Luces, Cámara y Acción
Hay ocasiones en las que sentimos que no encajamos. Nos encontramos estáticos mientras todo gira alrededor y sentimos que nada nos llena. Sin embargo, tampoco hacemos nada por cambiarlo. Sin embargo, ahí estamos, probablemente actuando en muchas esferas de la vida. Vivir actuando puede funcionar durante un tiempo, pero llegará un momento en el que sea una tarea agotadora, que consuma cada atisbo de motivación. Así, es necesario parar y pensar en que quizá sea necesario levantar el telón.
Vivir actuando
Sabemos que estamos actuando cuando hay personas a las que tratamos sin querer hacerlo. Cuando, sin razones, salimos con personas que no nos interesan, a lugares que no nos aportan nada. Sólo siendo esclavos del sistema y de un círculo social que se aleja bastante de nuestra visión e intereses. Incluso cuando tratamos a ciertas personas de forma especial sólo porque son los que tienen una mejor imagen, creyendo que eso mejora nuestra escena.
¿A quién no le ha pasado que no soporta al amigo, al primo o al hermano de su pareja? ¿Quién no ha aparentado llevarse bien con alguien y ha salido corriendo al despedirse? ¿Hacer ciertos planes sólo por complacer a una persona? Incluso algunas veces se pierde el interés por la pareja, se le deja de querer y se sigue con ella, esclavizado por la costumbre, el qué dirán. Por el miedo de quedarse solo/a. Y actuamos. Se pierde la espontaneidad y autenticidad, cavando la tumba para los momentos de disfrute y dejando de aprovechar el tiempo que se tiene para uno mismo. Y ahí, se va la vida.
Perderse y encontrarse
Si nos damos cuenta de que estamos actuando, lo mejor es parar y empezar a pensar en uno mismo. Hacer las cosas que nos gustan en inventar algunas más que no hayamos hecho todavía. Recuperar la esencia. Salir con amigos, con hermanos, visitar a familiares, hacer deporte, dejar de hacer cosas porque se ven mejor y no porque realmente nos apetezca. Si no nos dedicamos tiempo y dejamos que nuestra vida se convierta en un cúmulo de responsabilidades (laborales, y otros compromisos con y para los demás), la tensión acumulada y el disgusto pasarán factura a nivel físico y emocional. Nos desborda el estrés, cansancio, y agotamiento mental.
Para dejar de vivir actuando lo primero es tomar el control del propio cuerpo y de la mente. Ver las cosas con perspectiva y reenfocar la lucha interminable con lo que menos nos gusta de uno mismo. Centrarla en potenciar las mejores armas y virtudes. Una vez se hace las paces con la propia persona, se comienza a vivir de forma natural y genuina. Entendemos que no gustamos a todos, ni todos serán de nuestro agrado. Que si hay algo que no nos gusta, no tenemos por qué relacionarnos con ello. Dejamos de ser perfectos, o lo que creíamos perfecto, para ser más felices. Ahora acomodarse en lo conocido y en creencias irracionales, se convertirá en nuestro peor enemigo.
En última instancia, se trata de amarse. De valorarse y decidir pensando en el propio ser. Queriéndonos a nosotros mismos, seremos más capaces de amar a los demás, y tomaremos mejores decisiones. Nos relacionaremos de mejor forma con nuestro entorno, siendo capaces de decir que algo no nos gusta, que no estamos de acuerdo, y ofreciendo alternativas que también nos reconforten.
Los efectos son inmediatos. Cuando dedicamos tiempo a aquello que realmente nos llena se ve reflejado en nuestro humor, incluso en nuestra piel, estando más fresca y relajada. Y entonces ahí, habrá merecido la pena perderse para volver a encontrarse, para entender por qué hacíamos lo que hacíamos.