La frustración, nuestro mejor mecanismo de ajuste psicológico
Estamos acostumbrados a oír hablar de la frustración en el contexto infantil y adolescente, pero poco se escucha o se lee sobre cómo se manifiesta en la vida adulta y sobre los esfuerzos, muchas veces infructuosos, que realizamos para paliarla. En cierto modo, digamos que ciertas manifestaciones adultas de la frustración son infantilizadas y, por ende, juzgadas socialmente como incorrectas. No obstante, y aunque en menor medida, esto también pasa con los infantes y los adolescentes.
En cualquier caso, parece que la frustración es una experiencia emocional tan incómoda como compleja que cuesta reconocer, identificar y expresar. Este punto de la expresión de la frustración merece una atención especial, ya que socialmente su manifestación se percibe como inapropiada.
A veces, incluso parece que lo único correcto es contenerla. A continuación, veamos más sobre uno de los mejores mecanismos de ajuste psicológico que tenemos.
¿Qué es la frustración y por qué necesitamos expresarla?
La frustración es una experiencia emocional que surge cuando deseo y realidad no coinciden. Evidentemente, sería utópico pensar que ambos pueden caminar siempre de la mano o en paralelo. Por ello, la frustración se convierte en un mecanismo psicológico que nos ayuda a ajustar nuestros deseos y a aceptar la realidad.
Este ajuste psicológico nos ayuda a adaptarnos y a restablecer expectativas. Lejos de lo que pudiera parecer a simple vista, también es una emoción que nos permite contener nuestras ilusiones y otorgarles mayor probabilidad de consecución.
¿Por qué? Porque al poner en jaque deseo y realidad, nos brinda la oportunidad de un cambio de rumbo emocional y cognitivo. Hace que nos salte un aviso sobre la necesidad de parar y contemplar opciones, pues algo no va al compás.
Esta situación emocional no solo se da en seres humanos, sino que podemos verla en muchos animales. La posibilidad de expresarla nos ayuda a desarrollar la habilidad que denominamos “tolerancia a la frustración”.
Frustrarnos y sobrevivir en el intento
En los seres humanos, cada etapa vital nos ayuda a encontrarnos con situaciones de complejidad creciente que nos permiten construir la tolerancia a la frustración. Lo que de niños puede ser simple, de adultos llega a ser más complejo puesto que hay verdaderos entramados de condicionantes internos y ambientales.
Ya en los años 70, Walter Mischel realizaba un experimento denominado la “prueba del malvavisco” en el que se exponía una golosina ante un niño y se le pedía que esperara a comérsela unos minutos. Se le anticipaba que, en el caso de poder aguantar ese tiempo, la recompensa sería doble, pudiendo obtener dos golosinas por contenerse. Este estudio concluyó que, a mayor edad, mayor capacidad de regulación y contención. No obstante, esto también depende de otros factores tan relevantes como el nivel socioeducativo.
Tengamos en cuenta que cuanto mayor es la exposición a situaciones de este tipo y mayor es el equilibrio experiencial, mayores son las opciones de aprender a autocontrolarnos en cada etapa vital.
Puede que pensemos que como adultos podemos tener dificultad para controlar el impulso de comer una golosina al igual que un niño. Sin embargo, aunque la situación sea la misma, la complejidad del pensamiento y del impulso varía enormemente. Si pudiésemos poner un altavoz a los pensamientos, veríamos que ante esta misma situación el diálogo interno y la disputa mental son muy diferentes en función del ciclo vital.
La insatisfacción crónica, la frustración enquistada en nuestra vida
El hecho de reprimir o no comprender la frustración puede conducir a las personas a estados de insatisfacción crónica. Si no la vivenciamos y la rechazamos, podemos encontrarnos con que estaremos enquistados en un malestar sin respuesta.
Casi nada nos resulta gratificante y gran parte de lo que nos ocurre se cifra en nuestra mente como una molestia. Cuando la desazón, la angustia y la insatisfacción crónica nos invaden, hay un desajuste que no estamos vislumbrando y mucho menos resolviendo.
Cuando la persona que acude a terapia psicológica entiende esto, es el momento de adentrarnos en observar las reglas que guían nuestra conducta externa e interna y trabajar en ellas. Primero las haremos explícitas, lo cual es una tarea difícil porque toca lidiar con estados emocionales muy displacenteros. Después es el turno de reorganizar el discurso interno de manera que este cumpla una función saludable en la vida.
Las personas con un alto grado de impulsividad conviven con un gran malestar debido a que les cuesta tolerar la demora en la obtención de aquello que les es agradable o placentero o que simplemente necesitan para caminar hacia la búsqueda de su bienestar.
Cabe destacar que, cuando la frustración se convierte en un caballo desbocado, y no sabemos gestionar lo que nos está ocurriendo, es útil tener una vía de escape que luego nos devuelva al punto de partida con mayor claridad mental. Por ejemplo, muchas personas se refugian en el deporte, ese gran sanador y clarificador de ideas.
La experiencia frustrante es sinónimo de malestar, de desazón, de nubes en la cabeza y tormentas en nuestro diálogo interno. Todo ello pretende reconducirnos a un estado de desesperanza que nos haga frenar y replantear la situación.
Muchas veces los psicólogos nos aprovechamos de este mecanismo, de esta capacidad humana, para promover cambios en momentos en los que la persona se encuentra enquistada rumiando o generando un patrón conductual que no le está encaminando a desintoxicar su atmósfera vital.
En definitiva, podríamos decir que la frustración es el mecanismo que nos guía hacia el bienestar. La tolerancia a la frustración nos ayuda a convivir con el malestar como parte de la vida, siendo la experimentación de esta un ejemplo de que nuestra psique funciona correctamente.
Porque gracias a la plena experimentación de esta situación emocional, viajamos a la génesis, al origen de nuestros escollos vitales. Gracias a ella, podemos llegar a aceptar nuestras posibilidades, pero también las limitaciones presentes. Porque, en resumen, este reajuste de expectativas nos ayuda a no quedarnos bloqueados y así seguir funcionando plenamente en la vida. Tratemos entonces de manera justa a la frustración, pues es una experiencia emocional válida, necesaria y realmente funcional.
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- Mischel, W. (2004). Toward an integrative science of the person. Annual Review of Psychology, 55, 1–22. Mischel, W., Shoda, Y., & Smith, R. E. (2004). Introduction to Personality: Toward an Integration (7th edn.). New York: Wiley.