Lo peor que le puede pasar a un niño es que sus padres mueran

Lo peor que le puede pasar a un niño es que sus padres mueran
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Última actualización: 27 septiembre, 2019

“Perdí a mi padre a los 8 años, casi nueve años. No he olvidado su voz grave y amorosa. Dicen que me parezco a él. Pero hay una cosa que nos diferencia: mi padre era un hombre optimista”. Así empieza el testimonio de Rafael Narbona, un hombre que perdió muy joven a su padre. Una situación que le marcó para siempre y que deja patente que lo peor que le puede pasar a un niño es que sus padres mueran.

En la infancia los niños establecen un vínculo especial -en la mayoría de los casos positivo e incondicional- con sus progenitores. Gracias a ellos tienen el primer contacto que marcará sus futuras relaciones afectivas. Son su apoyo, su modelo a seguir, aquellas personas que les ayudan a esclarecer un camino que desconocen, ya que son novatos en el juego de la vida. Por eso, que los padres mueran a edades muy tempranas puede suponer un golpe muy duro que les afectará de una forma muy profunda.

¿Por qué yo? ¿qué hubiera pasado si mis padres no hubieran muerto? ¿qué opinarían ellos de mi vida actual? ¿estarían de acuerdo con mis decisiones? Son preguntas sin respuesta certera, que muchas veces acompañan durante toda su vida a esos niños que perdieron pronto a sus padres. Demasiado pronto.

“Me resultaba inconcebible pensar que mi padre ya no podría pasear conmigo por el parque”.

-Rafael Narbona-

La muerte de los padres deja una huella imborrable: sea como cicatriz, sea como herida

Rafael Narbona tiene muy presente lo duro que fue perder a su padre a la edad de 8 años por un infarto de miocardio. La incomprensión ante este hecho inesperado le llevó a plantearse la pregunta de “¿por qué a mí?”. A buscar la soledad en los recreos cuando, en realidad, debería estar disfrutando con los demás niños del colegio.

Podemos pensar, desde el punto de vista adulto, que los niños olvidan rápido, no obstante esto no es así para los acontecimientos importantes. Ellos viven con gran intensidad todo lo que les ocurre y la huella que deja cada suceso será muy difícil de borrar. La tristeza de ese momento, ver a otros padres con sus hijos y el rechazo ante esa realidad tan desconocida y que provoca tanto dolor como es la muerte, puede arrastrarse toda la vida.

El hecho de que los padres mueran iniciará un proceso de duelo cuyas etapas durarán más o menos en función de la persona y de cuánto la marque esta situación. La rabia, el enfado y la negación iniciales deberían ser sustituidas después por la tristeza y la aceptación. En el caso de Rafael Narbona, la rabia y el enfado tardaron tiempo en desaparecer y fueron especialmente intensos durante la adolescencia.

Para los niños resulta muy difícil entender que las personas y los seres vivos terminan muriendo y eso implica que jamás volverán.

La rebeldía ante la autoridad y no respetar horarios a veces no son indicativos de falta de educación, sino de un terrible dolor que reside en el interior de una persona. Es una forma de manifestar el descontento ante algo que todavía sigue causando rechazo.

Tristeza convertida en apacible nostalgia

Al igual que muchos niños que pierden a sus padres, Narbona pasó de estar en lucha continua con el mundo manifestando así su rabia, a convertirse en profesor, periodista y escritor tal y como lo era su padre. En su dolor idealizó a su padre, hasta tal punto que su vida dio un giro cuando decidió seguir sus pasos. No obstante, la tristeza seguía ahí y tuvo que hacer un proceso de sanación en el que logró ver a su padre como alguien imperfecto, pero real.

Cuando uno de los padres muere, los niños se aferran a esa imagen idealizada mientras arremeten contra un mundo que les ha quitado a quien más querían. A veces terminan siguiendo sus pasos en un deseo muy profundo, no de reemplazar, sino de sentir a esa persona tan querida más cerca. Sin embargo, sigue existiendo una tristeza y un profundo rencor hacia el mundo que un día les arrebató a esa figura amada.

La familia nunca debería disimular la tristeza y sería positivo incluir a los niños en el duelo.

Los niños sufren mucho si a edades tempranas pierden a uno de sus progenitores. Por eso, permitirles que expresen sus sentimientos, que hablen del tema y de cómo se sienten será importante para evitar que esas emociones se estanquen en su interior sin adquirir un sentido. En estos casos lo más probable es que salgan a flote en etapas posteriores de su vida con mucha más fuerza y rabia, cuando nosotros tengamos una menor capacidad para ayudarles.

niña triste pensando en la posibilidad de que sus padres mueran

No podemos evitar lo que sucede, pero sí fortalecernos con cada golpe que encajamos. Esto será una oportunidad para aprender a ser resilientes, para madurar a nuestro ritmo y darnos cuenta de que la vida no está en contra de nosotros, sino que es como es: azarosa y caprichosa en muchos casos. Al final, gracias a la aceptación, la tristeza por ese progenitor se convertirá en una apacible nostalgia.

Imágenes cortesía de Kotori Kawashima


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