Olive Oatman, la mujer del tatuaje azul y el doble cautiverio

Olive Oatman, la mujer del tatuaje azul y el doble cautiverio
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 06 agosto, 2023

A Olive Oatman se la conoce como la misteriosa mujer del tatuaje azul en la barbilla. Secuestrada de niña por los indios Yavapai, acogida posteriormente por los indios Mohave y rescatada finalmente por su hermano, dedicó parte de su vida a hablar sobre la supervivencia y la fortaleza del ser humano sin percibir lo rota que había quedado su mente e incluso su propia identidad.

Es posible que más de uno se haya encontrado con esta historia alguna vez. Atrae sin duda el rostro sereno de su protagonista, su mirada y sobre todo, ese singular tatuaje donde lo étnico, lo salvaje dirían algunos, se integra a duras penas con esa imagen occidental que toda buena dama educada y de buena posición solía mostrar a mediados del siglo XIX.

Olive Oatman sufrió dos tragedias que la marcaron de por vida: primero la pérdida de su familia biológica por el ataque de los yavapais, y después, al ser arrancada de su segunda familia, los mohaves.

Sin embargo, Olive Oatman no era una dama cualquiera de la Arizona de dicha época. Fue una mujer que arrastró varios traumas a lo largo de su vida, alguien que intentó adaptarse y sobrevivir a cada revés con la que quiso golpearle el destino. Y sobrevivió, no hay duda, porque lo suyo fue algo admirable, toda una odisea que quedó recogida en libros “Captivity of the Oatman Girls” (1856) o en “El tatuaje azul: La vida de Olive Oatman”, de Margot Miffin.

Sin embargo, hay algo de lo que no se habló en aquellos años. Olive Oatman nunca se sintió tan libre como en esos días en los que convivió con los Mohave. De hecho, casi 100 años después, se le puso su nombre a una pequeña ciudad, un rincón donde vivió aquella joven en compañía de los nativos y donde curiosamente, fue más feliz que nunca.

Paisaje de Arizona

Olive Oatman, años de cautiverio, años de libertad

Estamos en 1850 y en las áridas, pero siempre majestuosas tierras del Colorado, en Estados Unidos. A lo largo de un camino solitario y pedregoso podemos ver una caravana de colonos abriéndose paso con sus animales, sus carros y sus infinitas esperanzas por asentarse en eso que se conocía entonces como el “nuevo mundo”.

Sin embargo, el nuevo mundo ya estaba habitado, tenía propietarios legítimos que no iban a ceder ante el deseo de conquista de un grupo de extranjeros con aires de grandeza. Entre esos colonos estaba la familia Oatman, mormones que avanzaban de forma incauta llevados el fanatismo de un líder espiritual, el pastor, James C. Brewster. Fue aquel personaje quien los llevó inevitablemente al desastre. Nada sabían de aquellas tierras, tampoco quisieron oír las advertencias. Era tan firme su propósito y tan ciega su fe que no advirtieron que aquella tierra ya tenía propietarios, una etnia salvaje y bastante violenta: los yavapai.

Los indios acabaron con prácticamente todo el grupo de pioneros que encabezaban aquella expedición. Después de la matanza, decidieron llevarse a dos niñas blancas como esclavas, eran Olive Oatman de 14 años y su hermana Mary Ann, de 8. Tras el drama sufrido, a las dos pequeñas les aguardó algo que no fue mucho mejor, tuvieron que resistir casi un año de maltrato, de carencia y de humillación continua por parte de aquellos nativos que tanto despreciaban al hombre blanco.

Sin embargo, su suerte cambiaría cuando una tribu vecina se enteró de la historia de las niñas.

