Llorar en público: ¿por qué no lo normalizamos de una vez?

A muchos nos han dicho alguna vez eso de "aquí se viene llorado de casa". ¿Por qué nuestra sociedad es tan poco respetuosa a las reacciones emocionales en público? Lo analizamos.
Llorar en público: ¿por qué no lo normalizamos de una vez?
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 01 agosto, 2022

Llorar en público, delante de conocidos o de completos desconocidos. ¿Cuándo fue la última vez que te sucedió? Lo más probable es que aún tengas muy vivo ese recuerdo porque no es una situación agradable. Por término medio, expresar nuestras emociones más profundas a ojos de los demás es una experiencia incómoda que, generalmente, nos avergüenza.

Lo más llamativo es que hay colectivos que sí parecen tenerlo permitido. A menudo, vemos a deportistas llorar de alegría, frustración o tristeza sin que la mirada pública los juzgue o critique por ello. Sin embargo, si alguien estalla en lágrimas en medio de una reunión de trabajo, lo más probable es que sea etiquetado de “débil”. También, que se estipule que está lidiando con algún problema de salud mental.

Ahora bien, quien llora no siempre está transitando por una depresión o trastorno de ansiedad. Llorar es humano, es necesario y es catártico. Es un acto natural, como comer, dormir y respirar. A pesar de ello, se nos sigue insistiendo en que reservemos esas expresiones para el ámbito privado. Lo de “a trabajar se viene llorado de casa” sigue muy presente en nuestra sociedad.

hombre sufriendo los efectos de llorar en público
Cuando se llora públicamente, esa persona es percibida como menos competente.

El estigma de llorar en público

Llorar es un acto exocrino, es decir, es un proceso fisiológico en el que una serie de sustancias salen de nuestro cuerpo. Sucede lo mismo cuando exhalamos o sudamos. Es, por tanto, un acto básico para nuestra homeostasis y bienestar humano. A pesar de ello, por muy natural que sea, vemos con incomodidad a quien deja que las lágrimas caigan como piedras por su rostro.

Sin embargo, a pesar de los mandatos sociales no escritos que nos dicen que ese tipo de manifestación debe llevarse a cabo en el ámbito privado, hay un aspecto interesante. Uno que a veces pasamos por alto. El acto de llorar tiene también una respuesta evolutiva y es la de despertar la empatía y el comportamiento prosocial. Hay que asistir a quien necesita ayuda o consuelo.

Puede que en el pasado este acto se cumpliera. En el presente, ver a alguien llorar genera incomodidad porque no todos saben cómo actuar -o desean hacerlo-. Ahora, vivimos en ese mundo individualista en el que cada uno debe resolver sus propios problemas. En privado, podemos dejar ir nuestras penas y calvarios, pero de cara a los demás hay que mostrar resolución, contención y seguridad.

Por término medio, quien llora de manera pública, es visto como menos capaz y resolutivo. Además, persiste la creencia de que quien expresa sus sentimientos, necesita que lo tranquilicen

Contén tus lágrimas para parecer competente (y más si eres hombre)

Así es, llorar en público es todo un estigma y, más aún, si se es hombre. Una investigación de la Universidad de Tilburgo evidencia esto mismo. Por un lado, se reafirmó el impulso que a menudo sentimos de querer brindar ayuda a quien llora. Sin embargo, esta es también una sensación ambivalente.

El acto de llorar en público provoca que veamos a esa persona como poco competente. La percibiremos como más cálida y emocional, pero si necesitamos llevar a cabo una tarea importante, es muy posible que prescindamos de ella. Asimismo, esta situación es especialmente acusada en el género masculino.

Los hombres que en alguna ocasión lloran de manera pública son vistos como poco válidos y eficientes en sus responsabilidades laborales.

Llorar en público sigue interpretándose de forma errónea

Cuando una persona estalla en un llanto ante las miradas ajenas, casi siempre acontece la misma reacción. Aparecen los “cálmate” y no faltan los recurridos “tranquilízate”. Es como si quien expresa sus emociones estuviera fuera de sí. Como si hubiera sufrido un error en su programación interna y necesitara ser reiniciado. Como el ordenador con el que trabajamos a diario.

La persona que llora no necesita tranquilizarse; necesita desahogar sus emociones. Una vez más, se nos insta a la contención, a la calma, a que nos lleven a una habitación donde reponernos a escondidas. Las lágrimas se interpretan como un peligro, como el indicador de que se ha perdido el equilibro, la calma y la razón, y de que hay que recuperar la estabilidad.

Todo ello hace que cuando nos hemos “roto” a ojos de todos, terminemos arrepentidos. Es más, puede que hasta acabemos pensando que hay algo mal en nosotros por no haber sabido contenernos. Y no, no es lo adecuado.

Llorar no es un acto de debilidad ni una reacción de la que debamos arrepentirnos. El error no está en nosotros, sino en quien sigue interpretando el llanto como una expresión de inestabilidad que define a quien no sabe lidiar con sus problemas. 

escena para simbolizar el efecto de llorar en público
Llorar es un acto fisiológico normal y necesario.

Actualicemos nuestras creencias sobre el llanto emocional

La gran mayoría de las personas somos empáticas y ver llorar a alguien nos hace sentir incómodas. Y esto es así porque queremos que todos estén bien, que quien nos rodee esté feliz, tranquilo, en armonía.

Sin embargo, nuestras narrativas sociales nos han inoculado ideas muy sesgadas sobre el llanto. Ideas todas ellas que debemos derribar.

Las lágrimas son un lubricante social

Las lágrimas son un poderoso lubricante social que invita a la comunicación grupal. Esa es la clave que debemos tener presente. Cuando veamos a alguien que rompe en una situación concreta y empieza a llorar, evitemos decirle que se calme. Guardemos silencio si lo único que nos viene a la mente es un “tranquilízate”.

Lo más apropiado, catártico y útil es facilitar la comunicación y la expresión emocional. Dejar que la persona exprese lo que siente y le sucede siempre será más adecuado. Nuestra obligación no es, ni mucho menos, solucionar problemas ajenos. Sin embargo, iniciar un diálogo empático, sin emitir juicio alguno, será siempre la estrategia más humana, sencilla y beneficiosa.

Llorar no nos hace débiles, nos hace auténticos

Las personas nos pasamos media vida enmascarando sufrimientos. Salimos de casa con nuestra máscara puesta y cuando alguien nos pregunta cómo estamos, respondemos que fenomenal. No importa que nuestra vida se esté desmoronando, lo importante es aparentar normalidad y una falsa felicidad.

Sin embargo, hay quien no puede ni sabe mentir y cuando se siente roto, llora. Hacerlo no es un acto de debilidad, sino de autenticidad. Podemos sentir vergüenza, es cierto, y hasta miedo a ser juzgados. Sin embargo, si todos normalizáramos el acto de llorar en público, entenderíamos lo humano que resulta y lo beneficioso que puede llegar a ser.

Tal vez, seríamos más altruistas los unos con los otros, y hasta comprenderíamos que todos lidiamos con los mismos problemas, sinsabores vitales y preocupaciones. Al fin y al cabo, fuerte no es quien más aguanta, fuerte es quien acepta lo que siente, lo expresa y busca mecanismos para resolver lo que duele.


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