Relaciones entre padres e hijos: ¿por qué son tan complicadas?

Las relaciones entre padres e hijos pueden despertar la culpa, el rencor y diversas heridas emocionales. Descubre por qué ocurre esto y cómo puedes actuar para mejorar la calidad del vínculo.
Relaciones entre padres e hijos: ¿por qué son tan complicadas?
Elena Sanz

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz.

Última actualización: 08 junio, 2021

Algunas personas tienen el privilegio de gozar de excelentes vínculos paterno-filiales. Sin embargo, en líneas generales, las relaciones entre padres e hijos son complicadas y no tan satisfactorias como desearíamos. El rencor, la culpa, la dependencia y la ambivalencia son emociones que están muy presentes. Pero, ¿por qué sucede esto? Y, más importante aún, ¿qué podemos hacer para resolverlo?

Todos conocemos adultos que sienten que pasar tiempo con sus progenitores es una obligación o una experiencia agridulce; tal vez, porque los perciben como intrusivos o manipuladores.

Del mismo modo, son muchos los padres y madres que sienten que sus hijos son fríos e ingratos, sintiéndose poco satisfechos con la relación. ¿Quién tiene la razón y quién la culpa? En realidad, muchas veces es la propia dinámica del vínculo, y no las personas en sí mismas, las responsables de que esto sea así. Y a continuación te contamos por qué.

¿Por qué son tan complicadas las relaciones entre padres e hijos?

Hija adulta preocupada por el enfado de su madre

Este es el vínculo primario

El principal motivo por el que estas relaciones entre padres e hijos son tan complicadas, conflictivas o dolorosas es porque este es el vínculo primario. Es decir, el primero que experimentamos al nacer y el que tiene una mayor influencia en nuestro desarrollo mental y emocional.

El vínculo de un hijo con sus padres es el más intenso, y esto le convierte también en el más exigente. Cada acto, cada gesto y cada palabra de los adultos impactan al niño y moldean la percepción que tiene de sí mismo y del mundo. Por lo mismo, el fallo de un progenitor, la carencia que tiene esta fuente daña a un nivel mucho más profundo que si proviniese de cualquier otra persona.

Esta gran exigencia puede llevar a los padres a vivir el vínculo con ansiedad y con culpa. Además, puede conducir a los hijos a resentir profundamente el rechazo, el abandono y el resto de heridas emocionales que pueden surgir de esta relación.

Las expectativas no son realistas

Por otro lado, las expectativas son el origen de muchos de los conflictos y sufrimientos que acompañan a las relaciones entre padres e hijos. Lo que ocurre es que con frecuencia nos sentimos heridos, decepcionados o frustrados porque nuestros progenitores no fueron “como debían ser.

Pero, ¿qué significa esto? Simplemente que no se ajustaron a nuestras expectativas; aunque estas fueran, en muchos casos, rígidas y poco realistas.

Sin embargo, al no reflexionar, podemos arrastrar el rencor de ese niño que no obtuvo lo que necesitaba y que sigue reaccionando a día de hoy cuando percibe en sus padres aquello que le duele porque no ha sanado.

Pero las expectativas no solo juegan en una dirección. Y es que también es muy común que los padres esperen características y logros muy concretos de sus hijos. Así, cuando estos no se cumplen, se percibe como un ataque personal, como si fuese una ofensa que este hijo ose seguir su propio camino.

Falta de límites

Por último, el elemento que hace que los conflictos se mantengan y escalen suele ser la falta de límites. Con frecuencia, permitimos a nuestros padres y a nuestros hijos comportamientos que no toleraríamos de nadie más.

Por ejemplo, cuando un hijo agrede a sus padres o se aprovecha de ellos, se están transgrediendo los límites. Cuando un progenitor insulta u ofende a la pareja de su hijo, también está sucediendo. ¿Por qué lo toleramos? Porque en ocasiones confundimos la estrecha cercanía de este vínculo con el derecho a traspasar las líneas rojas.

Madre criticando a su hija

¿Cómo mejorar las relaciones entre padres e hijos?

Como ves, las relaciones entre padres e hijos contienen una fuerte carga emocional que se gesta durante años. Sin embargo, existen algunos pasos que podemos dar para sanar las heridas:

  • Hacernos responsables de nosotros mismos. Esto implica, como hijos, aceptar que nuestros padres hicieron lo que pudieron y que todo sucedió de un modo determinado. Este pasado ya no podemos cambiarlo; pero, como adultos, ahora somos nosotros los únicos responsables de nuestro bienestar.
  • Ajustar las expectativas. Como padres, no podemos pretender que nuestros hijos se amolden a nuestros deseos, hemos de permitirles ser en cada etapa de su vida. De la misma forma, debemos recordar que ser padre no implica ser perfecto y nuestros progenitores tampoco están obligados a cumplir con nuestros ideales de lo que un padre o una madre debería ser.
  • Ser asertivos. Es decir, ser capaces de comunicar con respeto nuestras necesidades, emociones y peticiones. Y, del mismo modo, poner límites cuando sintamos que la otra parte se está sobrepasando.

En definitiva, si todas nuestras relaciones pueden funcionar a modo de espejo, la que tenemos con nuestros padres y nuestros hijos, por su especial intensidad, constituye uno de los reflejos más nítidos. Sin embargo, el trabajo personal, la revisión de expectativas y la sanación de heridas emocionales son el modo más directo de transformar estos vínculos. Y es que, al cambiar la perspectiva, podremos acercarnos a ellos de un modo mucho más saludable.


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