Locura de trinchera: la neurosis de la Primera Guerra Mundial
La locura de trinchera, también conocida como síndrome del corazón del soldado, neurosis de combate, fatiga de batalla o shock de las trincheras fue un trastorno frecuente en los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial. En este contexto, las continuas situaciones de estrés extremo derivadas del combate provocaron importantes problemas en la salud mental de los combatientes.
Entre las principales consecuencias y síntomas de este trastorno estaban las pesadillas recurrentes, la hipervigilancia o la sensación de estar en peligro estando ya fuera de combate.
Los orígenes del trastorno
El día 12 de agosto del año 490 a.C. tuvo lugar la batalla de Maratón. Este fue el enfrentamiento armado que definió el desenlace de la Primera Guerra Médica entre los griegos y los persas. En esta batalla se enfrentaron los soldados de Atenas y Platea, con unas fuerzas de unos 11 000 combatientes, contra los más de 25 000 soldados del imperio aqueménida.
En los años posteriores, Hipócrates y Heródoto hablaron sobre las pesadillas y los síntomas de los supervivientes de esta batalla. Muchos siglos después, en los Tercios de Flandes que participaron en la Guerra de los Treinta Años, los soldados sufrían una incapacidad emocional general. Los médicos de esta época estudiaron este fenómeno pero no encontraron ningún tipo de herida física sobre la que pudieran intervenir.
Las evidencias de la “locura de trinchera”
Saltando en el tiempo a una época más actual, pueden revisarse documentos, fotografías y grabaciones de soldados que combatieron en la Primer Guerra Mundial. En ellos se recogen casos de pérdida del habla, espasmos y miradas vacías. Este último y curioso síntoma se denominó “mirada de las mil yardas”, ya que los soldados parecían fijar su mirada en distancias lejanas, como si allí, a lo lejos, siguieran las trincheras del enemigo.
Las pruebas de este trastorno eran evidentes. En ningún conflicto armado anterior habían ingresado tantos soldados sin heridas físicas que no eran capaces de seguir luchando. Lo que aumentó el número de casos fue la novedad de las técnicas de combate. Durante siglos, tanto los soldados como los comandantes eran conscientes de cómo se resolvían los enfrentamientos armados, y conocían el efecto de las flechas, las espadas, las balas y los cañones. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial fue un conflicto devastador que se puede considerar como el inicio de la guerra moderna.
La guerra moderna y los trastornos en los soldados
En esta guerra comenzaron a extenderse tecnologías como la ametralladora, los carros de combate, la guerra submarina y aérea y, como una de las causas que más trastornos podían ocasionar, el uso de gases tóxicos. A modo de ejemplo, los soldados que combatieron en la Segunda Batalla de Ypres, entre el 22 de abril y el 25 de mayo de 1915, vieron cómo los alemanes empleaban gas cloro asfixiante para intentar matar.
Para su sorpresa, los combatientes del bando aliado pudieron ver cómo una nube azulada se acercaba a ellos, dejando ciegos y quemando los pulmones de quienes la respiraban. Este tipo de tecnologías de combate hacían que la esperanza de vida de los soldados se redujera drásticamente, pudiendo morir de las maneras más salvajes e inesperadas.
A partir de la mencionada batalla, los soldados comenzaron a utilizar máscaras de gas para defenderse de los ataques químicos, pero eso no impedía que fueran víctimas de las continuas innovaciones en materia de combate que cada bando desarrollaba día a día.
La locura de trinchera y la invitación al suicidio
Las principales razones de la locura de trinchera se deben a que los soldados esperaban al enemigo en las trincheras como conejos asustados escondidos en sus madrigueras. Muchos soldados se quedaban inmóviles al ver cómo un compañero era abatido por una bala o por un obús. Sin embargo, estas sensaciones no son nada comparadas con el pánico que sentían al oír el silbato que les indicaba que debían salir de las trincheras y correr hacia el enemigo, que disparaba contra todo lo que se moviese.
Tras estas situaciones, el continuo estrés de los combates hizo que muchos soldados perdieran la razón. Las pesadillas y la incapacidad para dormir hacía que no pudiesen diferenciar lo vivido de los soñado. Como cabe esperar, los casos más extremos de este tipo de neurosis hacían que algunos soldados, incapaces de recuperar su vida normal y de olvidar los horrores de la guerra de trincheras, sintiesen unos irrefrenables instintos suicidas.
Así, el enorme número de soldados que murieron en esta guerra hay que sumar al cómputo de víctimas a todos aquellos combatientes que, una vez terminado el conflicto, sin lesiones físicas, fueron incapaces de adaptarse a una vida sin guerra, quedando marcados por una experiencia que les había sobrecogido y dañado su mundo emocional para siempre.