Eres mucho más de lo que veo: eres lo que me haces sentir

La forma en que contagiamos nuestras emociones a los demás constituye un poderoso canal y muestra cómo nos relacionamos con el mundo. Somos mucho más que lo que otros ven, somos lo que les hacemos sentir.
Eres mucho más de lo que veo: eres lo que me haces sentir
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 15 febrero, 2024

Las personas no son solo lo que vemos a simple vista: son aquello que consiguen hacernos sentir a través de sus miradas luminosas, de sus acertadas palabras y de esos abrazos eternos donde nos sentimos protegidos. Son seres que destilan un poder emocional sanador y vital, ese que es capaz de sacarnos de nuestros letargos de tristeza.

Todos nosotros hemos experimentado esta misma sensación alguna vez. Conocer a alguien que en un primer momento nos parece aséptico por su presencia e incluso carente de interés por su aparente introversión, por su falta de arrojo o espontaneidad. Sin embargo, al poco, asoman desconcertantes matices, detalles coloridos y mágicos aspectos que terminan por imantarnos una felicidad distinta, atrevida y hasta revulsiva.

“Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte el dedo encima, es admirable”

-Mario Benedetti-

Las personas somos mucho más que las facciones de un rostro y unas ropas que nos cubren el cuerpo. Aún más, el ser humano dispone de una energía única y excepcional que trasciende a esa otra fuerza que embiste nuestro corazón o que permite que nuestros pulmones realicen el intercambio gaseoso con la sangre. Más allá de las funciones orgánicas están esas emociones que definen lo que somos y cómo nos relacionamos con el mundo.

La forma en que contagiamos nuestras emociones a los demás constituye un poderoso canal, que por importante es merecedor de un cuidado con delicado esmero y sabio autoconocimiento. A continuación, te explicamos cómo hacerlo para disfrutar de una mejor calidad en tus relaciones interpersonales.

 

Lo que hacemos sentir a los demás: el contagio emocional

Todos nosotros transmitimos mensajes emocionales sin darnos cuenta. Nuestra apariencia, nuestros gestos o la forma en que nos movemos o miramos a los demás esculpen un microuniverso emocional donde no hacen falta las palabras para transmitir una información concreta. De hecho, y esto siempre conviene recordarlo, mucho antes del desarrollo del lenguaje los seres humanos hacíamos uso de las emociones como única forma de comunicación.

“Me gustas porque me haces sentir bien, y yo no soy de los que está bien con cualquiera”

La expresión facial del miedo, por ejemplo, ponía en alerta al grupo de un peligro, las lágrimas y una postura recogida informaba de un dolor, de una necesidad que atender. Sin embargo, con la llegada del lenguaje sofisticado, esa gestualidad exagerada no solo quedó reducida sino que además dejó de tolerarse. El mundo civilizado exige la inhibición de las emociones porque su expresión instintiva se considera algo primitivo, algo que es necesario “controlar” y esconder en nuestros espacios privados y de soledad..

lagrima roja

Las emociones garantizan nuestra supervivencia como grupo

Por otro lado, los estudios llevados a cabo por el campo de la cognición social nos señalan algo que es bueno recordar: las emociones no son solo un mecanismo de desahogo o de expresión personal. Por encima de todo, constituyen un mecanismo de supervivencia, porque con ellas “contagiamos” a los demás, les transmitimos información, los envolvemos con nuestra felicidad para que sientan alegría, o dejamos ver nuestras tristezas o dolores del alma para ser atendidos.

De ese modo, se pone en marcha el motor de la cooperación, ese que nos ha permitido sobrevivir como especie, el mismo que ha dado forma a una arquitectura cerebral casi perfecta donde las neuronas espejo nos han ayudado a aprender, a imitar e identificar las emociones ajenas.

Sin embargo, si optamos por inhibir emociones, por no mirar a los ojos de las personas con las que hablamos y por bajar el rostro cuando vemos a un compañero de trabajo sufrir a escondidas, iremos en contra de nuestro propio concepto evolutivo. Sumirnos en nuestras orgullosas islas de soledad crea una ecología emocional donde solo crece la infelicidad.

Hazme sentir bien, regálame emociones positivas

Por curioso que parezca, no existen demasiados estudios que nos expliquen cómo funciona ese maravilloso mecanismo que da forma al contagio emocional. Hasta el momento se sabe que lo que otros nos hacen sentir -ya sea positivo o negativo- se rige por lo que se conoce como “mirroring sistem” (sistema espejo). En este complejo entramado, los neurólogos ponen énfasis en la ínsula como esa estructura que participa del proceso e interiorización de los estados emocionales de los que nos rodean.

“Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no ofrecerlo”

-William Arthur Ward-

Además, tengamos en cuenta que estas estructuras son muy resistentes al daño degenerativo. Ello explica, por ejemplo, por qué los enfermos de Alzheimer siguen siendo tan receptivos al mundo emocional. Una caricia, un abrazo, una gesto amable y una presencia que les transmite calma y afecto se convierte, al final, en el único lenguaje que entienden y al que responden.

Por otro lado, las emociones positivas juegan un papel muy relevante en la educación. Un recién nacido, por ejemplo, empezará a entender el mundo en base a lo que le hacen sentir sus progenitores. Las emociones basadas en el contacto físico, en ese cariño que atiende los llantos, los miedos y todas sus necesidades afectivas propicia día a día un adecuado desarrollo neurológico.

Para concluir, las emociones positivas alimentan, construyen vínculos, sanan temores y constituyen ese eslabón de fortaleza en toda relación de pareja estable y feliz. Aprendamos entonces a ser creadores y mediadores de esa afectividad altruista, de esa consideración basada en la empatía y la reciprocidad donde intuir necesidades y otorgar bondad, respeto y esa sencilla felicidad que se inscribe en las pequeñas situaciones del día a día.

Imagen principal cortesía de Puuung


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