Tiburón: otras formas de terror

Cuando hablamos de terror, con frecuencia, tendemos a lo sobrenatural. Sin embargo, obviamos que, en ocasiones, nuestro propio mundo alberga escenarios aterradores. En clave de suspense y posteriormente de aventuras, Tiburón es todo un clásico que continúa estremeciendo al espectador.
Tiburón: otras formas de terror
Leah Padalino

Escrito y verificado por la crítica de cine Leah Padalino.

Última actualización: 01 diciembre, 2022

En incontables ocasiones hemos aprovechado para hablar del cine de terror o, al menos, de ese cine que suscita el miedo y la adrenalina en el espectador. Revisionando clásicos del género, nos hemos topado con un filme que nos sobrecogió en la infancia y nos sigue estremeciendo en la actualidad: Tiburon (Steven Spielberg, 1975).

Es ineludible lo bien que ha envejecido la película porque, pese a los avances tecnológicos y a que los miedos cambian con cada generación, Tiburón consigue su propósito y continúa apelando a un miedo bastante racional si lo comparamos con la infinidad de amenazas sobrenaturales con las que nos encontramos en el cine.

Con esto, no queremos decir que el terror sobrenatural no logre su cometido; simplemente, que su complejidad es mayor y, ante un escepticismo creciente, no hay nada como una catástrofe natural o una amenaza plausible.

Y es que el miedo en el cine, precisamente, bebe de eso, de lo plausible o probable. De ese miedo que sentimos como propio y con el que podemos llegar a empatizar. Tiburón, aunque posee connotaciones fantásticas, nos acerca a ese sentimiento de angustia y acecho… tan humano y tan animal al mismo tiempo.

La herencia de Hitchcock

En tiempos de Hitchcock, la tecnología distaba mucho de las posibilidades que ofrece en la actualidad. Por ello, el cine se veía en la obligación de utilizar recursos narrativos que pudieran acentuar las sensaciones en el espectador. Si pensamos en los primeros filmes de terror, aquellos dominados por monstruos como Frankenstein, el maquillaje y la expresión del actor resultaban fundamentales.

Por supuesto, estas técnicas permanecen en la actualidad, pero se unen a otros recursos que permiten generar monstruos o sombras prácticamente de la nada. Los cineastas han tenido que inventar absolutamente de todo con el fin de generar efectos especiales. Todo aquello que sea difícil de mostrar en pantalla o suponga un riesgo para los intérpretes debe ser recreado de manera artificial.

Así, no iban a rodar con un tiburón blanco real, sino con una maqueta lo más realista posible. Seguramente, si la película se rodase en la actualidad, la maqueta apenas sería necesaria y las nuevas tecnologías recrearían a un asesino marino de lo más realista, aunque quizás no tan espeluznante.

Lo más aterrador del filme de Spielberg sucede durante la primera hora y media de película, justo antes de ver la poderosa dentadura del animal.

Spielberg quería sacar el máximo provecho de su costosa maqueta, pero tal y como le ocurrió a Kubrick con los extraterrestres en 2001: Una odisea en el espacio, las limitaciones técnicas jugaban en su contra.

Por ello, el equipo tuvo que hacer uso de otro de recursos narrativos con el fin de generar angustia en el espectador. Un miedo que, inevitablemente, evoca a Hitchcock, el gran maestro del suspense. En otras palabras, tenían que dar en la tecla acertada en el momento indicado.

¿Cómo lo lograron? Haciendo uso, precisamente, de aquello que no vemos, de los márgenes que la propia cámara nos ofrece y, en este caso, de las profundidades del mar, jugando con la imaginación del espectador.

La cámara observa a los bañistas desde la distancia, se va acercando a ellos mientras la música genera más y más tensión. Finalmente, en algunas escenas, la cámara se sumerge con el fin de no ser un espectador pasivo, sino de convertirse en los ojos del propio tiburón acechando a su presa.

Hay una escena que, en mi opinión, destaca sin lugar a dudas la magia del fuera de campo. Hablo de la escena en la que el tiburón destruye el muelle y uno de los personajes cae al agua, en ese momento, el animal arrastra los restos del muelle y, de un momento a otro, vemos como realizan un giro hacia el hombre que está en el agua mientras la música aumenta su intensidad.

De este modo, sin ver al tiburón, el espectador es perfectamente consciente de lo que ocurre y de la amenaza que supone para el personaje en cuestión.

