Efecto Coolidge: ¿cómo influye en las relaciones?

El efecto Coolidge tiene que ver con la atracción que sentimos ante la novedad durante el sexo. ¿Cómo podemos relacionar este fenómeno con la monogamia, las relaciones de pareja o las infidelidades? ¿Podría explicar estos casos?
Efecto Coolidge: ¿cómo influye en las relaciones?
Laura Ruiz Mitjana

Escrito y verificado por la psicóloga Laura Ruiz Mitjana.

Última actualización: 06 abril, 2022

El efecto Coolidge tiene que ver con el hecho de sentirnos más atraídos por una nueva pareja sexual. Se ha demostrado su existencia tanto en humanos como en otros mamíferos, aunque debemos conocer también los matices.

La explicación biológica sugiere que, ante la posibilidad de una nueva relación sexual, con una pareja nueva o distinta, los niveles de dopamina aumentarían. Ese aumento haría que nuestra excitación también fuera mayor.

¿Este efecto es puramente biológico? ¿Cómo se relaciona con las infidelidades, las relaciones abiertas o la atracción por el porno? Cuando nos enamoramos, ¿el efecto Coolidge también puede interferir en nuestra relación? ¿O hay menos riesgo? Conozcamos las respuestas a todo ello, ¡aquí!

Hombre mirando a una mujer por la calle

Efecto Coolidge: ¿qué es?

El efecto Coolidge es un fenómeno observado tanto en hombres como en mujeres (y en el caso de los animales, machos y hembras) en el que se muestra un aumento de la disposición a mantener relaciones sexuales ante la presencia de nuevos compañeros receptivos (Brown, 1974).

Es decir, hace alusión a la tendencia a fijarnos y a sentirnos atraídos por la novedad en el terreno sexual y esto se relaciona con un aumento en los niveles de dopamina. Este efecto se ha demostrado en los mamíferos y el término fue acuñado en 1955 por el etólogo Frank A. Beach, aunque como se afirma en Dewsbury (2000), fue un estudiante de psicología quien le sugirió este término al etólogo.

La historia que explica su origen

Sin embargo, detrás del efecto Coolidge encontramos una curiosa historia que explicaría su origen. La historia, narrada en Dewsbury (2000), nos sitúa en los años 20, cuando el presidente de los EEUU del momento, Calvin Coolidge, se encontraba de visita en una granja con su esposa Grace.

Grace se dio cuenta de que había un gallo que se apareaba con frecuencia, lo que le hizo preguntarle al granjero: “¿Cuántas veces al día suele mantener relaciones este gallo?”; el granjero le contestó “Docenas de veces al día”.

Entonces, la esposa de Coolidge, fascinada con la respuesta, le pidió al granjero que se lo contara a su marido. Él lo hizo, y el presidente respondió: “¿Siempre con la misma gallina?”, a lo que el granjero dijo: “No, no, con gallinas diferentes”; “Pues dígalo eso a la señora Coolidge”, concluyó el presidente. De esta anécdota, que muchos entienden como un chiste, surge el efecto que lleva el nombre del presidente, el efecto Coolidge.

¿Cómo influye en las relaciones?

¿Cómo influye el efecto Coolidge en las relaciones? Hay algunos autores que afirman que este fenómeno se encuentras detrás de otros como las infidelidades, el porno o el hecho de que cada vez haya más parejas que deciden abrir su relación, huyendo de la tradicional monogamia.

La realidad es que la novedad nos atrae, nos gusta, incluso nos puede excitar y eso es lo que explicaría los fenómenos anteriores; lógicamente, no todos acabamos cayendo en infidelidades, y ni siquiera a todos nos gusta las películas de contenido erótico (en mayor o menor grado), pero sí podemos pensar que el efecto Coolidge podría explicar estos otros fenómenos.

A través del porno, por ejemplo, podemos acceder a una gran cantidad de vídeos con protagonistas muy diferentes (eso es, la novedad, la variedad), lo que hace que los niveles de dopamina se mantengan altos.

¿Y qué pasa con el enamoramiento?

El efecto Coolidge podría tener cierto sentido (evolutivo) en animales que buscan perpetuar la especie con el mayor número posible de descendencia y riqueza genética. Pero, ¿qué ocurre en el caso de los humanos? No sería tan fácil de extrapolar ya que, cuando nos enamoramos, por ejemplo, nos “da igual” la novedad, y solo queremos estar con la persona amada.

Sin embargo, todo esto también lo podemos relacionar con la dopamina: cuando nos enamoramos, sus niveles (así como el de otras hormonas) aumentan exponencialmente (y cuando algo nos sorprende mucho, eso es, ante la novedad, la dopamina también está alta).

Pero, según afirman los expertos, cuando una pareja entra en una fase de rutina, la dopamina empieza a decaer, y más que estar eufóricos (como al principio) con el otro, estamos tranquilos. Así, es en estos momentos cuando el efecto Coolidge podría ser más fácil que apareciera.

Mujer abrazando a su novio aburrida

El efecto Coolidge y el sexo

Como decíamos, el efecto Coolidge se ha demostrado en los mamíferos (por ejemplo en los roedores), pero también en los humanos. Un ejemplo de ello es lo que ocurre cuando acabamos de tener sexo; en los hombres, después de eyacular, aparece el llamado período refractario, un período necesario para volver a excitarse (que suele durar algunos minutos, dependiendo de varios factores).

Pues bien, este período disminuye cuando la persona está ante una nueva pareja, lo que explicaría en parte el efecto Coolidge. Por ello, incluir variedades (juguetes, romper con la rutina, nuevas posturas, sorprender al otro…) en el terreno sexual, puede ayudarnos a mantener “viva” la relación en este sentido.

Como vemos, el efecto Coolidge, aunque también está probado en humanos, no tiene por qué sucedernos a todos, ni tampoco de la misma manera. La novedad nos atrae, sí (sobre todo a nivel “biológico”), pero con matices.

Por otro lado, en las raíces de este fenómeno encontramos bastante biología y no debemos olvidar que, además de animales, somos también personas, con lo que la parte más racional, más humana, y aquella relacionada con los sentimientos, tendrían también su papel aquí. Es decir, estas otras partes (o facetas de la persona) podrían modular el efecto Coolidge.

“Si me piensas hacer la guerra, házmela con amor. Si me vas a hacer el amor, ¡házmelo con ganas de guerra!”.

-Anónimo-


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  • Brown, R. E. (1974). Sexual arousal, the Coolidge effect and dominance in the rat (Rattus norvegicus). Animal Behaviour (en inglés) 22(3): 634-637.
  • Dewsbury, Donald A. (2000) Frank A. Beach, Master Teacher, Portraits of Pioneers in Psychology, 4: 69-281
  • Reber, E.; Reber. (2001). The Penguin dictionary of psychology (en inglés) (3.ª edición). Londres: Penguin. 

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