Combatir la depresión es una forma de superar la pobreza
Es curioso que este estudio, relacionado con la felicidad, la pobreza, la depresión y la ansiedad, no haya sido elaborado por psicólogos. Fue un grupo de economistas el que asumió la tarea de investigar sobre cómo estas variables influyen en la calidad de vida. Además, detectaron el vínculo que hay entre diferentes condiciones mentales y pobreza.
La investigación fue llevada a cabo por el London School of Economics (LSE) en Inglaterra. Se tomó como base a un grupo de 200 mil personas de todo el mundo. El trabajo estuvo dirigido por Richard Layard, quien es una autoridad en materia de calidad de vida y felicidad. Una de sus hipótesis era que la felicidad está más relacionada con los factores psicosociales, que con los ingresos económicos. El estudio mostró que esto era cierto.
“La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos”.
-Platón-
Pero además, la investigación en su conjunto probó algo que Layard resumió en una sola frase: “Atender la depresión y la ansiedad es cuatro veces tan efectivo como luchar contra la pobreza”. Esta afirmación le valió muchas críticas. Un sector pensó que simplemente abogaba por la reducción de la lucha contra la pobreza. Sin embargo, también se puede entender que la pobreza es hija de ciertas condiciones mentales como la depresión.
La relación entre depresión y pobreza
Las cifras sobre depresión en el mundo son alarmantes. La Organización Mundial de la Salud ha dicho que 1 de cada 10 personas en el mundo padecen depresión mayor, y que 1 de cada 5 individuos la han sufrido alguna vez a lo largo de sus vidas. Ahora bien, ¿de qué manera puede relacionarse la depresión con la pobreza?
Tradicionalmente se ha mirado el esquema de esta manera: la pobreza trae consigo una tendencia a la depresión. Se ha partido de la base de que no tener suficiente dinero para subsistir sin carencias es por sí sola una circunstancia que lleva a deprimirse. Esto suena muy lógico en principio.
Sin embargo, estudios como el de Layard prueban que hay personas que han duplicado sus ingresos y que, pese a ello, no incrementan su grado de felicidad. También resulta fácil observar que países con altos índices de capacidad de consumo, como Japón por ejemplo, también tienen altos índices de depresión. Por el contrario, varios países latinoamericanos en los que hay importantes tasas de pobreza aparecen en los puestos de honor de las listas que ordenan a los países en función del grado de felicidad percibido por la población.
Lo que sí se sabe es que la aparición de la depresión origina fuertes gastos para la persona, las familias y los países. Una persona deprimida es menos productiva y tiene una tasa más alta de absentismo laboral. También, eventualmente, debe depender de la asistencia social para sobrellevar su condición o solventar la imposibilidad de trabajar. El Banco Interamericano de Desarrollo ha indicado que hasta un 4% del PIB de los países se gasta en atender problemas mentales y emocionales.
Invertir en salud mental en invertir en riqueza
Podemos entender que la precariedad en la que viven algunas personas suponga para ellas un profundo impacto emocional. En esas condiciones es fácil que caiga en la depresión. Sin embargo, según la investigación del BID, no es la pobreza en sí misma la que origina la depresión. Lo que lleva como tal a la tristeza es la desigualdad. Entristece vivir en una realidad en la que otros tienen de sobra, mientras algunos viven en la absoluta carencia.
También influye, por supuesto, el hecho de que vivimos en sociedades consumistas. La capacidad de compra es vista en muchos casos como una fuente de felicidad. Se supone que poder comprar sin temor a gastar demasiado origina paz interior y bienestar. Sin embargo, hay cientos de miles de personas que tienen grandes fortunas, compran cuando quieren y, pese a ello, están deprimidas.
Parece ser mucho más evidente el camino que va de la depresión a la pobreza, que el opuesto. Una persona saludable mentalmente y motivada puede hacer frente a las carencias de una manera asertiva y con energía. Busca y encuentra trabajo con más facilidad y no toma decisiones que sean semillas de pobreza a largo plazo.
Decisiones como caer en un embarazo no deseado, por ejemplo. De ahí que los mismos economistas pongan de relieve la importancia de invertir en la salud mental de forma paralela a la que se hacen otras inversiones para luchar contra la pobreza.
Ni la salud mental se alcanza con el dinero, ni tampoco se pierde por la carencia de él. El asunto va más allá. Tiene que ver con las imposiciones de una sociedad ávida de consumo, en donde para ser, debes tener. La inversión en salud mental no consiste en graduar más psicólogos ni en abrir más hospitales. Está más bien en promover tiempos y espacios para que el ser humano pueda elegir y tomar contacto con la realidad de verdad, no la que filtran las pantallas y a angustia. Y, por supuesto, construir su proyecto de vida de una forma más sana para nosotros.