¿Dónde está mi viejo yo?
Un accidente, una ruptura o un cambio estético que no aceptamos puede hacer que nuestra identidad se resienta. De repente, nos repensamos y, dependiendo del día, no nos reconocemos en la persona que somos hoy. Ya no tenemos los mismos sueños ni los mismos referentes. Sin embargo, sí muchas más resignaciones.
Preguntarnos dónde está nuestro viejo yo no es una cuestión de edad. Puede que nos reconozcamos extraños con nuestro pasado desde muy jóvenes. Ya en la pubertad, nuestra transición de niños a adolescentes puede ser más o menos traumática, dependiendo de cómo se vayan asumiendo cambios, interiorizando nuevos roles y renunciando a ciertos privilegios de la infancia.
Quizás no nos recuperemos del todo del hecho de haber sido niños o quizás en esa etapa sentimos ser nuestro verdadero yo, a la hora de vivir nuestras ilusiones, pasiones y miserias. Lo cierto es que en el camino hacia la madurez, vamos perdiendo nuestra espontaneidad.
La necesidad de reconocernos por dentro y por fuera
Todos necesitamos referentes. Padres, hermanos, amigas, compañeras de clase, etc. Luego nos asomamos más allá de nuestro contexto inmediato y queremos ver “qué tal va” el mundo ahí fuera. Observamos a los famosos, influencers, leemos biografías sobre personajes históricos y analizamos qué nos atrae de ellos.
La curiosidad por el mundo social no nos aleja de nuestro mundo interior, pero a veces sí lo perturba. Es en plena adolescencia, en la construcción de nuestro “avatar social”, cuando entendemos qué podemos tener interesante para el mundo y qué puede tener el mundo de interesante para nosotros.
Es una época en la que se está disparando la incidencia de algunos trastornos, muchas personas van a sufrir porque van a sentir que su imagen corporal está muy lejos del ideal social. Otras van a sentir que quizás no son tan masculinas o femeninas como los demás esperan o desean. Muchas van a enfrentarse a la difícil tarea de ser aceptadas por ellas mismas como seres diferenciados de la familia…
En plena lucha por la identidad personal, vamos a tener que lidiar también por la aceptación social dentro de un grupo social de referencia. Dependiendo de cómo nos vaya en esta construcción de doble sentido, llegaremos a una representación del “yo mismo” más o menos consolidada.
Esta motivación por ser “uno mismo” se verá desafiada. Vamos a sentir cómo se disuelve o desaparece si hacemos cosas con las que nuestra identidad nunca antes ha tenido que enfrentarse. Por otra parte, vamos a sentir que nuestro “yo mismo” se va a refrendar y fortalecer si hacemos cosas que nuestra identidad reconoce como valores que hemos ido trazando nosotros mismos y no desafíos o pruebas que nos resultan ajenos para la construcción de la identidad.
La identidad, un viaje hacia nosotros mismos que durará toda la vida
Encontrarse a uno mismo puede sonar como un objetivo inherentemente egocéntrico, pero en realidad es un proceso desinteresado que está en la raíz de todo lo que hacemos en la vida. Para sentirnos como una persona valiosa debemos saber qué valoramos y qué tenemos para ofrecer.
Es un proceso que implica derrumbarse, despojarse de capas que no nos sirven en nuestras vidas y que no reflejan quiénes somos en realidad. Sin embargo, también implica un tremendo acto de construcción: reconocer quiénes queremos ser y emprender apasionadamente el cumplimiento de nuestro destino único, sea lo que sea.
Es una cuestión de reconocer nuestro poder personal, pero siendo abiertos y vulnerables a nuestras experiencias. No es algo que temer o evitar, sino más bien algo que buscar con la curiosidad y la compasión que tendríamos hacia un nuevo amigo fascinante.
La sensación aterradora de que no somos “nada” de lo que fuimos
Existe una sensación muy angustiante que puede aparecer en determinadas épocas de nuestra vida y es la de “no reconocerse”. Ya sea por haber ejecutado muchos cambios, por no haber hecho ninguno o por haberlos realizado en una dirección que consideramos poco valiosa para nosotros.
Estos momentos son muy delicados, ya que podemos sufrir episodios de despersonalización y desconexión de la realidad que vivimos. Hay numerosas causas que nos pueden despertar esta sensación de haber perdido parte de nuestra identidad.
Hay experiencias sensoriales, sociales o ecmnésicas que nos producen desazón y desarraigo respecto nuestra vida sentimental, social y laboral. Algunas de las experiencias que nos pueden hacer dudar sobre el sentido de nuestra identidad son las siguientes:
- Ver una fotografía del pasado: una fotografía es una visión de nosotros mismos “desde fuera” que nos proporcionan un contexto inmediato de lo que vivíamos en determinada época, en qué estábamos envueltos, cuánto de dichosos estábamos en ese momento, etc. Sentir que hemos desconectado nuestra vida de cierta imagen pasada que nos agradó nos puede inducir una sensación de desesperanza y fracaso personal.
- Un trozo de papel que resuma una época de nuestra vida: un billete de avión, las indicaciones de una operación o las anotaciones de qué tenía qué hacer durante la semana. No hace falta abrir un diario para remontarnos a un momento pasado que nos recuerde qué hacíamos o dónde nos dirigíamos en nuestra vida.
- Encontrarnos con una persona que hace mucho tiempo que no veíamos: esta es una de las experiencias más gratificantes o dolorosas que podemos experimentar. Fuera de los filtros visuales y relatores de las redes sociales, cuando nos encontramos con alguien estamos expuestos durante algunos minutos a un “examen” visual y experiencial para el que quizás no nos habíamos preparado y en una situación no planeada.
Estas son algunas de las situaciones que nos pueden hacer sentir que nuestra identidad está perdida o alterada porque no nos reconocemos respecto a los grandes temas y valores vitales que un día tuvimos.
Tener grandes proyectos vitales es igual de inspirador que de problemático para la identidad personal. Nos pueden ayudar a construirnos, pero también a proyectar demasiado de lo que creemos que somos, ignorando las circunstancias que son cruciales para entender lo que hacemos y por qué lo hacemos.
Un viaje o una parada…
Preguntarnos “¿dónde está mi viejo yo?” puede ser uno de los primeros interrogantes que nos lleve a un reencuentro con nosotros mismos aceptando lo sucedido en nuestro pasado; o, por el contrario, puede ser el primer formato de una serie de reproches hacia nosotros mismos que no nos conduzca a ninguna parte.
Para que el viaje de la identidad sea creativo y no represivo, tenemos que dotarnos de herramientas para ello. Un buen profesional de la psicología te dará las herramientas necesarias para resignificar algunas de tus experiencias diarias y volverlas a dotar de sentido, en lugar de perseguir un ideal totalmente ajeno a la realidad que vives.
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