El vicio del poder: el hermetismo de Dick Cheney

Si lo que queremos es pasar un rato agradable sin pensar demasiado, entonces, mejor no ver El vicio del poder. La última película de Adam McKay viene cargada de sarcasmo, invitando al espectador a reflexionar sobre el propio curso de su historia más reciente. A través de la figura de Dick Cheney, nos presenta el lado más deshumanizado del poder.
El vicio del poder: el hermetismo de Dick Cheney
Leah Padalino

Escrito y verificado por la crítica de cine Leah Padalino.

Última actualización: 15 noviembre, 2022

Entre las nominadas a mejor película, se encontraba El vicio del poder, dirigida y escrita por Adam McKay y protagonizada por un irreconocible Christian Bale. Sin embargo, a pesar de contar con ocho nominaciones, tuvo que conformarse con la estatuilla a mejor maquillaje y peluquería.

Que no se iba a hacer con el galardón a mejor película era un secreto a voces, también sabíamos que la Academia no iba a premiarla en exceso; aun así, es una película que merece la pena ver y una de las mejores entre las nominadas.

Si habéis visto La gran apuesta (McKay, 2015), sabéis lo que os vais a encontrar: un filme que oscila entre el documental y la ficción cargado de ácida crítica.

Si no la habéis visto, corred a verla porque no tiene desperdicio. McKay ya nos dejó claras sus intenciones en 2015 con La gran apuesta, película en la que también confió en Bale y en la que hizo estallar la burbuja inmobiliaria.

McKay parece decidido a contar historias de manipulación, entresijos y mentiras que se gestan desde lo más alto de la pirámide del poder y permanecen ocultas para el pueblo.

En esta ocasión, lo que tenemos es un biopic, pero no un biopic homenaje, sino sarcástico. El tono humorístico, desenfadado y gamberro ameniza una trama totalmente dramática. Dick Cheney no era más que un tímido burócrata que pasaba totalmente desapercibido, pero llegó a convertirse en vicepresidente durante el mandato de George W. Bush.

El vicio del poder nos destripa a este personaje, nos muestra cómo, desde la sombra, logró manejar todos los hilos de algunos de los acontecimientos más importantes de nuestra historia más reciente.

La política no existe, no es más que un teatro y estamos siendo totalmente engañados, esa es la sensación de desesperanza que nos deja El vicio del poder.

ADVERTENCIA: Aunque no se desvela del todo la película, el artículo puede contener spoilers.

Descubriendo a Dick Cheney

En los créditos, nos presentan el filme como una historia real o, al menos, que se acerca bastante a la realidad. El director nos avisa que no ha sido fácil adentrarse en la vida de Cheney, pues se trata de un personaje absolutamente hermético; con su tono desenfadado nos advierte: “nos lo hemos currado como cabrones”.

El vicio del poder, como su propio nombre indica, confirma nuestras sospechas: el poder corrompe y es tremendamente adictivo.

Dick Cheney no era nadie, era un joven que no destacaba en nada especialmente: no se le daba bien el deporte, fue expulsado de la universidad y pasaba las horas emborrachándose y haciendo uso de la violencia. Tras ver la película, la verdad es que casi preferimos al Dick borracho que al político; al menos, cuando era alcohólico, sus daños no tenían repercusiones a escala mundial.

McKay no tiene pelos en la lengua, se posiciona y está decidido a mostrarnos a un verdadero monstruo y a personajes sin escrúpulos. La esposa de Cheney, Lynne, será la encargada de enrolar a Cheney en la política.

Ella, como mujer, lo tiene bastante difícil, a pesar de sus excelentes calificaciones y de su indudable carisma. Para saciar su sed de poder, convencerá a su marido para adentrarse en la política y, así, casi sin pensarlo, Cheney se acercará a los órganos del poder. “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer” esta frase, cuyo origen es algo distinto y ha sido malinterpretado, le viene como anillo al dedo a esta situación.

Comienza como un siervo, como un hombre invisible en medio de hombres muy poderosos. Pero es astuto, silencioso y muy observador, poco a poco, irá ocupando cargos cada vez más importantes. En Estados Unidos, la figura del vicepresidente no es realmente relevante, sino que se trata de un cargo simbólico; pero Cheney sería la excepción.

Cheney y los suyos comenzaron su ascenso con la ayuda de los medios y de las familias adineradas del país. De pronto, las energías renovables y las políticas sociales que se habían gestado con anterioridad dieron paso al paraíso de los ricos, de las grandes empresas y, en definitiva, del poder.

