Espanta el bloqueo que te impide tomar decisiones

Un niño le pega a otro. Los adultos obligan a que los dos se den un abrazo. ¿Qué terminan aprendiendo con ello? ¿Qué tiene que ver con la dificultad que podemos tener para tomar decisiones como adultos? En este artículo te lo contamos.
Espanta el bloqueo que te impide tomar decisiones
Elena Sanz

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz.

Última actualización: 07 agosto, 2022

La capacidad de tomar decisiones es básica en cualquier plano de nuestra existencia. Sin embargo, lo que para unos es sencillo, para otros resulta sumamente complicado. Evidentemente, hay determinados dilemas frente a los que el tiempo de decisión es recomendable; sin embargo, hay otros que no merecen tiempo ni gasto en energía cognitiva (“Queremos tener un detalle con una persona que conocemos muy poco, los bombones son una gran opción. ¿Qué bombones? Pues probablemente acertemos con los más vendidos”).

La indecisión, muy asociada a la tolerancia al error, es una cuestión que va más allá de la genética; de hecho, parece que está muy asociada a nuestra educación.

Así, si los castigos que recibiste por los errores que cometiste en ella fueron muy severos, es normal que hayas interiorizado ese temor a equivocarte.

Por otro lado, también será natural que busques apoyo en tu parte más racional, dejando a un lado la emocional, relegando a la intuición a un segundo plano (que es la que realmente nos hace tomar decisiones rápidas en contextos complejos).

Vivir con la indecisión

Evidentemente, la indecisión presenta diferentes grados y no siempre es una desventaja. De hecho, la prudencia puede ser un salvavidas en numerosas ocasiones. El tiempo de reflexión nos puede ayudar a obtener más información y a clasificarla mejor para tomar una decisión.

Por ejemplo, algunos estudios han encontrado que las personas indecisas realizan atribuciones más sensatas al juzgar los comportamientos de los demás. En lugar de llegar a conclusiones apresuradas e infundadas, adoptan un pensamiento más flexible e incorporan diversas perspectivas, lo que les lleva a realizar juicios más ecuánimes.

Sin embargo, llevado al extremo, este rasgo puede bloquearnos profundamente. Cada elección parece un mundo y, hasta que decidimos, sufrimos una gran angustia y estrés, además de la culpa por no ser capaces de resolver más rápidamente. Incluso, podemos dar la impresión de ser personas inseguras y poco confiables, que no saben lo que quieren y cambian de opinión constantemente.

Si te has preguntado a qué se debe esta dificultad en ti, puede que el origen se encuentre en tu infancia.

Hombre pensando despacio
La indecisión constante genera estrés y sufrimiento, incluso bloqueo.

La indecisión es una cuestión de confianza

Tomar una decisión implica escoger una opción y hacerse cargo de sus consecuencias. Además, significa renunciar a todas las demás alternativas disponibles, que quizá fuesen mejores. Desde este punto de vista, no es una cuestión baladí y se necesita confianza en que la persona que está tomando la decisión es capaz de hacerlo correctamente.

Nadie dejaría su futuro o las decisiones que impacten a su vida en manos de una persona irresponsable o incompetente. Por el contrario, buscaríamos a alguien capaz, en quien confiemos, que sepamos que sabe lo que hace.

Pues bien, esta misma confianza es la que necesitas tener en ti mismo cuando vas a tomar una decisión. Si eres indeciso, es porque no confías en tu capacidad para elegir; y si no confías es porque nunca tuviste la oportunidad de desarrollar esa capacidad.

Es durante la infancia que aprendemos a manejarnos con esta habilidad, pero ciertos tipos de crianza lo dificultan enormemente.

¿Eres indeciso o estás desconectado de tus emociones?

El desarrollo evolutivo normal hace que los niños presenten periodos en los que van reclamando su propia independencia y autonomía. En los que se hacen conscientes de que tienen su propia voz y quieren expresarse, ser escuchados y que sus opiniones sean respetadas.

Uno de los momentos clave a este respecto son los dos años, cuando los infantes comienzan a decir “no” a todo y aparece la época de las rabietas. Si este proceso se respeta y se acompaña, si se permite al niño opinar, expresarse y decidir, se va formando la confianza en uno mismo y la capacidad electiva.