Tiburón: la ineptitud de las autoridades

Más allá del género, Tiburón utiliza la imagen narrativa para poner ante nuestros ojos una situación que, por desgracia, no es del todo desconocida. Vemos como la localidad isleña de Amity, que vive puramente del turismo, ve su economía peligrar en el momento en que un tiburón asesino irrumpe en sus aguas en plena temporada alta.

Pese a las advertencias de la policía, el alcalde prefiere mirar hacia otro lado y se preocupa más por el impacto económico sobre la localidad que por el bienestar de sus habitantes. La figura del alcalde, de hecho, resulta bastante ridícula e inútil, pues no es más que un obstáculo para la solución.

El alcalde puede ser visto como un gran villano, un antagonista mayor que el propio animal. El tiburón, al fin y al cabo, está tratando de alimentarse y responde a instintos de supervivencia, mientras el alcalde actúa de forma egoísta, obviando lo que puede ser un auténtico peligro para los bañistas.

Igualmente, cobra importancia el personaje del marinero que puede ser visto como una representación de la clase obrera, aquella a la que no le queda más remedio que enfrentarse al peligro.

El filme ha sido susceptible de diversas lecturas, hay quienes ven reminiscencias del escándalo de Watergate, quienes critican la escasa -por no decir nula- presencia femenina y de hombres no blancos y quienes apuntan hacia una película que contenta a un público de masas en el ambiente veraniego.

Y esto, en parte, es cierto, podemos ver Tiburón como un éxito taquillero de verano, como un filme que apunta a la unidad o como el metraje que termina con el clímax de la muerte del mismo. Una muerte simbólica que, perfectamente, podríamos identificar con otras supuestas amenazas reales y que poco o nada tienen que ver con la naturaleza.

La muerte del tiburón supone un alivio en el espectador, de eso no hay duda; la amenaza ha terminado y podemos respirar tranquilos. ¿Pero qué hay de los otros responsables?

Lo cierto es que el tiburón, al fin y al cabo, por aterrador que resulte, no es más que otra víctima. Un animal que se encuentra en sus aguas, en su medio, mientras los humanos, por puro egoísmo, queremos invadirlo. ¿Quién es, entonces, la verdadera amenaza? ¿Quién es más peligroso: el animal o el hombre que valora más la economía que la integridad de las personas?

Tiburón

Una película para todos

El reto no era fácil, con una premisa tan sencilla como la amenaza de un tiburón, resulta difícil pensar en un filme de dos horas de duración que logre mantener la atención del espectador. Durante buena parte de la película nos preguntamos cómo seguirá la acción, cómo lograrán solventar el problema sin que la somnolencia se adueñe de nosotros.

El filme supera estos obstáculos dividiéndose en dos mitades claramente diferenciadas: una primera parte que genera tensión y terror ante la amenaza; y una segunda parte que opta por sumergirnos en una película de aventuras. Es decir, del horror pasamos a la acción, al cine más aventurero en el que tratarán de buscar una solución.

En la primera parte, no vemos al tiburón, como decíamos, se mantiene la tensión y la incertidumbre. El terror pasa por el juego con el fuera de campo que, aunque Spielberg prefería no utilizar demasiado, agradecemos enormemente.

El hecho de no ver al tiburón hace que nuestra mente juegue con sus dimensiones, con el peligro que realmente acarrea. En la segunda parte, al fin, vemos su boca, esa temible mandíbula que aparece en el momento más oportuno. 

Llevamos tanto tiempo sin conocer la apariencia del animal, que ya no esperamos que sea desvelada. Y, sin embargo, justo en el punto medio, una temible boca nos sorprende y nos asusta. Una vez conocida la apariencia del animal, los personajes se verán envueltos en la lucha por aniquilarlo, por resolver el problema. De este modo, el cineasta se asegura que nuestra atención no se desvíe en ningún momento.

Bien es cierto que la intención del filme es la de ser un éxito comercial -sin duda lo fue-; sin embargo, también es interesante destacar lo bien que ha sobrevivido al paso del tiempo. Cómo su música se ha quedado grabada para siempre en nuestra mente y cómo, cada vez que alguien menciona el filme, imaginamos una aleta en el agua mientras tarareamos la estremecedora sintonía.

Un producto industrial, un éxito que trascendió su verano y que todavía alimenta las pesadillas de muchos.


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