El valor de la curiosidad
A medida que envejecemos, nos acostumbramos y familiarizamos con la realidad que nos rodea y con nosotros mismos. Así dejamos de sorprendernos y de potenciar nuestra curiosidad. Las experiencias del pasado dan forma a nuestra percepción del mundo y nos enseñan lecciones que llevamos alrededor de la mayor parte de nuestras vidas.
Hacemos suposiciones basadas en esas experiencias y lecciones, a veces de manera indiscriminada. Cuando nos enfrentamos a una situación desconocida o un problema, nuestras mentes perciben un lugar de confusión o conflicto como una brecha.
Para resolver esta discrepancia, nuestra mente tiende naturalmente a llenar los espacios en blanco con la información obtenida de las cosas que sabemos (experiencias). Esta, por ejemplo, es una manera muy común de crear detalles falsos en recuerdos que en esencia si fueron ciertos.
“La vejez empieza cuando se pierde la curiosidad”
-José Saramago-
Supuestos
Decía un sabio que “suponer es ignorar”. Sin embargo, en un mundo tan caótico y cambiante necesitamos suponer para anticipar qué pasará o cómo serán las cosas por venir.
Necesitamos teorizar y establecer relaciones causales a modo de modelos explicativos de la realidad. Sin ellos, la realidad sería para nosotros harto desconcertante.
Hacemos suposiciones sobre los comportamientos de otras personas o sobre el futuro con una facilidad asombrosa. Como hemos dicho antes, las necesitamos para eliminar una incertidumbre, que pude trasformarse en una sensación realmente incómoda.
El problema, o el daño que le hacen los supuestos a la creatividad, se produce cuando estos supuestos se basan en razonamientos muy simples que parten una base poco sólida. Lo que pretendo decir con esto es que los supuestos, de por sí, no son malos sino que pasan a serlo cuando para crearlos no interviene como fuerza motora la curiosidad.
Es este tipo de curiosidad, por ejemplo, la que hace avanzar a la ciencia. Todas las ramas científicas se nutren de la curiosidad, de la búsqueda de respuestas a problemas derivados de la realidad, o simplemente, del juego mental de la curiosidad del saber.
Así, la curiosidad estimula nuestros mecanismo creativos, les impone un reto que afrontar y al mismo tiempo estimula a nuestro sistema cognitivo para que trabaje en pos de una respuesta. Igual que cuando somos niños y tenemos la maravillosa osadía de preguntar.
La persona que ha dejado de ser curiosa, también ha perdido la maravillosa capacidad de sorprenderse
El caso de la curiosidad en los niños
La relación entre la creatividad y la curiosidad es simbiótica y necesaria: sin una no se puede tener la otra. Sería como comer sin hambre, beber sin sed o besar sin amor.
Los niños pequeños, menores de 6 años, están en una fase de sus vidas donde todo se convierte en una pregunta. Esto es común porque su mente es como una pizarra en blanco; no cuentan con experiencias previas que puedan asumir sin embargo sí tiene un presente con el que tienen que vivir y del que quiere saber cuanto más mejor, para sacarle el máximo partido.
Los niños hacen muchas preguntas y aprender rápido porque tienen curiosidad. La curiosidad es lo que los mantiene interesados y con ganas de saber más
El papel de la curiosidad en la creatividad
La creatividad exige una mente abierta, alguien que no está satisfecho con las experiencias recicladas, teorías y suposiciones. Los avances e innovaciones en toda nuestra historia nacen de desafiar lo que creíamos saber en un momento dado y de cuestionar aquellos conocimientos que nos han llegado por herencia y que nuestro entorno da por establecidos. A veces, erróneamente.
Por ejemplo: los pintores experimentan con colores y técnicas que empujan los límites de lo que ya se sabe, gracias a la curiosidad que hace que se potencie su arte.
Las ideas nuevas y creativas son posibles porque alguien tuvo curiosidad de experimentar y hacer preguntas que les llevaron en esa dirección. La belleza de esto es que, cuando somos curiosos, también tenemos menos miedo.
Aprendemos una nueva información que nos intriga, por lo que queremos saber más; sin una necesidad fisiológica que debe ser satisfecha, sin importar el temor al fracaso, al rechazo o a lo desconocido o a que lo que sabes podría ser impugnado y/o puede haber sido un error desde el principio.
La curiosidad es una sed que tiene que ser saciada, un impulso que tiene que ser satisfecho. Muchas veces sin importar el precio