¿Qué es y cómo diferenciar el hambre emocional?
El hambre emocional no se corresponde con la necesidad real de alimentarse; existen señales para distinguirla del hambre física, por ejemplo, su origen repentino o los antojos particulares. Aunque sentir hambre de esta manera no es necesariamente malo, puede convertirse en un mecanismo de afrontamiento poco saludable.
Conviene aprender a controlar estos episodios y la manera de hacerlo es revisando y modificando algunos hábitos. En caso de que el comer nacido de las emociones afecte de modo significativo tu calidad de vida, es recomendable considerar la terapia psicológica. Continúa leyendo para descubrir cómo entender y abordar este tema de forma consciente y equilibrada.
¿Qué es el hambre emocional?
El hambre emocional, de acuerdo con una publicación de la revista Appetite , consiste en la necesidad de comer como respuesta a nuestras emociones, en lugar de una demanda real de combustible para el cuerpo. Cuando sufrimos estrés, ansiedad, tristeza o, incluso, aburrimiento, es posible hallar en la comida una forma de consuelo o distracción.
Es importante tener en cuenta que el comer emocional no es algo malo en sí mismo. Todos experimentamos emociones y, en ocasiones, buscar alivio y gratificación en la comida es reconfortante. Sin embargo, es crucial aprender a diferenciar entre el hambre originada por las emociones y el hambre fisiológica; solo así atenderemos las necesidades de manera saludable en cada situación.
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Diferencias entre el hambre emocional y la fisiológica
Precisar las diferencias entre el hambre que derivada de las emociones y la que en verdad corresponde a una necesidad fisiológica, puede ser un desafío. No obstante, existen algunas señales que ayudan a clarificarlas. A continuación, las explicamos.
Origen repentino
Si nace de las emociones, el hambre suele aparecer de repente; no hay una sensación gradual de vacío en el estómago. Por otro lado, el hambre física se desarrolla de modo progresivo y está relacionada con el combustible que el cuerpo pide para funcionar.
Un posible disparador de las ganas de comer desencadenada por las emociones es el cortisol, el cual se segrega ante situaciones de estrés. De hecho, algunos estudios señalan que existe una relación entre escenarios estresantes y el hambre en cuestión (Dressl et al. 2018).
Antojos específicos
Cuando tenemos hambre producida por las emociones, tendemos a anhelar alimentos específicos, la mayoría de las veces reconfortantes o altos en grasas y azúcares.
Según un ensayo con estudiantes universitarios compartido por la Revista Caribeña de Ciencias Sociales, quienes sentían hambre emocional elegían consumir comida rápida y chocolate. En cambio, el hambre fisiológica está más relacionada con los nutrientes en general y no con un alimento en particular.
Satisfacción duradera
Al partir de las emociones, el hambre tiende a desaparecer temporalmente después de comer, pero no hay una sensación de plenitud real y duradera. Por otro lado, cuando satisfaces el hambre física con una comida equilibrada, te sientes satisfecho y energizado por un período prolongado.
¿Es mala el hambre emocional?
Es esencial comprender que en sí misma no es mala. En ocasiones, todos sentimos esta clase de hambre, por ejemplo, en una reunión social sirve como una manera de expresar nuestras emociones y compartir momentos especiales con los demás. El problema surge cuando se convierte en un mecanismo de afrontamiento poco saludable.
La comida de manera excesiva o descontrolada para tranquilizar emociones, genera malestar a largo plazo en todos los niveles. Los atracones o las compulsiones pueden provocar sentimientos de culpa, vergüenza, frustración y arrepentimiento, perjudicando la autoestima y el bienestar emocional.
Además, comer como respuesta a los sentimientos negativos es uno de los factores que explican el aumento de peso y la obesidad; lo que, a su vez, incide en la aparición de la depresión, acota un artículo en Current Diabetes Reports.
El objetivo no es eliminar por completo el hambre nacida de las emociones, sino aprender a llevarla de forma saludable. La clave está en desarrollar una relación equilibrada con la comida y encontrar alternativas que satisfagan las necesidades emocionales.
¿Cómo manejar el comer emocional?
Una vez identificado el comer emocional, hay que aprender a manejarlo con estrategias saludables. Algunos consejos para poner en práctica la alimentación consciente son los siguientes (Morillo & García, 2017):
- Encuentra actividades alternativas: en lugar de apelar a la comida, busca actividades que te brinden placer y alivio emocional. Funciona dar un paseo, leer un libro, llamar a un amigo cercano, meditar o practicar técnicas de relajación.
- Aprende a regular estrés: esta tensión es una de las principales causas del comer emocional. Identifica las fuentes estresantes en tu vida y busca formas efectivas de gestionarlas. Intenta técnicas como el mindfulness o la terapia psicológica.
- Reflexiona sobre tus emociones: tómate un momento para reflexionar, antes de recurrir a la comida. ¿Qué sientes en realidad? ¿Hay algo más que te haga falta en ese momento? A veces, reconocer y nombrar las emociones ayuda a encontrar opciones más saludables para cubrir nuestras necesidades.
- Construye un estilo de vida sano: la alimentación balanceada y variada, además de ejercitarse, son claves. Es así como consigues los nutrientes indispensables para mantener tu cuerpo y mente en equilibrio. Además, al practicar algún deporte liberas endorfinas, sustancias químicas que generan sensación de bienestar y contribuyen a regular las emociones.
¿Cuándo considerar la terapia psicológica para tratar el hambre nacida de las emociones?
Si sientes que el comer emocional está afectando en gran medida tu calidad de vida y bienestar, es recomendable considerar la terapia. Con un psicólogo exploras las causas subyacentes de tus patrones alimentarios y emocionales; también te brindará herramientas para el desarrollo de estrategias de afrontamiento más efectivas.
Recuerda que buscar apoyo no es un signo de debilidad, sino una muestra de valentía y autocuidado. La terapia es el recurso apropiado para comprender tus emociones, aprender a regularlas y promover una relación saludable con la comida y contigo.
Permanece alerta al hambre emocional
En resumen, el hambre emocional no es mala por completo, ya que todos la experimentamos en diferentes grados. Sin embargo, es fundamental reconocer cuando esta se vuelve problemática, en especial si está asociada con atracones o compulsiones.
Buscar terapia puede ser beneficioso para abordar las causas subyacentes, desarrollar habilidades de afrontamiento y promover un bienestar emocional duradero.
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