¿Por qué nos gustan las historias con finales felices?

«Y vivieron felices para siempre...». La mayoría de las personas prefieren que los libros, las películas y las series que ven tengan una resolución positiva. Si también es tu caso, te explicamos a qué se debe esa necesidad...
¿Por qué nos gustan las historias con finales felices?
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 18 junio, 2022

Si ponemos la mirada en el retrovisor de nuestra infancia, nos daremos cuenta de algo. Ya desde niños nos habituamos a que buena parte de los libros que leíamos y películas que veíamos tuvieran una resolución de lo más halagüeña y reconfortante. El amor siempre triunfaba y los protagonistas salían airosos. Casi sin darnos cuenta, nos volvimos algo intolerantes a los desenlaces poco idílicos. Quizá, por ello, muchos llevan consigo más de una espina clavada en el corazón. Por ejemplo, nos hubiera gustado que Francesca (Meryl Streep) se hubiera marchado con Robert Kincaid (Clint Eastwood) en Los puentes de Madison.

Y nos hubiera encantado, también, que Jack (Leonardo DiCaprio) se hubiera subido a la tabla de madera con Rose (Kate Winslet) en Titanic. Al fin y al cabo… ¿Qué necesidad hay de hacer sufrir al espectador con esos finales tan trágicos? Lo mismo sucede con los libros. Jane Austen y Charles Dickens sabían muy bien que los lectores agradecían terminar sus novelas con una sonrisa. Al fin y al cabo, el mundo real ya es lo bastante complicado, y hasta trágico en algunos momentos. De algún modo, la literatura y el cine son ese refugio cotidiano donde la mente se distrae y el cerebro anhela sentir que en la vida hay esperanza, que el bien siempre triunfa sobre el mal y que todo obstáculo puede ser vencido…

Los finales tristes e infelices tienen una particularidad: nos ponen cara a cara con las realidades más amargas la vida.

Pareja sorprendidos disfrutando de las historias con finales felices
Cuando más necesitamos que una historia tenga final feliz, es cuando la trama del libro o película tiene como elemento central el amor de una pareja.

Fuera dramas, nos gustan las historias con finales felices

Empezaremos con un matiz evidente. No todo el mundo es partidario de que una historia termine con el clásico “fueron felices y comieron perdices”. Es cierto que también sabemos apreciar esas resoluciones marcadas por lo trágico. Posiblemente, Anna Karenina no tendría tanta trascendencia sin su desenlace fatal ni Love Story (1970) tampoco hubiera marcado a tantas generaciones con otro final.

Sin embargo, si nos vamos a la vida real, y en concreto, a las nuestras, hay un hecho indiscutible: queremos historias con finales felices. Si nos vamos de vacaciones, queremos que la alegría y la dicha nos duren hasta el último segundo. Tanto es así que, si por una de aquellas en el viaje de regreso el avión se retrasara cinco horas, lo más probable es que recordáramos esa escapada como un desastre.

No importa que durante cinco o seis días lo hallamos pasado bien. Si algo falla en el último momento, todo el recuerdo de esa experiencia se empaña. Si te has preguntado alguna vez a qué se debe este curioso sesgo que, sin duda, es más acusado en unas personas que en otras, te explicamos la razón.

“Y vivieron felices para siempre” es una frase que resuena en nosotros desde la infancia. Quizá por ello tenemos mayor afinidad con este tipo de desenlaces.

La culpable es tu amígdala cerebral

En el 2020, los investigadores Martin Vestergaard y Wolfram Schultz, neurocientíficos de la Universidad de Cambridge, quisieron profundizar en este tema. ¿Cuál es la razón por la que, a una parte de nosotros, nos gustan las historias con finales felices? Bien, parece que el desencadenante está en una región muy particular del cerebro.

El trabajo, publicado en el The Journal of Neuroscience, reveló que la amígdala es el área que le otorga una valencia emocional concreta a todas nuestras experiencias. Su papel en la percepción de las experiencias es clave. Ahora bien, lo más llamativo es que esta pequeña estructura procesa la realidad como un todo.

Es decir, si estamos aprendiendo a ir en bici y logramos avanzar veinte metros y al final nos caemos, la amígdala procesa esa experiencia como negativa. Sentiremos el pinchazo de la frustración. Y no importa que antes de la caída lográramos recorrer unos cuantos metros. Para la amígdala, un final negativo altera la visión global de toda la vivencia.

Nos gusta anticipar que pasará algo positivo

Este dato también resulta interesante. Cuando estamos viendo una serie, una película o un leyendo un libro, nos agrada anticipar qué puede suceder. Sin embargo, algo que nos gusta de manera particular es pronosticar que por más adversidades que se sucedan, todo terminará bien. Esto mismo es lo que demostraron en 1993 los economistas del comportamiento George Loewenstein y Drazen Prelec.

En su artículo de investigación explicaron que si nos gustan las historias con finales felices, es porque nos confieren cierta sensación de control sobre la realidad. Siempre preferiremos, por ejemplo, experiencias de mejora ascendente, que descendente. Es decir, queremos que todo evento tenga una resolución óptima. Solo entonces, todo esfuerzo, toda inversión y sufrimiento, habrá merecido la pena.

Si algo falla en el último momento (mejora descendente) surge la ansiedad, la frustración y el desagrado.

Las historias con finales felices nos transmiten esperanza

Si J.K. Rowling hubiera decidido que Harry Potter muriera en el último libro, varias generaciones estarían ahora traumatizadas. Más aún, se habrían enfrentado a la propia escritora. De hecho, esto es algo que ya vivió el propio Conan Doyle cuando decidió matar a Sherlock Holmes en las cataratas de Reichenbach en Suiza, durante una pelea con el profesor Moriarty. Sus lectores llegaron a amenazarlo por su osadía.

Las personas necesitamos historias con finales felices porque, de ese modo, se refuerza en nosotros el sentimiento de esperanza. Nos reconciliamos con el mundo y todo parece tener mayor sentido si triunfan los héroes. Si nuestros personajes favoritos se enfrentaron al mal y salieron vencedores, también podemos hacerlo nosotros. ¿Puede haber algo más inspirador?

Pensemos en ello. ¿Qué pasaría si buena parte de los libros que leemos y películas que vemos terminarán de manera negativa? Se colaría en nosotros una sensación turbadora… Y no, no sería una experiencia agradable.

Mujer leyendo un libro al aire libre disfrutando de las historias con finales felices
Las historias con final triste también son necesarias: son desafíos para nuestra mente que invitan a una reflexión.

Nota final: los finales tristes también son necesarios

Jane Austen fue la reina absoluta en ese arte de las historias con finales felices. Casi siempre terminaban en boda. Sin embargo, ella misma nunca llegó a casarse y terminó falleciendo de manera temprana. La vida a menudo nos enseña que no todo termina bien y que, de alguna manera, lo trágico siempre se cuela en las vetas de la realidad.

Los finales tristes también son necesarios, es más, a menudo actúan como auténticos desafíos para la mente. Es lo que sucede cuando leemos libros como Cumbres Borrascosas o vemos películas como Million Dollar Baby. No todos los amores terminan bien. No todos los éxitos conducen a la felicidad. A veces, hasta caerse de la bicicleta es necesario para aprender a sobreponernos y mantener mejor el equilibrio…


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