Escuchar quejas y advertencias en la infancia: la ansiedad en la vida adulta

Escuchar quejas y advertencias en la infancia: la ansiedad en la vida adulta
Cristina Roda Rivera

Escrito y verificado por la psicóloga Cristina Roda Rivera.

Última actualización: 09 junio, 2019

Una niña mira a través de la ventana del coche lo que pasa a su alrededor. Está en la parte trasera, relajada y llena de espíritu curioso. Con un temperamento dócil y ambicionando solo llenar su vida de sensaciones, mientras escucha como sus padres hablan.

Están angustiados por las facturas, recordando rencillas pasadas y verbalizando en voz alta continuamente lo dura que es la vida y lo tarde que llegan a todo. No es la primera vez que ocurre. Tras varios trayectos más, los pensamientos de esa niña parecen enturbiarse. Al bajar del coche para ir a la escuela, su madre le pide que tenga cuidado. No especifica con qué.

La mochila de esa niña cada vez está más cargada. Ni la buena situación económica, ni el buen trato con sus compañeros ni el haber vivido una infancia sin traumas evitan que sienta continuamente que algo va mal. Alguna catástrofe inminente puede suceder.

Su familia dice que tenga cuidado, que ocurren muchas cosas malas y que si la advierten es porque se preocupan por ella y no quieren que le ocurra nada. No especifican qué tipo de experiencias son con las que tiene que tener cuidado y si puede hacer algo para prevenirlas o para defenderse de ellas si ocurriesen. Todo es recibido de forma pasiva, sin ninguna instrucción concreta.

Su curiosidad queda atrapada en su imaginación. Empieza a tener demasiado miedo de poner en marcha cualquier ocurrencia en la realidad. Su red de alerta se ha expandido hacia todo lo que siente y vive. Nada de eso estaba en su cerebro, pero las quejas y advertencias lo están modificando. Está desarrollando un Trastorno de Ansiedad Generalizada, pero pasará por cientos de diagnósticos erróneos hasta saberlo.

Niña mirando por la ventana

Un miedo que no cesa, una preocupación de la nada que ocupa todo

El Trastorno de Ansiedad Generalizada no es un episodio de estrés, una preocupación temporal sobre algo concreto o un estado de irritabilidad por más tiempo del normal. Este trastorno es resultado de una gran cantidad de experiencias vitales que han modificado el sistema cognitivo, emocional y fisiológico del individuo hasta conseguir automatizarse como una forma de reaccionar ante el medio de una manera casi instintiva.

Como muchos otros trastornos psicológicos no tiene un origen orgánico, pero este aún en menor proporción tendría que ver con un origen biológico o genético. Sí se ha visto que se suele presentar con más frecuencia en hijos nacidos cuando la madre contaba con mayor edad, sin saber exactamente qué quieren decir estos resultados. Solo existen correlaciones y no conclusiones causales a este respecto, pero sería un aspecto interesante a estudiar con más profundidad en un futuro.

Hombre entre nubes con ansiedad

La Ansiedad Generalizada en el adulto se caracteriza por una sensación de preocupación constante basada en la anticipación de acontecimientos futuros. El adulto con Ansiedad Generalizada fue un niño que aprendió que estar preocupado era una forma de conectarse con la vida, no simplemente una señal circunstancial de alerta en la que se plantea qué hacer con un asunto concreto.

La preocupación es una forma de evitación de la realidad, una excusa ante el miedo a la incertidumbre. Un espíritu de lucha y creatividad anulados por la escucha de continuas quejas, preocupaciones, lamentos del pasado y advertencias inespecíficas de peligro.

El miedo y la evitación: una forma de dar razón a la queja

Los momentos más críticos para que la ansiedad se cronifique tienen lugar en los primeros años de juventud, sin embargo esta ansiedad puede tener su origen en la propia infancia. Esa niña que estaba llena de curiosidad mirando a través de la ventana nunca logró bajar del coche y llevar a cabo lo que ella soñaba.

Quedó inhabilitada por consejos que quizás a ella no le valían, con advertencias de seguridad sin existir peligro, así los continuos comentarios acerca de lo arriesgado y poco conveniente de su comportamiento anularon su espíritu emprendedor. Ante tal enjuiciamiento y cuestionamiento de lo que hace, su autoestima se ve mermada y prefiere evitar, dejar sin terminar actividades e intentar justificar de otra manera, como sobredimensionando la dificultad de la tarea, su falta de determinación.

La niña vivaracha se ha quedado al principio de un puente. Parece que la gente lo atraviesa con facilidad y va comprando boletos para la vida adulta, como si hubiesen existencias limitadas. La niña antes del puente está paralizada porque no terminó de escuchar quejas y advertencias. Ahora ser adulta le ha venido demasiado rápido y grande.

Niña con osito en un puente

Hacer y pensar: una forma de salir del bucle ansioso

Existen pocas acciones tan contraproducentes como la de decirle a alguien que padece ansiedad que deje de tenerla, como si fuera un garabato a lápiz que se borrara con dos pasadas de goma. La persona que padece ansiedad necesita tiempo para deconstruir un sistema de alerta anómalo, que está sobreactivado respecto cualquier asunto o tarea.

Además, suele preocuparse por experiencias en las que “falló” en el pasado y muchas veces se culpabiliza de todo placer experimentado, desde la compra de una prenda de ropa hasta una salida con amigas. Parece que el placer no forma parte de su modo de experimentar la vida pues, después de la paz, cualquier “cosa mala” puede suceder.

Lo más conveniente en una persona que padece este trastorno es que empiece a convivir con sus experiencias internas de ansiedad sin que ello suponga renunciar al hecho de VIVIR. Esto parece complicado, pero en realidad el único remedio válido para la ansiedad es todo lo contrario a la evitación: el afrontamiento y el seguir con un plan establecido previamente es la forma más efectiva de que se pueda ir atravesando ese puente hacia la independencia.

Teniendo en cuenta que muchas veces este trastorno es confundido con otros como la depresión, fobias o conductas obsesivas, su diagnóstico puede ser tardío. Comenzar el tratamiento además de estabilizar al paciente es complejo. Existen medicamentos como la venlafaxina que ayudan a esto y crean mucha menor adicción que cualquier benzodiacepina.

Un tratamiento multidisplinar, integrado y que recabe el compromiso de la persona afectada es clave para que esta deje de contemplar la vida a través de sus pensamientos y se sumerja en ella. De otra manera, desde la lejanía los monstruos siempre proyectarán sombras grandes y paralizantes, con sombras tan confusas y amenazantes como las que las niña veía por la ventana del coche en aquella mañana de abril.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.