Ignaz Semmelweis, biografía de un científico incomprendido

Ignaz Semmelweis fue un médico obstetra húngaro. Se le ve como uno de los precursores de la erradicación de infecciones. No era un investigador nato, sino un observador agudo. Esa habilidad le permitió concluir que los médicos debían lavarse las manos antes de atender un parto.
Ignaz Semmelweis, biografía de un científico incomprendido
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 22 noviembre, 2019

Uno de los aspectos más interesantes en la vida de Ignaz Semmelweis es el hecho de que, aunque fue ridiculizado y tratado como un loco, encarnaba el espíritu más rigurosamente científico dentro de su entorno. Hacía lo que un científico debe hacer: observar y analizar, y no solamente repetir lo que los libros o las mayorías afirmaban.

A Ignaz Semmelweis se le conoce como “el salvador de madres” porque fue él quien descubrió el camino para librar a las mujeres de la “fiebre de parto”, un mal que cobraba la vida de muchas madres tras dar a luz. El gran problema de este científico era que no contaba con una teoría que explicara y respaldara sus hallazgos.

“Condenan lo que no entienden”.

-Quintiliano-

En su tiempo, los hospitales no se diferenciaban mucho de las carnicerías. No existía ningún conocimiento acerca de los gérmenes y, por ello, la higiene  no se veía como un factor fundamental.

Fue Ignaz Semmelweis quien salvó muchas vidas, a veces a contracorriente, solo con solicitarle a sus colegas que llevaran a cabo una mínima acción: lavarse las manos.

Hombre lavándose las manos

¿Quién era Ignaz Semmelweis?

Ignaz Semmelweis nació en Budapest (Hungría), el 1 de julio de 1818. Provenía de una familia acomodada. Su padre, Josef Semmelweis, instaló una exitosa tienda de especias; y su madre, Teresia Müller, era hija de un constructor de carruajes. Tuvo nueve hermanos.

En 1837, fue a estudiar leyes en la Universidad de Viena, pero un año más tarde decidió cambiarse a medicina. Quedó fascinado por esa ciencia tras ver a un médico realizando la disección del cadáver de un niño. Estudió con varios de los mejores médicos de su época. Cuando obtuvo su grado, logró entrar a trabajar en el Hospital General de Viena.

Dicho hospital tenía una sección materna, que estaba dividida en dos clínicas: Clínica Primera y Clínica Segunda. Lo que las diferenciaba era que una se encontraba atendida por los médicos y la otra por las comadronas. En aquella época, este tipo de hospitales prestaban sus servicios para mujeres pobres, a cambio de que ellas aceptaran ser estudiadas por los médicos.

Una observación empírica

Ignaz Semmelweis era un médico auxiliar en la Clínica Primera. Desde que comenzó a trabajar allí, se dio cuenta de una realidad inquietante. La tasa de mortalidad  de las mujeres que daban a luz en la Clínica Primera era significativamente superior a la de las mujeres que acudían a la Clínica Segunda. De hecho, las propias mujeres suplicaban ser atendidas por las comadronas y no por los médicos.

La Clínica Primera tenía tan mala fama que muchas mujeres preferían tener sus hijos en la calle y, tras el parto, acceder a los servicios del lugar. Inventaban que el trabajo de parto no les había dado tiempo de llegar hasta el centro hospitalario. Ellas sabían que allí “había algo” que las ponía en riesgo. Como la clínica daba pequeñas recompensas y atención tras el nacimiento, iban de todos modos, pero una vez habían dado a luz.

A Ignaz Semmelweis le impresionó el hecho de que las mujeres que decidían dar a luz en la calle también presentaban un índice de mortalidad más bajo respecto al de las mujeres atendidas en la Clínica Primera. Tras largos análisis, pruebas y cavilaciones, logró establecer una relación entre el lavado de manos y la supervivencia de las mujeres.

Mujer embarazada

Un triste final

Ignaz Semmelweis comenzó a promover la idea de que era necesario lavarse los manos en una solución antiséptica  antes y después de atender el parto. Logró implementar esa medida temporalmente y la mortalidad de madres disminuyó. Sin embargo, el médico no tenía una explicación clara de por qué ocurría esto. Al no encontrar dicha teoría que respaldara sus observaciones, sus tesis fueron desestimadas.

Para mediados de siglo, Europa se encontraba convulsionada. Había un movimiento independentista plenamente vivo en Hungría y, aparentemente, Semmelweis simpatizaba con este. Probablemente por ese motivo, o quizás por sus tesis contradictorias, fue despedido del Hospital de Viena. Esto lo obligó a volver a Budapest, donde ocupó un cargo modesto en el Hospital de San Roque y en el que prácticamente terminaría erradicando la ”fiebre del parto”.

Logró además convertirse en profesor de obstetricia, cargo que ocupó por varios años. Desde esta posición, batalló incansablemente por lograr que los médicos se lavaran las manos para atender los partos, aunque nunca terminó de convencerlos mayoritariamente. Se dice que en 1861 comenzó a manifestar problemas nerviosos, con una conducta errática y una obsesión por la fiebre de las madres.

Su comportamiento inapropiado hizo que tres médicos, ninguno de los cuales era psiquiatra, autorizaran su internamiento en un asilo para enfermos mentales. Mediante engaños lo llevaron allí. Ignaz Semmelweis sospechó de la situación y quiso huir. Los guardias lo golpearon fuertemente, causándole una profunda herida en la mano. Por desgracia, la herida era grave y tan solo quince días después murió como consecuencia de la gangrena.

Así, el médico fue condenado a un trágico destino. Repudiado e incomprendido en su época, resultó dar con la clave para erradicar la mal llamada “fiebre del parto”. Tal vez, si hubiese contado con la debida asesoría o los debidos medios, sus tesis no habrían sido rechazadas y se habrían salvado todavía más vidas gracias a algo tan sencillo y cotidiano hoy en día como lavarse las manos.


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  • Martínez, O. (2014). La ofensiva de Ignaz Semmelweis contra los miasmas ineluctables y el nihilismo terapéutico. Acta Médica Colombiana, 39(1), 90-96.

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