La forma del agua: los verdaderos monstruos

La forma del agua: los verdaderos monstruos
Leah Padalino

Escrito y verificado por la crítica de cine Leah Padalino.

Última actualización: 24 abril, 2020

La gala de los Óscar es el acontecimiento del año en el mundo cinematográfico y, en 2018, La forma del agua fue una de las grandes protagonistas. El cineasta mexicano Guillermo del Toro es conocido por su particular forma de entremezclar fantasía y realidad, fascinado desde su infancia por los monstruos, siempre ha tratado de envolvernos en una fantasía poética en la que las apariencias engañan.

Gracias a su marcada estética, logra cautivarnos visualmente y, en el caso de La forma del agua, no solo se queda en lo visual y lo estético, sino que va más allá y acompaña su peculiar fantasía de un discurso de amor hacia la otredad. Un discurso muy necesario en la actualidad y que nos invita a abrazar las diferencias y desafiar las barreras sociales.

La forma del agua es una especie de Bella y Bestia contemporánea, actualizada y mejorada. La Bestia no tiene porqué convertirse en humana y la Bella no es una princesa. Pese a tratarse de una película de fantasía, Del Toro aporta una gran verosimilitud, trasladándonos a los años 60 y presentándonos a personajes muy reales y cercanos. Esa forma de mezclar fantasía con realidad, de lograr que creamos fielmente lo que estamos viendo, la magia que transmiten las escenas y la música convierten a La forma del agua en la película imprescindible de este 2018.

La otredad en La forma del agua

La historia parece haber premiado siempre a los hombres blancos, occidentales, fuertes y poderosos; todo lo demás, quedaba relegado a un plano inferior. Las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes, los negros… todos ellos se han visto ensombrecidos y su lucha por la igualdad de derechos ha sido tardía (y lo sigue siendo).

Guillermo del Toro se define a sí mismo como parte de esa otredad, un mexicano residente en los Estados Unidos, por muy buen cineasta que sea, no logra quitarse esa etiqueta de inmigrante.

Además, desde niño, se ha considerado una persona peculiar, diferente, fascinado por la fantasía y con una gran imaginación, algo que le ha llevado a lo más alto en el mundo del cine. El cine puede borrar barreras (o hacerlas más fuertes), tiene el poder de cambiar el mundo, de dirigir un discurso político en tono amable a la sociedad. Guillermo del Toro con La forma del agua homenajea a la otredad, abraza las diferencias y rompe barreras.

Mujeres limpiando

La película comienza presentándonos a una mujer que vive sola en los años 60 y que, a pesar de su soledad, parece feliz y cada mañana inicia su rutina antes de ir al trabajo: prepara la comida, limpia sus zapatos y se masturba en la bañera.

Una mujer completamente normal y unas escenas cargadas de un gran naturalismo que contrasta con la fantasía de la película. Esta mujer, llamada Eliza, es muda y huérfana, pero esto no le ha impedido lograr su independencia. Eliza trabaja limpiando en un laboratorio secreto del gobierno, allí, entabla amistad con una compañera afroamericana llamada Zelda.

Ambas mujeres representan lo más bajo en la jerarquía del laboratorio, son mujeres y, además, “limpian mierda”. Los hombres blancos y poderosos serán los que ocupen el escalón más alto, ellas son vistas como insignificantes; además, Eliza es muda y Zelda afroamericana, algo que no mejorará su situación. Junto a ellas, encontramos al amigo de Eliza, Giles, un viejo artista gay que vive con sus gatos.

Estos tres personajes son el reflejo de la otredad y, a lo largo de la película, veremos situaciones muy incómodas y difíciles a las que deberán enfrentarse: racismo, homofobia, machismo…

En plena Guerra Fría y en pleno auge de conquista del espacio, llega al laboratorio un extraño ser que ha sido capturado en el Amazonas, lugar en el que era venerado y tratado como una deidad. Este ser posee características muy similares a las del ser humano, sin embargo, es un anfibio.

Eliza lo descubrirá y sentirá cierta debilidad por la criatura; ella es una humana incompleta (no puede hablar) y la extraña criatura la observa sin prejuicios, sin percatarse de que es incapaz de hablar. Entre ambos surge una conexión muy especial.

Este extraño ser estará en el punto de mira de los rusos y los estadounidenses, será maltratado y querrán matarlo para su posterior estudio. Por otro lado, Eliza, junto a sus amigos y un espía ruso que trabaja en el laboratorio, hará todo lo posible por salvarlo.

En este caso, los héroes serán la otredad y los poderosos los verdaderos monstruos, todo un discurso político en medio de un mundo de fantasía. Pero no solo encontramos la otredad en los personajes más realistas, sino también en el hombre-anfibio, que será el extremo de la otredad dentro de la otredad, un ser único, diferente y, como consecuencia, torturado.

Mujer mirando a una bestia

La forma del amor

La gama cromática escogida para la película nos acerca al mundo acuático, los colores fríos, tonos verdes y azules son constantes, desde los escenarios hasta la vestimenta, todo gira en torno al agua.

El propio título resulta curioso, pues el agua no tiene forma, y lo mismo ocurre con el amor. Del Toro ha explicado en más de una ocasión que el título es una alusión al amor, a un amor que no entiende de formas ni de barreras.

Del Toro ha reconocido también que la película es una espinita que tenía clavada desde su infancia cuando vio El monstruo de la Laguna Negra, película de argumento similar, pero en la que el monstruo y la chica no terminaban juntos.

Del Toro consideró esto un error, pues se vio muy identificado con el monstruo, con ese ser extraño y diferente que genera rechazo para la mayoría de los mortales. Para él, este tipo de historias de amor deben consumarse, deben mostrar que el amor no entiende de barreras y que cualquiera puede enamorarse y disfrutar de su amor de manera plena.

De este modo, surge La forma del agua, donde la bestia no necesita humanizarse ni convertirse en príncipe para poder disfrutar de su amada y, al mismo tiempo, la mujer tampoco pertenece a la realeza ni es un ser inalcanzable de una belleza extraordinaria, es una mujer que lucha y que se vale por sí misma.

Mujer mirando a un hombre anfibio

Los monstruos en La forma del agua

A pesar de las apariencias, el personaje más monstruoso de la película lo encontramos en el coronel Richard, el hombre que capturó al “monstruo”. Un personaje poderoso, ambicioso y que desprecia a todo aquel que no sea como él.

Hay un momento muy significativo en el que habla con Zelda sobre el monstruo y se atreve a decir que “Dios nos creó a su imagen y semejanza”, en alusión a que el “monstruo” no merece ningún tipo de respeto, pero, además, rectifica y dice que Dios se parece más a él que a Zelda y, sin decirlo explícitamente, vemos en él una actitud completamente racista, dejando claro que Dios se debe asemejar mucho a un hombre blanco.

Su abuso de poder le lleva también a despreciar a la mujer, a cosificarla, vemos acoso sexual hacia Eliza y también una relación de absoluta dominación con su propia esposa.  Richard tiene muy clara su jerarquía, primero los hombres blancos, después las mujeres y, por último, todo lo demás. ¿Quién es el verdadero monstruo?

La forma del agua nos deja una sensación esperanzadora, muy lejos de otras películas más trágicas del cineasta. Guillermo del Toro nos invita a dejar los prejuicios a un lado, a disfrutar de esta fantasía que supone un canto de amor hacia la otredad, hacia lo diferente, algo más que necesario en nuestros días.

“Cuando pienso en ella, todo lo que me viene a la mente es un poema”.


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