No obstante, en muchos hogares este impulso se reprime durante toda la infancia, llevando al niño a desconectarse de sus emociones y a ser indeciso. Pongamos algunos ejemplos que quizá hayas vivido en tu propia piel:

Sensaciones corporales

De pequeños somos muy capaces de detectar nuestras señales corporales de hambre y saciedad; sin embargo, es común que los adultos, preocupados por la alimentación, obliguen a los niños a terminar todo lo que está en el plato, incluso si ellos ya se sienten saciados.

Lo mismo ocurre con la temperatura y la sensación térmica. Con demasiada frecuencia se abriga o se destapa a los niños en función del calor o el frío que tienen sus padres, ignorando incluso sus propias sensaciones.

Relaciones sociales

Imagina la siguiente escena: dos niños se pelean en el parque y uno pega al otro. El niño que ha sido agredido está furioso y molesto (evidentemente); y, sin embargo, los adultos les obligan a “darse un abrazo para hacer las paces”. Aquí lo que le estamos pidiendo al niño es que tenga una manifestación que va en contra de lo que le están dictando sus emociones. El niño que ha sido agredido se ve obligado a ofrecerle una muestra de afecto a quien le ha dañado, y esto resulta sumamente confuso.

¿Te suena esta situación? Es un escenario que muchos hemos vivido, teniendo que perdonar y disculparnos de inmediato con alguien (niño o adulto) que nos ha dañado, sin permitirnos sentir y entender las emociones.

Represión de la expresión emocional

La represión emocional es muy común en los estilos de crianza autoritarios o poco respetuosos. Desde este prisma, que un niño llore, muestre ira, tristeza o desacuerdo es visto como un mal comportamiento y, por tanto, no se permite.

Si has crecido con este enfoque, es posible que al tener una rabieta te gritasen, te amenazasen o te dejasen solo hasta que se te pasara. Es probable que, al llorar, te dijeran que eso era de débiles y te pidieran dejar de hacerlo. Y, posiblemente, si expresabas tu ira, los adultos se enfadaban contigo, te decían que eras malo o te retiraban su afecto.

En definitiva, no te permitían sentir ni expresar tu emoción, habías de reprimirla y ocultarla para “ser bueno”.

Invalidación de emociones

Por último, la invalidación emocional es una práctica también muy común en muchos hogares. Esto consiste en minimizar o ridiculizar las emociones del niño, en lugar de darles valor y espacio.

Por ejemplo, si algo le produce ansiedad o nerviosismo, se le dice que eso es una tontería, que se preocupa por todo y que es un miedoso. O si expresa su malestar con algo que le han dicho, la respuesta de los adultos es “te ofendes por todo, no se te puede decir nada”.

En suma, todo lo que el niño siente es tachado de exageración o de inadecuado; y esto lleva a que crezca sintiendo que no puede fiarse de sus emociones, porque nunca son apropiadas.

Padre criticando a su hija pequeña
La invalidación emocional en la infancia puede generar cierta desconfianza hacia lo que siente en la adultez.

Si eres muy indeciso, comienza a escucharte

Si te sientes identificado con las anteriores situaciones, es normal que hoy en día, ya de adulto, seas muy indeciso. Y es que las emociones son una brújula fundamental en este aspecto. Cuando hablamos de elecciones importantes, podemos realizar un proceso de toma de decisiones, reuniendo información y comparando pros y contras, pero en pequeñas situaciones cotidianas esto no resulta funcional.

En esos momentos son las sensaciones y emociones las que nos guían para decidir, pero si estás desconectado de ellas te has quedado sin recursos. Así, es natural que no sepas bien lo que sientes ni lo que quieres, que no sepas si algo te apetece o no, si es bueno o malo o qué prefieres. Desde temprana edad, aprendiste que tus emociones no eran fiables, comenzaste a ignorarlas y a guiarte en base a complacer a los adultos. Pero, ahora que eres tú quien ha de decidir, no sabes cómo hacerlo.

Si te encuentras en esta situación es momento de comenzar a reconectar con tus sensaciones corporales y emocionales, de darles un lugar y atenderlas cuando aparezcan. Comienza a utilizarlas como guía para decidir, incluso si al principio se siente raro. Con la práctica verás que son tus mejores aliadas y es muy posible que dejes de sentirte indeciso todo el tiempo, pues ya podrás confiar en ti.


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