El vínculo traumático y sus características
¿Alguna vez has conocido a alguien atrapado en una relación de pareja dañina de la que parece no querer o no poder salir? O, ¿has observado cómo una persona que sufrió o sufre abuso por parte de sus padres se empeña en mantener la conexión y justificar sus actos? Antes de juzgar a quienes están inmersos en este tipo de dinámicas, es importante conocer cómo se gesta y como funciona el vínculo traumático.
Y es que, si nos regimos solo por la razón, es evidente que nadie desea para sí mismo el maltrato, el abuso o el sufrimiento. Sin embargo, el cerebro es complejo y los mecanismos que regulan el funcionamiento mental también lo son. Por esto, en ocasiones, pueden convertirse en los principales enemigos a la hora de abandonar un vínculo tóxico, especialmente si no se comprende cómo están operando.
Si quieres descubrir más acerca de este tipo de relaciones y de la realidad que experimentan las víctimas, te invitamos a seguir leyendo.
¿Qué es el vínculo traumático?
Las personas aprendemos a vincularnos en la primera infancia, a través de la interacción con los progenitores o los cuidadores principales. Idealmente, ellos nos proporcionan la atención, la seguridad y la responsividad necesarias para que podamos confiar, desarrollar una sana autoestima y vincularnos de forma sana e interdependiente.
Sin embargo, cuando estas figuras en las que el niño busca la seguridad son también sus agresores, esta dinámica se tuerce. La persona crece considerando que el abuso es natural y aprende a relacionarse desde el miedo, la humillación o el abuso de poder. No puede huir o poner límites físicos o emocionales con sus cuidadores, ya que depende totalmente de ellos, por lo que pone en marcha una serie de mecanismos psicológicos para sobrellevar la situación que le unen al perpetrador a través del vínculo traumático.
Esto ocurre cuando los progenitores abusan física o psicológicamente del niño, cuando son narcisistas o negligentes, ofrecen un amor condicionado y emplean la manipulación en toda su extensión. Gracias a las bases que se sientan en la infancia, es probable que la persona tienda a repetir patrones en la edad adulta, volviendo a vincularse desde el desequilibrio, la baja autoestima y la dependencia y escogiendo parejas igualmente narcisistas o abusivas.
Así, el vínculo traumático es una dependencia que se genera entre dos personas, en una relación caracterizada por el abuso, el desequilibrio y una sensación de intensa conexión. Se crea un apego precisamente hacia quien inflige el daño y tienen lugar una serie de mecanismos que perpetúan esta dinámica e impiden a la víctima salir.
¿Por qué se mantiene?
Al preguntarnos por qué una persona continúa en este tipo de relaciones, muchas veces simplificamos la respuesta, apelando a la dependencia económica, social o emocional hacia la pareja. Y, aunque estos factores sin duda contribuyen, son los procesos orgánicos y cognitivos los que realmente mantienen el vínculo traumático.
En otras palabras, son el cuerpo y la mente de la víctima, y lo que en ellos ocurre, lo que le impiden salir. Principalmente, influyen los siguientes elementos:
El ciclo de abuso
En este tipo de relaciones suele repetirse una dinámica que atrapa cada vez más a la víctima y la mantiene cautiva. Es el denominado ciclo de abuso o ciclo de la violencia, en el que la tensión se acumula hasta que estalla en agresión y en una posterior luna de miel.
Cuando la víctima reacciona ante algún acto de la pareja y parece querer abandonar, aparece entonces el perdón, la reconciliación y las promesas de cambio; solo para dar inicio de nuevo al ciclo en poco tiempo.
Sin embargo, y pese a notar que este patrón se repite, la satisfacción de las reconciliaciones y el efecto de ese refuerzo intermitente, hacen muy difícil que la persona llegue a tomar acción. Y es que su verdugo actúa también de salvador, es quien causa el malestar y a la vez proporciona alivio, y esto solo crea una gran confusión mental y un vínculo traumático cada vez más fuerte y difícil de romper.
Las distorsiones cognitivas
Por otra parte, en la víctima tienen lugar una serie de sesgos y distorsiones cognitivas que buscan dar sentido a esa caótica y dolorosa experiencia. Principalmente, interviene la disonancia cognitiva, una tensión psicológica que se genera debido al abuso sufrido y que termina en una serie de justificaciones, racionalizaciones y otros mecanismos para defender a la pareja agresora y a la relación.
La persona, que cuenta con baja autoestima, inseguridad y una gran necesidad de validación, tiende a menospreciar su sufrimiento, a considerar que exagera, que no es para tanto o que podrá hacer cambiar a su pareja, entre otros autoengaños. Esto, además, se ve reforzado por la manipulación y el gaslighting que ejerce la otra parte y por sus repetitivas y vacías promesas de cambio.
La adicción biológica al vínculo
Más allá de todo lo anterior, lo cierto es que se ha descubierto que la biología también juega en contra cuando al vínculo traumático se refiere. Y es que (durante las relaciones primarias en la infancia) el cerebro se acostumbra a un cierto patrón de reacciones orgánicas y, por ello, continúa buscando esas mismas sensaciones en la edad adulta en nuevas conexiones.
Principalmente, la persona que vive una infancia caracterizada por el vínculo traumático, experimenta elevados niveles de estrés (y, por tanto, de cortisol) de forma constante o repetitiva. Además, la secreción de endorfinas que sobreviene a raíz de los episodios de agresión o estrés se torna de algún modo adictivo. Así, en el futuro, esta persona buscará establecer relaciones con dinámicas similares que le permitan obtener estas mismas reacciones y regular así sus niveles hormonales.
Con todo esto, para el cerebro que se ha vuelto adicto a este vaivén emocional y hormonal, abandonar la relación parece casi imposible. Y es, de hecho, tan complicado como superar la adicción a sustancias.
Cómo salir del vínculo traumático
En definitiva, cuando una persona sufre una agresión o un abuso, lo natural es que huya del perpetrador y busque apoyo en sus relaciones sanas para lograr regularse internamente. Sin embargo, en el caso del vínculo traumático, la seguridad se busca (y el apego se establece) con la misma persona que ejerce la violencia. Así, ante esa tensión interna por la incoherencia, la víctima racionaliza y justifica lo que ocurre ante su imposibilidad de salir de esa situación en cierta forma adictiva.
Dado que este patrón de vinculación suele provenir ya de la infancia y está profundamente arraigado, suele ser necesario el acompañamiento psicológico para lograr un cambio. No se trata solo de dejar la relación nociva (que también, por supuesto), sino de sanar en uno mismo aquello que nos lleva a seguir vinculándonos de ese modo. Por ello, si te encuentras en esta situación, no dudes en buscar apoyo profesional.
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