¿Conoces el Síndrome de Estocolmo?
Según una investigación del FBI, el 27% de las personas que han sido secuestradas en su vida experimentan esta sensación, por raro que pueda sonar. Albergarn sentimientos positivos hacia sus captores y a la vez, pueden temer a las autoridades. Todo lo contrario de lo que podríamos esperar en una situación como esta.
Desde un punto de vista psicológico, el “Síndrome de Estocolmo” es considerado como una de las tantas respuestas emocionales que se puede presentar, debido a la vulnerabilidad y a la indefensión que puede producir estar en cautiverio. Es importante comprenderla y saber cuándo puede presentarse.
Historia del Síndrome de Estocolmo
Corría el año 1973 en la capital de Suecia, cuando se llevó a cabo un asalto a un banco. Los delincuentes fueron descubiertos, por lo que retuvieron a todos los que estaban presentes en el edificio en ese momento, clientes y empleados. La negociación duró varios días y durante ese período, los rehenes se sintieron identificados por los captores. Hasta tal punto se dió esta identificación que les ayudaron, ocultaron información e imppidieron que la policía supiera sus rasgos faciales o sus nombres. En el momento de la liberación, uno de los secuestrados se besó con su secuestrador mientras le declaraba su amor. Esta conducta un tanto insólita fue el hecho inicial para denominar “Síndrome de Estocolmo” a la relación de afecto entre ambas personas (captor y rehén).
Otro caso donde se puede hablar de este trastorno ocurrió con Patricia Hearst, la hija de un magnate de prensa de Estados Unidos, que fue secuestrada en 1974 por el Ejército de Liberación Simbionés. Ella se enamoró de uno de sus captores y luego se unió al grupo de revolucionarios, hasta ser capturada y sentenciada (El presidente Carter la indultó).
¿Cómo se analiza este síndrome desde el prisma psicológico?
Este tipo de reacciones se consideran como una de las tantas respuestas emocionales posibles que una persona puede presentar cuando es secuestrada. Su indefensión durante el cautiverio puede derivar en un sentimiento de afecto o amor por su captor, por diversos factores, pero sobre todo, por el buen trato que recibe durante su cautiverio. Se suele creer que esa persona (la secuestrada) está enferma, porque en la mente de los demás no cabe la posibilidad de este sentir hacia quién le ha quitado su libertad, aunque sea momentáneamente.
El Síndrome de Estocolmo, según expresan los expertos, aparece cuando el capturado se identifica, inconscientemente, con su agresor, porque asume la responsabilidad de la agresión o porque adopta ciertos símbolos que lo definen. Cuando alguien es secuestrado y pasa mucho tiempo con las personas que lo llevaron a esta condición, se puede desarrollar, para poder sobrevivir, una corriente afectiva. Puede ser voluntaria o no, pero el fin es el mismo: obtener aunque sea un poco de dominio de la situación y negar la amenaza que se presenta, así como también no sentirla. En este último caso es cuando estamos hablando del síndrome.
En la mayoría de las experiencias, el capturado siente gratitud hacia los secuestradores, agradecen por seguir dejándolos con vida, estar sanos y salvos, alimentarlos, estar atentos a sus necesidades (si tienen frío o calor, si desean ir al baño, si tienen sed, etc). A veces recuerdan esa etapa como un “trance” y dicen que los captores fueron amables con ellos en todo momento.
Una persona que fue secuestrada está inmerso en una situación de impotencia, no puede responder a lo que le ocurre, es difícil que mantenga el equilibrio, a veces no sabe si es de día o de noche y casi nunca dónde lo tienen encerrado. Intenta, entonces, suprimir, reducir o reprimir esa agresión, la cuál se acumula y se dirige contra él mismo. Por ello puede ser común que alguien que sufre el “Síndrome de Estocolmo” sienta que es el culpable de la decisión del otro a secuestrarla.
Podríamos decir entonces que se trata de un mecanismo de defensa, mayormente inconsciente de un secuestrado, para no responder a lo que le está pasando. Básicamente se defiende de la posibilidad de sufrir un “shock emocional”. Desarrolla una identificación con el agresor, un vínculo absurdo, un sentimiento de simpatía, agrado, amor, devoción, etc.
Los que sufren de este Síndrome no se sienten para nada enfermos ni extraños, sino que consideran que es algo normal su pensamiento o sentimiento. Percibe y está 100% seguro que esa es la forma de pensar o sentir, porque el secuestrador lo ha tratado muy bien cuando estuvo en cautiverio. Sólo aquellos que “lo ven desde afuera” dicen que es una conducta irracional y que es imposible justificar al agresor por lo que hizo, por más de que no haya sido violento ni maltratador.
Para poder detectar y posteriormente diagnosticar el Síndrome de Estocolmo es necesario, en primera instancia, que la persona haya sido secuestrada contra su voluntad y que luego demuestre un sentimiento de identificación con sus captores, defendiéndolos, queriendo verlos, pensando igual que ellos, no brindando información para su detención, evitando hablar mal de su periodo de cautiverio, etc. Puede haber también manifestaciones de aprecio, agradecimiento y devoción, aún cuando hayan pasado meses y hasta años después de la liberación.