Neurobiología de la esperanza: ¿por qué confiamos en un futuro mejor?

El cerebro cambia cuando cultivamos el sentido de la esperanza. Los neurocientíficos han descubierto que esta dimensión favorece el bienestar psicológico al reducir el impacto del estrés y la ansiedad a nivel cerebral.
Neurobiología de la esperanza: ¿por qué confiamos en un futuro mejor?
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 01 agosto, 2022

La neurobiología de la esperanza nos dice que el ser humano necesita de esta dimensión como un mecanismo más de supervivencia. Dicha brújula existencial es la que prioriza el optimismo sobre el derrotismo, quien nos alienta en momentos complicados y la que, según los neurocientíficos, nos permite regular los trastornos de ansiedad. Saber cultivarla y tenerla presente es sin duda una herramienta de gran utilidad.

Jerome Groopman, profesor de la Universidad de Harvard y uno de los divulgadores más conocidos en materia de biología y medicina, escribió un libro en el 2003 titulado Anatomy of Hope. Este interesante trabajo recoge casos reales sobre cómo pacientes que atraviesan duras enfermedades logran lidiar e incluso mejorar su estado al mantener un enfoque donde reluce el sentido de la esperanza.

Según el propio doctor Groopman, al lado de la cama de todo paciente debe asentarse esta dimensión. La esperanza debe llevarnos de la mano en cada circunstancia de nuestro ciclo vital. El que esto sea así se debe básicamente a que su impacto a nivel cerebral es inmenso, actuando incluso como un mecanismo protector capaz de reducir el miedo y toda esa neuroquímica asociada a la ansiedad.

Estamos sin duda ante un tema interesante en el que vale la pena profundizar.

“Estamos comenzando a apreciar el alcance de la esperanza. De hecho, no hemos definido aún todos sus límites y potencial. Veo la esperanza como el corazón mismo de la curación”.

-Jerome Groopman –

Mariposa en la mano de una mujer para representar la Neurobiología de la esperanza

Neurobiología de la esperanza, ¿en qué consiste?

Algo que nos dicen los expertos en materia de neuroemociones es que a nuestro cerebro le tiene sin cuidado que seamos felices o no. Lo que desea en realidad es nuestra supervivencia.

¿Qué papel cumple en este contexto la neurobiología de la esperanza? Según el doctor Jerome Groopman, esta dimensión actúa como un regulador del estrés y por tanto, como un catalizador del bienestar.

Por otro lado, algo que vienen preguntándose desde hace décadas tanto psicólogos, como filósofos y científicos es qué efecto tiene este constructo en nuestra vida. Todos coinciden en que, efectivamente, es muy beneficioso para el ser humano mantener un enfoque esperanzado; porque lo opuesto a ella, no solo es la desesperanza, es también el miedo y la indefensión.

Así mismo, conviene recordar algo que dijo una vez el político checo Václav Havel: la esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien; es entender que ese algo tiene sentido independientemente de cómo resulte. Por tanto, quien alberga ese sentimiento no es que crea que eso que tanto ansía vaya a ocurrir. Entiende que esa meta merece el esfuerzo.

Por tanto, veamos cómo entiende nuestro cerebro esta idea y qué impacto tiene en él.

Cerebro iluminado para representar que la Neurobiología de la esperanza

La esperanza y la corteza orbitofrontal medial

En el 2017, la Universidad de Sichuan llevó a cabo una investigación sobre la neurobología de la esperanza. Para ello, se contó con una amplia muestra de personas divididas en dos grupos.

El primero, aplicaba un enfoque más positivo y esperanzador en su día a día; el otro, presentaba algún trastorno del estado del ánimo.

Mediante resonancias magnéticas se pudo averiguar lo siguiente:

  • La corteza orbitofrontal medial bilateral presentaba una mayor activación en aquellas personas que hacían uso del enfoque esperanzador. Es necesario tener en cuenta que esta área está relacionada con nuestra motivación, con la conducta basada en la recompensa, la resolución de problemas y con los comportamientos dirigidos a objetivos,
  • Asimismo, algo que pudo observarse además en el primer grupo, es que la esperanza actuaba como mecanismo protector contra los efectos del estrés y la ansiedad; es decir, aparecía un nivel mucho menor de cortisol.

Neurobiología de la esperanza y terapia psicológica

Matthew Gallagher, psicólogo y profesor de la Universidad de Houston, realizó una interesante investigación en el 2019 donde tuvo muy en cuenta todos los trabajos anteriores sobre la neurobiología de la esperanza.

Sabía que «entrenar» al cerebro en un enfoque personal más esperanzado, resiliente y optimista hacia el futuro, podría ser una herramienta más en terapia psicológica. De hecho, así lo hizo.

A lo largo de un año, aplicó un tipo de terapia donde los pacientes desarrollaran este sentido de motivación, de confianza en uno mismo, de responsabilidad y apertura positiva hacia el mañana, consiguiendo así que trastornos como la ansiedad o la depresión mejoraran.

La esperanza, al fin y al cabo, es una estrategia más de afrontamiento hacia los estresores y los obstáculos de la vida. Así, algo que nos está haciendo ver el campo de la investigación en el área de la neurobiología de la esperanza, es que gracias a ella nos abrimos camino, hacemos cambios y mejoramos.

Para concluir, tal y como decía Leonard Cohen, hay una grieta en todo lo que nos rodea, pero es a través de ella por donde entra la luz. La esperanza, es ese haz luminoso. Saber apreciarlo, saber guiarnos por él puede sernos de gran ayuda.

Chica haciendo terapia pensando en la Neurobiología de la esperanza

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  • Wang S, Xu X, Zhou M1. Hope and the brain: Trait hope mediates the protective role of medial orbitofrontal cortex spontaneous activity against anxiety.Neuroimage. 2017 Aug 15;157:439-447. doi: 10.1016/j.neuroimage.2017.05.056
  • Matthew W. Gallagher, Laura J.Long. Examining Hope as a Transdiagnostic Mechanism of Change Across Anxiety Disorders and CBT Treatment Protocols. Journal of Anxiety Disorders, vol. 41 (2015) pp. 96-107. DOI https://doi.org/10.1016/j.beth.2019.06.001

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