(Des)encanto: la sátira medieval de Matt Groening
El pasado año, (Des)encanto aterrizaba en Netflix generando opiniones muy diversas. ¿El motivo? La serie de animación llevaba la firma de Matt Groening, el aclamado padre de Los Simpson y Futurama. Sus seguidores esperaban con ansia la nueva propuesta de Groening, aunque sin saber muy bien qué iban a encontrar.
La crítica observó con lupa la serie y, tras un comienzo que se tambaleaba, terminaron por elogiar esta sátira ambientada en una Edad Media un tanto descabellada.
(Des)encanto se distancia temporalmente de sus hermanas mayores: mientras la familia amarilla se ubica en un presente reconocible que pretende parodiar la sociedad estadounidense del momento y Futurama nos invita a pensar en el futuro, (Des)encanto nos traslada al pasado. A un pasado con claras alusiones a la Edad Media, pero con un componente fantástico de claras influencias mitológicas y plagado de supersticiones.
En un reino llamado Dreamland, vive la princesa Tiabeanie -Bean para los amigos-. Todo arranca cuando, tras pactar un matrimonio, la joven princesa decide huir y escapar de sus obligaciones matrimoniales, pues prefiere la cerveza y la aventura a estar casada con un príncipe al que no quiere.
Bean emprenderá un viaje tratando de encontrarse a sí misma, de escapar de los convencionalismos, desencadenando infinidad de situaciones catastróficas y alocadas. En su viaje, no estará sola, sino que la acompañarán: Luci, su demonio personal que tratará de llevarla al lado oscuro; y Elfo, un pequeño elfo cansado de la vida optimista y alegre de su aldea que se sumergirá en la oscuridad y la depresión del mundo humano.
En clave de humor, Matt Groening se adapta a un medio que no terminamos de encajar del todo, pero que, finalmente, nos deja con un buen sabor de boca. Recién estrenada su segunda temporada, te desvelamos algunas de las claves de (Des)encanto.
Un nuevo formato
He de admitir que, en un primer momento, la idea de una serie nueva de Matt Groening para Netflix me tenía desconcertada. Ha llovido mucho desde que Los Simpson y Futurama se estrenaron y las formas de consumo y las tendencias en la animación han cambiado notablemente. Todos guardamos un recuerdo nostálgico de los mejores años de Los Simpson y de Futurama, pero en la actualidad, las cosas son muy distintas.
Futurama fue cancelada -incluso incomprendida- y Los Simpson distan mucho de su momento de gloria y esplendor. Series como Padre de Familia (Seth McFarlane, 1999) crecieron un poco a la sombra de la creación de Groening, pero terminaron por relegarla y obligarla a adoptar nuevas formas que, sin embargo, no funcionan del todo bien en un clásico como Los Simpson.
¿Qué supone Netflix? Una nueva forma de creación, más libertad para el artista -tanto en el buen sentido como en el malo- y una clara tendencia a la serialización. Y ahí, precisamente, reside uno de los problemas de (Des)encanto.
Lejos de episodios de corta duración y autoconclusivos, (Des)encanto está más cerca de ser una serie al uso, con una trama que se va desarrollando de forma progresiva, con cliffhangers que pretenden enganchar al espectador y un abuso de la broma fácil.
El problema es que (Des)encanto no pretende ser seria, sino risible y, en la comedia, menos es más. Cuanto más breve y condensado, mejor; el espectador no busca tanto quedarse pegado a la pantalla, sino soltar una carcajada.
El humor, a su vez, tiende a caer en el absurdo, algo que no era un problema en Los Simpson y Futurama porque se compensaba con un equilibrio entre la crítica y lo disparatado. Pero en la sátira medieval, lo disparatado tiende a eclipsar a una crítica que no está a la altura y que no es lo suficientemente mordaz.
Las comparaciones son odiosas y, quizás, si (Des)encanto no hubiera sido la hermana pequeña de sus predecesoras, no habría encontrado tantos problemas para encajar. En su defensa diremos que, aunque este nuevo formato puede desconcertar al espectador, termina por jugarle una buena pasada y, a medida que avanzamos en la historia, descubrimos un universo más complejo, más entretenido y con algunos momentos que sí están a la altura de las expectativas. Recordemos, además, que Los Simpson tampoco brillaron especialmente desde su primer episodio, sino que fueron enamorándonos de manera progresiva.
Los personajes están bien construidos y las alusiones a otras series -vemos una clara influencia de Juego de Tronos– terminan por dibujar una historia que esconde mucho más de lo que parece. (Des)encanto no te va a gustar desde el primer episodio, pero terminará enganchándote hacia la mitad y, en su segunda temporada, se repite la fórmula para dar, por fin, con la clave de la serie.
(Des)encanto: nuevos temas y más crítica
Si algo caracterizaba a sus predecesoras era el hecho de abordar la crítica desde la parodia. El retrato caricaturesco del presente y el futuro caracterizó a las animaciones de Groening que terminaron por convertirse en clásicos. (Des)encanto no solo parodia el pasado, sino también el presente, pues se amolda a las nuevas exigencias de nuestro tiempo.
Por ello, no es de extrañar que la protagonista sea una mujer, una princesa desencantada con su tiempo -valga la redundancia- que decide tomar las riendas de su vida, aunque de manera catastrófica. Bean no es una princesa de cuento, no es la princesa que encarna los valores ejemplares de la Edad Media, sino un auténtico desastre. Todo le sale mal y siembra el caos por donde pasa, tiene problemas con el alcohol y físicamente tampoco es la belleza personificada.
Junto a sus compañeros, Elfo y Luci, encabeza un trío que, por momentos, nos recuerda a Fry, Bender y Leela de Futurama -salvando las distancias- y nos conducirán a situaciones de lo más descabelladas.
La crítica a la situación desigual de la mujer se hace patente ya desde el comienzo, Bean desafía las reglas y sigue sus instintos y, en esta segunda temporada, asistimos a toda una parodia de las sociedades medievales -pero también de algunas más actuales.
La figura del rey queda ridiculizada, se muestra como una marioneta que utilizan sus asesores, entre los que destaca una especie de culto que alude a la Iglesia, para obtener lo que es mejor para ellos. Ni el rey ni el pueblo parecen importar demasiado, todo se mueve por intereses en palacio mientras el rey disfruta de copiosas comidas en su trono, totalmente ajeno a la situación de su reino.
Superstición y religión se entremezclan en el culto que domina Dreamland, así, observamos a unos personajes que no creen en la ciencia, pero sí en la magia; que condenan la brujería y que dominan la opinión pública a su antojo. De esta manera, los consejeros del rey son quienes verdaderamente toman las riendas de Dreamland, se envuelven en una especie de ritos de índole sexual y religiosa, mientras dictan las normas de la sociedad.
La primera temporada supuso un aperitivo, una presentación del mundo y las normas que lo rigen en (Des)encanto. La segunda temporada, ya más madura, explora de forma más profunda todo aquello que se intuía en la primera, comienza a meter el dedo en la llaga y sorprende con una crítica que, ahora sí, guarda más reminiscencias con el mundo real y nuestro pasado histórico.
La serie se vuelve a despedir de nosotros con un final que mantiene el suspense y nos deja con ganas de retomar las aventuras de Bean, Elfo y Luci; sin menospreciar una estética muy cuidada que, en esta ocasión, se acerca incluso al steampunk. Con una visión caricaturesca y alocada de nuestro pasado, parece que(Des)encanto, poco a poco, va encontrando su lugar y quién sabe si, al final, se hará con un lugar en nuestra memoria… como ya lo hicieron sus predecesoras.