tapia, en este sentido, asegura que emplear el elogio sin más “puede percibirse como una forma de control, por lo que descenderá el interés de la tarea”. Así, para no parecer torpes puede hacer que dejen de hacer preguntas o minimicen su participación, por miedo a equivocarse y quedar en ridículo.
En resumen, si intentas reforzar la conducta de un niño diciéndole que es muy listo, puedes hacer que deje de manifestar conductas motivadas intrínsecamente.
Entonces, ¿cómo debemos alabar a nuestros hijos para ayudarles construir un marco efectivo de motivación? Las siguientes tres estrategias pueden ser una buena respuesta para esta pregunta:
Alaba el proceso, no la persona
La forma en que alabamos a los niños puede afectar su forma de pensar y, a su vez, a su propensión de asumir retos, perseverar y tener éxito académico. Según los estudios publicados, existen dos mentalidades particulares: fija y de crecimiento.
- Los niños con mentalidad fija creen que las cosas tales como la inteligencia, el carácter y la capacidad creativa, son innatas e inmutables. En otras palabras, no importa lo mucho que estudian o la cantidad de esfuerzo que ejercen, están prácticamente atrapados con las cartas que les dieron cuando nacieron. Y dado que creen que su potencial está limitado, evitan retos que ponen a prueba sus habilidades. Los pensamientos de estos niños pueden llegar a convertirse fácilmente en causas de fracaso escolar o retraimiento social.
- Los niños con una mentalidad de crecimiento piensan que el cerebro es un músculo que puede crecer y sus habilidades pueden ser mejoradas a través de la práctica, el esfuerzo y la dedicación. Los niños con mentalidad de crecimiento creen que sus capacidades al nacer son como una semilla y que su crecimiento va a estar muy condicionado por como las cuiden.
Se ha demostrado la diferencia en la forma de pensar durante un experimento en el que se pidió a niños de 4 años de edad que resolvieran un rompecabezas. Se les dio la opción de quedarse a trabajar en un rompecabezas fácil que antes ya habían completado o probar uno más desafiante.
Las personas con mentalidad fija decidieron rehacer el rompecabezas más fácil, afirmando así sus capacidades existentes. Las personas con mentalidad de crecimiento se preguntaron, ¿Por qué alguien haría el mismo rompecabezas de nuevo si tiene la oportunidad de resolver uno nuevo?
Los niños con mentalidad de crecimiento optaron por abordar los rompecabezas más difíciles. En suma, los niños con una mentalidad de crecimiento se inclinaron por seguir poniendo a prueba sus capacidades, en vez de intentar ganar confianza resolviendo de nuevo aquellos que ya habían superado.
¿Quieres cultivar una mentalidad de crecimiento en tu hijo?
¡Prueba esto! En lugar de hacer una alabanza a la persona (por ejemplo, “eres creativo”), haz una alabanza al proceso:
- Alaba la estrategia (por ejemplo, ” encontraste una muy buena manera de hacerlo”)
- Elogia con especificidad (por ejemplo, ” parece que entiendes realmente las fracciones”)
- Alabanza del esfuerzo (por ejemplo, ” puedo decir que has estado practicando”)
Debes ser realista: no digas “¡Buen trabajo!” cuando no lo es
Otro pionero en el campo, el psicólogo Wulf-Uwe Meyer, realizó una serie de experimentos con niños menores de siete años, que aceptaban elogios por su valor nominal. Después comprobó cómo niños mayores de doce años, examinaban las palabras de elogio para la conocer la verdad. Dicho de otra manera, comparaban la percepción que ellos tenían del valor de su trabajo y la que desprendía el halago que recibían .
Estudios de Meyer encontraron que los niños que apreciaban una diferencia entre su percepción y la del profesor se tomaban el halago como una señal de que el profesor pensaba que carecían de capacidad y necesitan un impulso adicional. Por otro lado, el estudio de Meyer demuestra que las alabanzas eran tomadas como más sinceras cuando el profesor también exponía algunas críticas al trabajo que habían hecho.
Prueba esto:
- Sé sincero. Uno de los mayores errores que podemos cometer como padres, es asumir que los niños no son lo suficientemente espabilados para detectar las intenciones que se esconden detrás de nuestra alabanza. Se podría pensar que estás fomentando a un niño elogiando los malos resultados, pero resulta que los niños pueden percibir una alabanza no auténtica como una señal de fracaso. Ofrece una alabanza auténtica por los logros reales.
Deja de alabar por completo (“¿En serio? Sí, por cierto”)
Un impresionante cuerpo de estudios muestra que una alabanza puede ser del todo desalentadora. La investigación seminal realizado por Mary Budd Rowe, muestra a un grupo de estudiantes de primaria, que fueron elogiados profusamente por los maestros, comenzaron a responder a las preguntas con un tono más provisional (“¿la respuesta es siete?”). Y cuando el profesor no estaba de acuerdo, los estudiantes eliminaban y retiraban la idea que habían propuesto al principio.
En otro estudio con resultados reveladores, realizado por Joan Grusec, niños de ocho a nueve años, a menudo elogiados con generosidad, comenzaron a actuar de manera menos generosa en el día a día con sus compañeros. Cada vez que los niños escuchaban “Estoy muy orgulloso/a de ti por ayudar o compartir”, manifestaron menos conductas en las que ayudaban y compartían; la intensidad del impulso de colaboración disminuyó, es decir, creaban el efecto contrario al deseado.
Los niños desarrollan tolerancia a la alabanza; requieren dosis cada vez mayores. Y, tan pronto como los padres y los maestros quitan la alabanza, los niños pueden perder interés en su actividad.
Una vez que se retira la atención, muchos niños dejan de practicar aquella tarea que había sido reforzada con el reconocimiento explícito. En pocas palabras, el gusto por la realizar la propia conducta o por sus consecuencias intrínsecas desaparece y su aparición queda condicionada a la esperanza de refuerzo. Cuando ésta desaparece, también desaparece la conducta.
Así, si vamos a ser un poco más parcos en alabanzas, ¿qué debemos hacer en su lugar?
Prueba esto:
En lugar de alabar, trata de observar y comentar. Por ejemplo “¡Has terminado de pintar la imagen!”. Tales comentarios reconocen el esfuerzo y alentar a los niños a sentirse orgullosos de sus logros. Si tu niño/a hace un dibujo, da su opinión, etc., no hagas juicio sobre lo que observa: “¡Esas nubes son muy grandes!” o “¿Seguro que vas a utilizar una gran cantidad de azul?”
Queremos que nuestros hijos se sientan alentados y motivados. Debemos reconocer sus triunfos porque estamos realmente orgullosos de ellos. El cambio de hábitos toma un poco de esfuerzo, pero comienza por seguir a diciendo “buen trabajo” a tus hijos, y a tratar de mezclarlo con algunas otras formas de alabanza.