¿Dejarme llevar por mis emociones me hace menos racional?

¿Si soy más emocional que racional, significa eso que tomaré peores decisiones? Lo cierto es que las personas más inteligentes no excluyen de su razonamiento las propias emociones. Las tienen presentes, las regulan y las usan a su favor. Esa es la clave.
¿Dejarme llevar por mis emociones me hace menos racional?
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 19 agosto, 2022

Es común asumir que hay personas más emocionales y otras más racionales. A su vez, damos “casi” por sentado que quienes toman decisiones más meditadas y objetivas, eliminan de sus mecanismos cognitivos todo atisbo del universo emocional. Ahora bien, ¿hasta qué punto es esto cierto? ¿Son más exitosos y felices quienes eliminan la variable “emoción” de su vida?

Rotundamente, no. Pasión, miedo, asco, angustia, ilusión, amor… El ser humano es, por encima de todo, una criatura emocional que razona. Por tanto, resulta imposible eliminar este factor de todo comportamiento, de toda decisión y conducta emitida. Como bien señala el neurocientífico Antonio Damasio, si no tuviéramos sentimientos no existiría la justicia, ni la medicina, ni el arte.

Ningún problema se entiende y se resuelve solo con la razón. Ambas esferas son mediadoras y decisivas a la vez para dar forma a nuestra existencia, para crear el mundo en el que nos encontramos. Lo que sentimos nos conecta primero con nosotros mismos, con nuestro cuerpo y necesidades; después, con todo lo que nos rodea.

Ahora bien, sabiendo esto, la siguiente pregunta que nos podemos hacer es la siguiente: ¿qué pasa si nos dejamos llevar casi siempre por nuestras emociones? Lo analizamos.

Las emociones son parte esencial de la toma de decisiones razonada. 

Mujer pensando en dejarme llevar por mis emociones
El mundo no se divide en personas emocionales y racionales. Todos actuamos siguiendo ambas esferas.

¿Qué pasa si soy más de dejarme llevar por mis emociones?

Nuestra cultura popular nos ha hecho creer durante mucho tiempo que las emociones son del corazón y el corazón es lo opuesto a lo cerebral, a lo racional. Quizá, el responsable de esta premisa sea el propio René Descartes. Fue él quien, con su famosa frase «pienso, luego existo», dio paso a una etapa en la filosofía en que la razón y el pensamiento ilustrado entendían las emociones como algo irracional.

Estas perspectivas hacen que muchas personas asuman que hay algo erróneo en ellas. Ser más intenso, experimentar cada estímulo, experiencia y circunstancia a mayor volumen emocional, provoca que se sientan distintos.

La conciencia emocional es una ventaja, no un problema

Puede darse el caso de que quien se deja llevar más por las emociones, se deba a que posee una mayor conciencia emocional. Esta dimensión hace referencia a la capacidad para conectar con los propios sentimientos y los de los demás. Implica, a su vez, diferenciarlos, entender qué mensaje nos transmite cada sensación, cada estado emocional para actuar después en consecuencia.

Una investigación del Instituto Laureate para la Investigación del Cerebro de Tulsa, Estados Unidos, señala algo interesante. Las personas con mayor conciencia emocional evidencian un enfoque mental más reflexivo. Emoción y razón, en este caso, trabajan en armonía para nuestro beneficio y esto es una gran ventaja.

Por ello, aunque nos sorprenda, el hecho de priorizar la emoción y tomar contacto con ella para manejarla es una respuesta inteligente y de gran valor. El acto o la respuesta racional no existe si antes no hemos atendido, regulado y canalizado cada emoción sentida.

Dejarse llevar por las emociones sin reflexionar en ellas no es lo adecuado

Una cosa es permitirnos sentir cada emoción y darles presencia para entenderlas y otra muy distinta es dejarnos arrastrar por ellas. Esto supone actuar por impulsividad. Implica, además, cometer más de un error, tomar decisiones precipitadas y hasta quedar atrapados en estados emocionales de valencia negativa.

Como bien podemos deducir, a nadie le interesa caer en este tipo de dinámicas. Dejarse llevar por las emociones sin responsabilizarse de ellas es lo verdaderamente peligroso. Está bien darles presencia, escucharlas, decirnos aquello de “yo soy muy emocional” porque me permito expresarlas.  Pero cuidado, toda emoción sentida tiene una finalidad y es la de darnos una información que debemos atender y valorar.

No vale quedarnos atrapados en su mensaje, hay que interpretarlo y decidir después cómo actuar. Solo así decimos mejor, solo así nos adaptamos de manera más eficaz a un contexto siempre complejo.

Aunque seas una persona muy emocional, no pases por alto el acto de la reflexión a la hora de decidir o actuar.

Mujer pensando en Dejarme llevar por mis emociones
Nuestras emociones son una guía poderosa para la toma de decisiones. Tenerlas en cuenta es una ventaja.

No existe una mente racional y otra emocional

Muchos nos concebimos más emocionales que el resto. Otros asumimos que actuamos en nuestra cotidianidad de un modo más racional y objetivo. Ahora bien, tener esta percepción sobre nuestra personalidad es lícito y comprensible. Sin embargo, lo que no debemos dar por válido es asumir que en el cerebro hay dos áreas: una emocional y otra racional.

También debemos reformular la idea de que actuar de manera emocional es ser irracional. Porque buena parte de nuestra conducta está condicionada por nuestras emociones: la compasión, el afecto, la empatía y hasta evitar riesgos al sentir el pinchazo del miedo. Las emociones también son lógicas y hasta racionales. Es más, trabajos como los de la Universidad de Colombia nos insisten en un hecho.

Debemos dejar de categorizar la conducta emocional como poco racional. Porque, en realidad, buena parte de nuestro registro conductual está mediado por ambas esferas. Basta con tener presente un hecho. La corteza prefrontal, esa área del cerebro donde llevamos a cabo funciones ejecutivas más complejas, está conectada con las regiones emocionales.

Todos somos seres emocionales procurando actuar de manera racional. Algunos serán más impulsivos, otros tendrán una personalidad más sensible y algunos evidenciarán menos o más inteligencia emocional. Pero recordémoslo, nadie puede quitar de nuestra ecuación comportamental la variable emocional. De lo contrario, no seríamos humanos. Seríamos máquinas.


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