¿Cómo percibimos el dolor y la temperatura?

Percibir el dolor y la temperatura ha sido una habilidad de enorme valor para nuestra supervivencia. Pero, ¿cómo lo hace nuestro cuerpo? ¿Cómo llega esa información a nuestro cerebro y cómo es tratada?
¿Cómo percibimos el dolor y la temperatura?
Loreto Martín Moya

Escrito y verificado por la psicóloga Loreto Martín Moya.

Última actualización: 27 mayo, 2020

¿Alguna vez te has preguntado como es el ser humano capaz de sentir dolor? ¿Cómo llega a notar el frío o el calor? ¿Qué nos permite tener ese conocimiento tan relevante para nuestra supervivencia? En este artículo hablaremos del sistema somatosensorial, encargado no solo de hacernos percibir el dolor y la temperatura, sino también de dar utilidad al sentido del tacto, además de encargarse de la propiocepción —conocer la posición en la que se encuentra nuestro cuerpo—.

El sistema somatosensorial es uno de los sistemas más amplios del cuerpo humano que se encarga de procesar toda la información sensorial (ej: el dolor y la temperatura), bien del soma —cuerpo, huesos, músculos, vísceras— o bien de la piel, pues todos sus receptores están distribuidos por el organismo. Existen pues dos sistemas somatosensoriales:

  • Sistema somatosensorial cutáneo: se compone de los receptores de la piel, y por ello es periférico —se encuentra a lo largo de todo el cuerpo—. Cuenta con receptores kinestésicos que informan de la posición del cuerpo y de los movimientos. Estos se encuentran en lugares como articulaciones y tendones.
  • Sistema somatosensorial orgánico: tiene receptores en los huesos y vísceras y es interno.
Mujer con dolor de cabeza para representar cómo la depresión duele físicamente

Sistema somatosensorial cutáneo: la clave para comprender la percepción

Para entender cómo el ser humano percibe el dolor y la temperatura, es importante comprender cómo funcionan los receptores cutáneos, entre los que se encuentran los receptores más sensibles y capaces de generar sensaciones de dolor.

La piel es el órgano más extenso del soma, y es por tanto el receptor más amplio. A lo largo de la piel, existen una gran cantidad de receptores agrupados de forma diferente, lo que permite definir la sensibilidad o cualquiera de las cuatro sensaciones que recibimos a través de esta: presión, vibración (tacto), dolor y temperatura.

Por ello, a través de los receptores del sistema somatosensorial cutáneo recibimos información del medio en forma de presión, tacto, dolor, frío y calor.

La piel tiene sensibilidad diferente para el dolor y la temperatura en función de la densidad de receptores que en ella hay.

¿Es relevante que la piel tenga vello?

Podríamos distinguir entre piel con pelo y piel sin pelo. La piel con pelo es la gran mayoría, pero en la que no tiene pelo se agrupan muchos más receptores. Es pues más sensible por haber más receptores cutáneos.

Los órganos sensoriales más sensibles serían así los labios, los genitales externos y las yemas de los dedos, pues existe una mayor densidad de receptores.

Aunque no se ha demostrado enteramente, se piensa que la piel con pelo es más sensible a la vibración o tacto, pues esta hace moverse el vello.

¿Cuáles son los receptores que tenemos en la piel?

Los receptores cutáneos estarían divididos en dos categorías: terminaciones nerviosas libres y receptores encapsulados.

Las terminaciones nerviosas libres (TNL) son prolongaciones nerviosas que llegan hasta la piel y son posiblemente los receptores sensoriales más sencillos. Se encuentran repartidas por toda la piel, y son los receptores más sensibles para la percepción del dolor. Aunque también sirven para percibir todo lo demás, están especializados en el dolor. Existe especificidad, pero no exclusividad.

El mecanismo de transducción de las TNL es solo el estiramiento de una parte concreta de esta, lo que permite que se abran los canales de sodio y a partir de ahí la despolarización de la membrana, llegando con ello el potencial de acción. Se produce en el frío por la contracción y en el calor por la dilatación.

Los receptores encapsulados: todo lo que hacen dentro de su cápsula

Los receptores encapsulados son un tipo de receptor cutáneo; se llaman así por estar cubiertos por una cápsula. Hay quien habla de cuatro tipos, otros de cinco. Estos receptores se clasifican de la siguiente manera:

Corpúsculos de Paccini: sensibles a la presión y al tacto

Se encuentran en la piel sin pelo, y en menor medida en la que sí consta de vello. Están agrupados densamente en los labios, en las glándulas mamarias y en los genitales externos. Son especialmente sensibles a la presión, a la vibración y en menor medida al dolor y a la temperatura.

