Yo no elegí mi depresión: no me juzgues ni me etiquetes
La depresión es la enfermedad más incomprendida y sobre la que se construye, en muchos casos, un auténtico estigma social. Hay quien la trivializa, quien la relaciona con debilidad o falta de coraje, cuando en realidad, nadie puede llegar a entender las batallas internas y la valentía que se necesita solo para levantarse de la cama y abrir una ventana al nuevo día.
Según datos de la OMS (Organización mundial de la salud) la depresión será en el 2030 la primera causa de incapacidad en todo el mundo y, a pesar de ello, sigue siendo una de las enfermedades que más cuesta diagnosticar y que más sensación de aislamiento social e incomprensión produce en el paciente.
Yo no elegí que el sufrimiento entrara a mi vida, ni la depresión es esa etiqueta que me hace menos apto para la vida. Yo lucho mis batallas y no deseo tu compasión ni tu indulgencia, solo tu comprensión y un apoyo sin juicios ni reproches.
A pesar de que siempre resulta muy complejo entender qué mecanismos mueven los engranajes emocionales, sociales y neuroquímicos de una depresión, lo que sí tenemos claro es que una buena red social y la calidad de las interacciones del día a día son factores clave para el tratamiento de esta enfermedad. Te invitamos a reflexionar sobre ello.
El estigma social de la depresión
Cuando una persona recibe el diagnóstico de que padece depresión, su contexto social más cercano no sabe cómo reaccionar. El compañero de trabajo le dirá eso de “ponte bueno pronto”, algún familiar le dirá aquello de “lo ha heredado de su madre“, y algunos pocos, los más sensatos, mirarán cara a cara al ser querido y le dirán “estoy aquí, contigo, no te voy a dejar caer”.
¿Y si te pones en mis zapatos y sientes lo que yo siento? Mi mundo está roto en pedazos y no sé como reconstruirlo, he perdido el control sobre todo y avanzo entre tinieblas. Solo entiéndeme, solo por hoy, ponte en mi lugar…
Si nos preguntamos ahora por qué a la mayoría de gente le cuesta tanto ponerse en el lugar de una persona que padece depresión, hemos de recordar que, por lo general, las enfermedades mentales han sido desde hace mucho las grandes incomprendidas, esos estigmas confinados siempre al terreno de lo absurdo y de lo irracional de lo que era mejor no hablar o, más aún, ocultar.
Razones por las qué la depresión sigue siendo un estigma en muchas ocasiones
Existe una gran incomprensión sobre lo que es la depresión y sus tipologías. La depresión no es estar triste, ni ser voluble, ni es cosa solo de mujeres ni únicamente afecta a los adultos. Nadie elige su propia enfermedad…
- En algunos casos, es la propia persona con depresión quien prefiere ocultarlo temiendo el rechazo en su entorno familiar o laboral, cuando en realidad, lo único que consigue es intensificar aún más su estado.
- Los hombres son los que más tardan en pedir ayuda y en recibir el diagnóstico. A día de hoy, se sigue asociando depresión con “debilidad”, de ahí que se tiendan ha desarrollar cierta culpabilidad y cierto obstinamiento a acudir a los centros de atención primaria para hablar de su situación.
- En ocasiones, la respuesta inicial de la gente que rodea a un enfermo con depresión es buena, pero cuando pasa el tiempo y no hay mejoría ni cambios positivos se tiende ya a responsabilizar a la propia persona de que “no desea curarse”. Es una realidad tan compleja como triste.
El impacto del rechazo social en el cerebro deprimido
Gracias a un interesante estudio llevado a cabo en la Universidad de Michigan (Estados Unidos) se descubrió que cuando una persona sin depresión siente rechazo social, el cerebro reacciona mediante un sofisticado mecanismo de defensa: segrega un tipo de analgésicos naturales para minimiza el daño y permitirnos reaccionar de forma más o menos efectiva.
Ahora bien, un cerebro deprimido va a dar una respuesta muy diferente. Cuando percibe la incomprensión de su entorno o el comentario inadecuado de ese familiar que comenta aquello de “tienes que animarte, uno no puede estar triste todo el día”, su cerebro, lejos de recibir dopaminas y otros analgésicos, se inmunodeprime aún más.
Aunque tenemos claro que cada uno de nosotros reaccionaremos de un modo u otro ante el rechazo social, la persona con depresión “involuciona” ante este tipo de situaciones. Se necesita, por encima de todo, ofrecerle un mayor número de interacciones positivas para favorecer mejorías, avances. No obstante, veamos ahora de qué forma debemos tratar, interactuar y ayudar a una persona con depresión.
- Entiende que la causa de una depresión está en la forma en que trabaja nuestro cerebro y que sus desencadenantes giran siempre alrededor del ritmo de vida, del estrés, de las responsabilidades, del miedo, la soledad, la incertidumbre… Empatiza con ello, la depresión puede afectarnos también a nosotros.
- Apoya a la persona con depresión. Es posible que no desee tomar la medicación, que elija encerrarse en su habitación antes que salir a pasear, no dejes que se quede en la penumbra, no permitas que se convierta en su propia enfermedad.
- No juzgues y no responsabilices a la persona si no ves mejoría en unos meses. La depresión requiere tiempo, requiere una adecuada reestructuración personal y cada enfermo es un mundo, cada persona necesita sus estrategias. Ayúdale a encontrar las suyas, aquello que puede devolverle la ilusión. Sé su facilitador/a, sé su guía en esa batalla donde todos juntos os alzaréis victoriosos…