Las decisiones son subjetivas, no perfectas
Las decisiones son subjetivas, no perfectas. Esta afirmación parece evidente, pero difícilmente asumible cuando el perfeccionismo corre por nuestras venas.
Todos somos conscientes de la importancia de la toma de decisiones frente a nuestra vida, ya sea a nivel familiar, a nivel profesional, a nivel de salud o a nivel económico. Las decisiones que tomemos cambiarán tanto la situación que vivimos como la que viviremos.
La capacidad para tomar decisiones es valorada en muchos procesos de selección de personal. Y es que no es para menos, ya que esta capacidad es necesaria para muchos puestos de responsabilidad.
Por otro lado, una de las piedras que nos encontramos en el camino y que favorece la dificultad para tomar decisiones es la tendencia a clasificar diferentes fenómenos dentro de la dicotomía “bueno y malo”, dejando implícito un juicio no siempre necesario.
Las decisiones pueden ir desde las más sencillas, como escoger qué cenar, a las más complejas, como decidir dar un riñón. Pero aún así, persiste una clasificación dicotómica que polariza ambas decisiones, implicando así un juicio que no siempre es correcto; realmente en muchos casos no son las decisiones, sino el contexto lo que las sitúa en la escala de dificultad.
Para un padre la decisión de donarle o no un riñón a su hijo puede ser muy sencilla, y sin embargo darle muchas vueltas a qué muebles comprar para el salón. En este sentido, distingamos la dificultad de decidir de la dificultad de ejecutar aquello por lo que nos hemos decantado.
No sabemos qué es el bien y el mal, pero tomamos decisiones en base a ello.
De esta manera, si las decisiones no son buenas y/o malas, entonces, ¿qué son? Las decisiones son subjetivas, propias, personales, individuales, conjuntas y libres.
Las decisiones nos hacen vivir la vida que queremos vivir, haciéndonos gastar las cartas de nuestra única y propia baraja. Pero, pese a tener clara la teoría, siempre aparece la tendencia a cruzarnos con el miedo a decantarnos por aquella opción que no es la mejor.
El perfeccionismo no me deja tomar decisiones
La paradoja del perfeccionismo es que el perfeccionismo no es perfecto. El perfeccionismo conlleva no estar nunca conformes con nuestra ejecución o con nuestro rendimiento. La persona perfeccionista se enfrentará a una dificultad extra para ponerle el punto y final a un proyecto: únicamente lo hará porque así lo requiere algún factor de la realidad asociada a ese proyecto -como una fecha de entrega-. Pero, ¿y cuándo no existe este factor?
Las decisiones pueden ser cadenas infinitas de resultados que no tienen un final: cada decisión puede dar paso a otra decisión. Vamos a comprar un coche, elegimos marca, modelo, color, forma de pago… De esta manera, las decisiones encadenadas pueden ser muchas, dando paso a procesos muy largos.
Las personas perfeccionistas, pretenden que cada decisión tomada, sea perfecta, queriendo asegurar un resultado no mejorable. Pero, desafortunadamente, toda decisión tiene una doble cara, presentando así una parte positiva y una parte negativa, implicando el “ganar” y el “dejar ir”.
Así pues, la persistencia en el debate interno sobre qué decisión es mejor que otra, buscando el bien, el mal y el resultado esperado, produce altos niveles de sufrimiento y mucha dificultad para avanzar sin ansiedad.
“El riesgo de una decisión equivocada es preferible al terror de la indecisión”
-Maimónides-
Cómo evitar el perfeccionismo en la toma de decisiones
Tal y como hemos comentado, la toma de decisiones está valorada como una habilidad. Y es que es muy necesaria para dar la bienvenida a la tranquilidad en nuestra vida.
Para evitar que el perfeccionismo bloquee esta capacidad y sea precursora de altos niveles de ansiedad, hay que poner el foco sobre la educación. Como siempre, una vía necesaria para un desarrollo sano y funcional. De esta manera, lo que los padres pueden hacer para favorecer su toma de decisiones es:
- Dar responsabilidad a los hijos. A medida que se desarrollan, los niños están en disposición de asumir nuevas responsabilidades. Derivarlas en ellos de manera gradual hará también que su crecimiento en muchas áreas se vea estimulado.
- Evitar la sobreprotección. Sobreproteger a los hijos para evitar su sufrimiento tiene poco sentido cuando les apartamos de la convivencia con el error.
- Acompañar en el error. El error es una vía de aprendizaje. Pese a que muchos padres les de miedo y hagan constantes proyecciones hacia sus hijos, los errores son tan necesarios como los aciertos. El acompañamiento como sustitutivo del castigo durante un episodio errático ayudará a que finalmente el pequeño termine transitando por la dirección correcta.
- Favorecer la reflexión, la paciencia y la valoración de opciones. Ayudar a disminuir la impulsividad e incrementar la paciencia -no sólo de forma teórica, sino reflejando una actitud paciente hacia el hijo- favorecerá que exista un periodo de reflexión que permita una toma de decisiones más sensata.
“El hombre que pretende verlo todo con claridad antes de decidir nunca decide”.
-Henry F. Amiel-
Todas estas indicaciones favorecen que los niños/as puedan crecer con un grado de autoestima y autoconfianza muy favorecedor, ya que no reciben ningún refuerzo negativo cuando ellos mismos buscan tomar las riendas de su vida. De esta forma, se aumenta su autonomía y la seguridad en sí mismos.
Por el contrario, el enfado hacia una decisiones que como padres no compartimos, el castigo hacia el ensayo-error o la invalidación de decisiones provocarán una desconexión en el hijo entre el querer y el deber, preguntándose siempre qué es lo que quiere, qué es lo que necesita y qué es lo que desea. En conclusión, el apoyo hacia las decisiones de los demás y el apoyo en las consecuencias de éstas es sin duda mucho más sano que el miedo a la equivocación sin saber qué es equivocarse para el otro.
“Que tus decisiones reflejen tus esperanzas, no tus miedos”.
-Nelson Mandela-