3 manifestaciones de violencia a través del lenguaje

3 manifestaciones de violencia a través del lenguaje

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 16 febrero, 2024

La violencia en el lenguaje es una de las más nocivas formas de agresión. Por un lado las palabras tienen el poder de dejar huellas que tienen repercusión incluso muchos años después. Por otro lado, muchas veces la violencia en el lenguaje es soterrada y/o legitimada socialmente. No es tan visible como la violencia física, por lo que es más difícil que se produzca una intervención al respecto.

Las palabras tampoco dejan huellas físicas. Por eso suele haber cierto halo de impunidad frente a ellas. Muchos dicen que no dijeron o que fueron malinterpretados o que no hay que tomar en serio lo que se dice cuando hay ira de por medio. Lo cierto es que las palabras violentas equivalen a golpes, a veces muy fuertes, en el alma. Por eso no son admisibles.

Desconfío de la incomunicabilidad; es la fuente de toda violencia”.

-Jean Paul Sartre-

El lenguaje violento daña a las personas y deteriora las relaciones. Una vez que se dicen ciertas palabras o frases afiladas, una relación ya no volverá a ser la misma. Suponen traspasar la barrera del respeto y la consideración que merece el otro, de hecho por eso afectan y dejan cicatrices. Enseguida te hablamos acerca de tres de esas manifestaciones de violencia a través del lenguaje.

Animalizar: una clara expresión de violencia

Aunque se trata de una comunicación en la que la violencia es evidente, la verdad es que está muy presente en el lenguaje cotidiano. Hay quien elige decir que el otro es un cerdo, una mosca o una bestia. Lo de cerdo, para quienes son poco elegantes o tienen un índice de masa corporal alto. Lo de mosca para expresar que alguien es un incordio. Lo de bestia para quienes se equivocan o realizan una gran fuerza sin reflexión.

 

Es tan usual que se utilicen este tipo de palabras que se han incorporado al lenguaje corriente. Son aceptadas socialmente y de hecho no se puede decir que tengan un corte demasiado afilado, salvo que se repitan con frecuencia o no vayan acompañadas de otros indicadores de desprecio.

Las personas también se animalizan a sí mismas. No dicen que trabajan fuertemente, sino que “se rompen el lomo”. No dicen que se sienten explotados por otros, sino que son “el burro de carga” de los demás. Lo más tóxico de estas animalizaciones, y otras, es que despojan a la persona de su condición de persona. Utilizadas con frecuencia, validan una suerte de “ley de la selva” en la que el respeto deja de ser importante.

Uso de hipérboles para las emociones negativas

Es frecuente en las personas muy ansiosas o sobrepasadas por la ira. Optan por plantear todos sus sentimientos o emociones negativas en términos gigantescos. No dicen que les molestó que otro desordenara la mesa. En cambio, vociferan que les indigna y les revuelve el estómago esa desconsideración extrema.

 

Ellos no sienten ira, sino rabia o furia. No experimentan tristeza, sino que se sienten heridos en el alma o como con un puñal en el corazón. Siempre están eligiendo la forma más extraordinaria de manifestar el dolor, la ira o la aflicción. Su propósito no es expresarse, sino violentar al otro con esas expresiones.

Lo malo es que esas hipérboles finalmente causan un efecto opuesto. En lugar de impresionar a los demás terminan insensibilizándolos. Puede que surtan cierto efecto en un comienzo, pero si se convierten en una fórmula rutinaria pierden su aparente eficacia. De este modo, los demás, más temprano que tarde, terminarán haciendo oídos sordos a esas expresiones.

La eterna repetición: la cantinela

La reiteración extrema de denuncias o quejas también constituye una forma de expresión que entraña violencia en el lenguaje. Insistir en las misma fórmulas para recriminar, equivale a un intento de marcar a los otros con las palabras. Estigmatizarlos o limitarlos a un significado.

El discurso reiterativo es una forma de comunicación unilateral. Pero más allá de eso es un intento por imponer un significado. Lo peor es que se trata de un intento que se realiza por la vía más primaria -inocular las palabras en la conciencia del otro- y por eso precisamente anula al interelocutor. Lo reduce a objeto de un mensaje unívoco, de una marca.

 

Cualquiera de las tres fórmulas, la animalización, la hipérbole y la “cantinela” son caminos para viciar la comunicación. En ellas, los significados se distorsionan o se pierden. No son expresiones destinadas a propiciar el entendimiento, sino dispositivos de lenguaje cuya principal función es agredir. Piensa si sueles utilizar alguno de estos tres caminos para comunicarte y, si la respuesta es afirmativa, te animamos a que pongas al comienzo de esos senderos una vaya que ponga “Prohibido el paso”. Por ti y por los que te rodean.

Imágenes cortesía de Michael Cheval


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