En escena, al grito de “God bless America” se destruyen infinidad de paneles solares. Sí, estamos viendo una sátira totalmente salvaje y descarada.

Cheney, el hombre cuyo objetivo siempre había sido Irak, encontró su mejor oportunidad tras los atentados del 11-S. Un objetivo con nombre y con una geografía identificable en el mapa, eso necesitaba la sociedad y Cheney no dudó en señalarlo con el dedo. Una mina de oro líquido que Estados Unidos no quiso desaprovechar.

Sin demasiado carisma, pero con una astucia y una frialdad incuestionables, Cheney dio un golpe sobre la mesa que cambiaría el curso de nuestra historia actual. “La tribu ha hablado” -nos dicen- la opinión pública ha sido dominada y el pueblo apoya la guerra: objetivo conseguido.

Cheney con su esposa

El vicio del poder, una carcajada agria

Las digresiones, las imágenes, los comentarios de ese espectacular narrador… El vicio del poder parte de la comicidad del asunto, pero esconde una verdad muy desagradable. Se nos escapa alguna risa, pero también queremos estirarnos de los pelos.

El narrador, cuya identidad no se desvela hasta el final, se muestra como un hombre de clase obrera, lo vemos en su casa con su familia, en el trabajo y hasta en la guerra. Lo bajo vs. el poder, la sátira cobra todavía más sentido desde la figura del narrador.

Poder ejecutivo individual y ley de imparcialidad son términos que nos repiten una y otra vez a lo largo del filme. Cheney tenía claro lo que necesitaba: control absoluto y tener a la ley de su lado.

En pantalla, un eslogan poderoso se manifiesta en lo alto del Tribunal Supremo de los Estados Unidos: “Equal Justice Under Law”; mientras tanto, Dick y los suyos están modificando leyes para salirse con la suya, ¿ironía?

¿Cómo el Cheney del principio ha llegado hasta allí? El espectador tratará de comprender cómo ese hombre es ahora un fabuloso estratega deshumanizado que se ha hecho omnipresente. Como en una partida de Monopoly, Dick se hizo con infinidad de despachos, mientras Bush no era más que la cara visible de todo lo que había detrás.

De hecho, la figura de George W. Bush se muestra bastante ridiculizada. Hay una escena, de lo mejor del filme en mi opinión, que captura, a través de un simple gesto, el terror a ambos lados del mundo: el terror del hombre poderoso expuesto ante las cámaras, y el terror del hombre invisible cuya familia está siendo bombardeada por el poderoso.

La sátira se refuerza enormemente en uno de los momentos más épicos del filme: el falso final. La primera mitad de la película nos ha presentado a Cheney y su ascenso al poder. Pero nos lo han presentado como un hombre familiar y preocupado por los suyos, capaz de renunciar a todo por el bien de su familia.

Cheney con Bush

En escena, una entrañable familia estadounidense que disfruta alegremente de sus preciosos golden retriever nos conduce a unos títulos de crédito que terminan de forma abrupta. No, no se acaba aquí la película, ¿pensábamos que íbamos a ver un final feliz? En absoluto, lo mejor -o lo peor- está por venir. A partir de aquí, el ritmo aumenta y nos precipitamos por un terrible abismo que llega hasta nuestros días.

Ignoramos lo que tenemos delante, los medios nos manipulan, los políticos juegan con nosotros y nuestro futuro pinta muy negro. Así salimos del cine, desesperados y en un estado que va de lo trágico a lo absurdo. ¿Quiénes son los culpables de todo esto?

Podríamos señalar al protagonista del biopic, pero él prefiere apuntar en otra dirección: nosotros. Y es que, al final, quien nos da la lección es el propio monstruo al que venimos odiando durante toda la película.

El vicio del poder es el retrato -o caricatura- de un hombre terrible, pero extremadamente inteligente. Es una película absolutamente necesaria, con un estilo que nos recuerda profundamente a películas documentales como Fahrenheit 11/9 de Michael Moore.

Disecciona toda la trama detrás de la Guerra de Irak, la adicción al poder y las grandes mentiras que nos han contado los gobiernos. ¿Son justas las guerras? No, rotundamente no; sin embargo, intentan justificarlas, venderlas a través de los medios para que señalemos todos a un enemigo común.

En silencio y muy despacio, pasando casi inadvertido, Dick Cheney llegó a la cima y, desde allí, lo controlaba todo. El vicio del poder, desde el sarcasmo, apela a la reflexión y nos recuerda que las personas deberían ser siempre prioritarias, aunque algunos parecen haberlo olvidado. Como una bofetada, nos duele, pero al mismo tiempo, nos despierta de nuestro letargo.


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