Esa tribu eran los Mohave. Fueron ellos quienes decidieron rescatarlas haciendo un intercambio: entregaron varios caballos y mantas a cambio de las niñas blancas. El trato quedó sellado, y Olive y su hermana menor iniciaron una vida nueva, una vida que supuso un giro de 180º respecto a la indigencia a la que habían estado sometidas. Fueron adoptadas por la familia Espanesay y Aespaneo, acogidas por una tierra llena de bellezas, de tierras con campos de trigo y bosques de álamo donde dormir cada noche en compañía de un pueblo afable.

Así, y para demostrar su unión con la comunidad, se les hizo el tatuaje tradicional de su pueblo; con dicho tatuaje se garantizaba su unión con los suyos en el más allá, un símbolo religioso y de comunión con los mohave. Fueron unos años tranquilos, donde Olive tuvo la oportunidad de asumir el duelo por la pérdida de sus padres y estrechar lazos con aquella, su nueva familia.

Sin embargo, también hubo tiempos de dificultades, años de sequía donde el pueblo pasó hambre y donde murieron muchos niños, entre ellos Mary Anne, la hermana de Olive. A ella, se le permitió enterrarla según su propia religión, regalándole incluso un pedazo de tierra donde Olive plantó un jardín de flores silvestres.

El tatuaje invisible de Olive Oatman

Olive Oatman tenía casi 20 años cuando al poblado Mohave llegó un mensajero del Fort Yuma. Se habían enterado de la presencia de una mujer blanca y exigían su devolución. Cabe decir que esta tribu jamás tuvo cautiva a la joven, siempre le dijeron que era libre de irse cuando así lo deseara, sin embargo Olive nunca tuvo especial interés por volver a eso que el hombre blanco llamaba civilización. Estaba bien. Se sentía bien.

Sin embargo, todo cambió cuando se enteró que quien la reclamaba era Laurence, su hermano pequeño, al que creía muerto en el brutal ataque con los Yavapai donde perdió a su familia. Decidió marcharse, decidió volver con los suyos y los mohave, lo aceptaron a duras penas. Sin embargo, aquella fue una decisión de la Olive se arrepentiría años después.

La mujer del tatuaje azul

Así la llamaron, la “mujer del tatuaje azul”. Porque los trajes victorianos con los que la vistieron de inmediato para borrar su pasado con los indios no pudo cubrir el tatuaje que adornaba su barbilla. Sin embargo, lo que no todo el mundo sabía es que también sus brazos y sus piernas tenían llamativos tatuajes que nunca más volvieron a ver la luz del sol y el viento del Colorado.

Tras su vuelta a la civilización todo fue muy rápido para Olive Oatman. Se escribió un libro sobre su historia, y parte de las regalías obtenidas se las ofrecieron a ella para su uso personal, y lo aprovechó bien. Le sirvieron para estudiar una carrera universitaria y para pagar también la formación de su hermano Laurence. Más tarde, empezó a dar conferencias por todo Estados Unidos para hablar de su experiencia, de los Yavapai y los Mohave.

Sin embargo, lo que contaba el libro escrito sobre su historia y lo que la gente esperaba oír en sus conferencias eran anécdotas sobre el salvajismo de los indios, sobre su ignorancia e inhumanidad. Olive, presionada, tuvo que mentir para sobrevivir en ese pueblo que ahora la había acogido en una nueva etapa de su vida.

En 1865 se casó con un rico ganadero. Un hombre que solo le pidió una cosa: que olvidara su pasado, que dejara las conferencias y que para salir, se pusiera un velo que cubriera el tatuaje. Así lo hizo, dejando pasar el tiempo de esta manera, gota a gota. Año tras año y sometida al que fue quizá el peor cautiverio de su vida, se originó en ella un nuevo tatuaje: el del dolor y el recuerdo de aquellos años con los Mohave, en los que su existencia era satisfactoria, libre y feliz….

Olive Oatman pasó gran parte de su vida con intensos dolores de cabeza, con depresión y con estancias en clínicas de Canadá donde intentar curar su añoranza por su familia, los Mohave. Falleció a los 65 años.


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