Los pequeños órganos de Ruffini

Son unos receptores encapsulados pequeños. Tienen las terminaciones nerviosas como las terminaciones nerviosas libres solo que rodeadas de tejido conectivo. Se encuentran en la piel con pelo y responden a las vibraciones de baja frecuencia.

El tacto suave de los corpúsculos de Meissner

Son los encargados de la sensibilidad del tacto suave. Se encuentran en la piel sin pelo y se insertan en las papilas de la dermis.

Los sensibles bulbos terminales de Krause

Los bulbos terminales de Krause solo se encuentran en la intersección de la membrana mucosa con la piel seca. Sus fibras no están mielinizadas y son extremadamente sensibles a la presión. Su umbral de activación por la presión es el más bajo de todo el cuerpo humano.

Los lentos discos de Merkel

Los discos de Merkel ocupan un lugar parecido a los de Meissner, en las papilas de la dermis. Son receptores de adaptación lenta y responden a un cambio continuado de estímulos, no directamente —por ejemplo, la percepción de adaptación de temperatura—.

La percepción del dolor

Percibir el dolor y la temperatura, en este caso concreto el dolor, se constituye como un sistema de alerta adaptativo, que nos permite evitar fuentes que producen daño, aunque es una sensación que puede estar influida por factores emocionales, psicológicos, sociales, fármacos, placebos, hipnosis…

Por esto, es una emoción muy subjetiva, que sugiere que debe haber mecanismos neurales que modifiquen o interfieran en la transmisión de dolor, y este no esté solo basado en los receptores cutáneos.

El dolor se divide en dos tipos:

  • El dolor evitable, donde la mejor respuesta del organismo es la retirada de la fuente de dolor, es decir, la conducta.
  • El dolor inevitable, que existe a nivel periférico y a nivel central, y, como indica su nombre, del que no se puede huir.

A nivel periférico —donde encontramos dolor inevitable— se ha visto que en el organismo hay información molecular unida al dolor. Cuando hay dolor, algunas células se ven dañadas, y estas segregan histamina y prostaglandina. La segunda de por sí no tiene efecto, pero sí la histamina, que provoca que el umbral de dolor de las células descienda.

La prostaglandina provoca que las células dañadas sean más sensibles a la histamina y el umbral de dolor descienda mucho más. Estos son dolores a nivel de tejidos rotos. Existen mecanismos farmacológicos para bloquear la histamina (antihistamínicos) y la prostaglandina (ácido acetilsalicílico).

¿Se puede bloquear el dolor? El tálamo tiene la solución

A nivel central, los estudios acerca del dolor se han dirigido al tálamo. El dolor es adaptativo, pero si se da con mucha intensidad puede bloquear la conducta. Esto a veces es contraproducente, y hay quien se ha preguntado cómo se podría no sentir dolor. ¿Es eso posible? ¿Cómo se bloquea el tálamo?

La inhibición del dolor suele ser llamada analgesia, influenciada por factores emocionales y fisiológicos. No obstante, en personas que han sufrido accidentes cerebrales se ha podido observar que la lesión o bloqueo del núcleo ventral posterior del tálamo suele cursar con pérdida de las sensaciones cutáneas, es decir, las sensaciones superficiales tanto de tacto como de dolor.

Así, las lesiones o bloqueo de los núcleos intralaminares eliminan el dolor profundo pero no la sensibilidad cutánea. Los núcleos dorsomediales están relacionados con el sistema límbico y suelen interferir en los componentes emocionales del dolor, eliminándolos.

Tálamo en la cabeza de un hombre

La percepción de la temperatura

Es relativa, pues no tenemos receptores para percibir la temperatura de forma absoluta. Somos solo capaces de percibir los cambios de temperatura bruscos —por ejemplo, al pasar la mano de un cazo de agua muy fría a otro muy caliente—.

Existen dos tipos de receptores, unos para frío y otros para calor, distribuidos heterogéneamente por toda la piel. Los receptores para el frío se encuentran más cerca de la epidermis, mientras que los receptores para el calor están en una zona más profunda. Son los mismos receptores, sólo se diferencian en el nivel de situación.

La transducción en estos receptores se produce por la deformación de la membrana o del cono del receptor por efecto de la dilatación o la contracción de la piel. Esto produce la apertura de la membrana y de los canales de sodio. Si los receptores están densamente agrupados, la sensación de calor será más intensa. Los núcleos asociados a que tengamos dificultad en percibir frío y calor del tálamo son los intralaminares y en menor medida los ventriculares.

Es por tanto sumamente interesante observar que la percepción del dolor se debe, entre otras cosas, a pequeños receptores en la piel y a una excelsa participación del tálamo, ocurriendo lo mismo con la temperatura.

Todas estas funciones parecen haberse desarrollado en pos de nuestra supervivencia, y estas herramientas con las que contamos no son más que herencia de lo que una vez nuestros antepasados necesitaron quizás más que nosotros.


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